Himnología

“Años mi Alma en Vanidad Vivió”

David Alves padre

Citaré la versión de este himno que aparece en el himnario “Celebremos Su Gloria”; el #322. La primera estrofa dice así:

Años mi alma en vanidad vivió,
ignorando a quien por mí sufrió,
y que en el Calvario sucumbió
el Salvador.

Aunado a la excelente melodía con que se canta, este himno, escrito hace unos 130 años, es de testimonio y es aún muy usado en campañas evangelísticas alrededor del mundo.

Al decir: “Años mi alma en vanidad vivió, ignorando a quien por mí sufrío”, el autor describe su triste experiencia del tiempo en su vida que vivió sin Cristo. Vanidad puede significar orgullo, o arrogancia, pero aquí la idea es de una vida vacía, hueca, carente de realidad. Casi la mitad de las 70 menciones de palabra vanidad en la Biblia fueron usadas por el sabio Salomón en su libro de Eclesiastés. Es notorio que siendo el hombre más sabio, rico y famoso de su tiempo, y teniendo a su alcance todos los pasatiempos y vicios de la época, él dijo en cuanto a la vida: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Ecl. 1:2). Sólo citaré su exhortación a los jóvenes: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios. Quita, pues, de tu corazón el enojo, y aparta de tu carne el mal; porque la adolescencia y la juventud son vanidad. Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento” (Ecl. 11:9-12:1).

Dicho sea de paso, no hay que tenerle animadversión al término “sucumbir”. No se usa aquí en el sentido de dudar, o claudicar, eso sería imposible para Cristo, sino que es sinónimo de morir. Los sufrimientos vicarios de Cristo sobre la cruz, así como su muerte sustitutoria (en ese orden, como están la versión original del himno) fueron indispensables para poder salvarnos.

Dice el coro:

Mi alma allí divina gracia halló;
Dios allí perdón y paz me dio.
Del pecado allí me libertó
el Salvador.

En la cruz de Cristo se vio la máxima demostración de la gracia de Dios. Allí Dios dio sacrificialmente a su Hijo Jesucristo, en lugar de castigar al pecador, para así poder ofrecer gratuitamente el regalo de la salvación. La persona que recibe tal regalo disfrutará:

  1. La liberación del pecado,
  2. el perdón de Dios, y
  3. la profunda y duradera paz al saber que ya no hay cuentas pendientes con Dios.

A finales del siglo 19, el renombrado evangelista Robert Archer Torrey, en ese tiempo el superintendente del Instituto Bíblico Moody en Chicago, recibió una carta de un padre que estaba sumamente preocupado por su hijo que andaba muy descarriado en el pecado, y se le ocurrió que le sería de ayuda estudiar la Biblia y tener amigos cristianos en ese Instituto. La respuesta del Dr. Torrey fue cortés pero clara: “Sr. Newell, yo también soy padre, y me duele lo que está pasando con su hijo, pero lamento decirle que aquí nos dedicamos se a preparar hombres para ser misioneros y predicadores cristianos, no es un reformatorio”. Pero este padre angustiado, también cristiano, no se rindió fácilmente e insistió. Por fin, llegaron a un acuerdo: El joven William sería admitido con tal que cumpliera estrictamente con todos los reglamentos, y todos los días tendría que reportarse con el Dr. Torrey. Todo marchaba más o menos bien y pasando el tiempo William llegó un día a la oficina del director, pero esta vez con una actitud muy diferente y con un semblante que irradiaba sumo gozo. ¡Se había convertido a Cristo! Su vida fue transformada, llegó a ser un estudiante ejemplar, e incluso, un docente de alto calibre en esa misma organización.

El himnólogo, Kenneth Osbeck, escribió lo siguiente: “William Robert Newell fue un destacado evangelista, maestro de la Biblia y más tarde superintendente asistente en el Instituto Bíblico Moody. Un día, de camino a dar una clase, estaba meditando sobre el sufrimiento de Cristo en el Calvario y todo lo que significó para él como pecador perdido. Estos pensamientos quedaron tan grabados en su mente que entró a un salón de clases desocupado y rápidamente escribió las líneas de este himno en el reverso de un sobre. Unos minutos más tarde se encontró con su amigo y colega, Daniel Brink Towner, director musical del instituto, y le mostró el texto que acababa de escribir, sugiriendo que Towner intentara componerle una música adecuada para poder cantarlo. Una hora más tarde, cuando Newell regresó de clase, el Dr. Towner le presentó la melodía y cantaron juntos el himno completo. Después de su publicación en 1895, los cristianos de todo el mundo han utilizado este himno con entusiasmo para regocijarse en las ‘riquezas de la gracia de Dios’ puestas a disposición en el Calvario”.

De paso, el Instituto Bíblico Moody, fundado por Dwight Lyman Moody en 1886, aún existe el día de hoy. Una experiencia inolvidable en mi vida fue visitar allí, mientras estuve en Chicago hace años, y escuchar una conferencia dada por un hombre que había sido francotirador y ex chofer de Yaser Arafat, el líder en ese entonces de la Organización para la Liberación de Palestina. Este señor, Tas Saada, nos contó su conmovedor testimonio de cómo había decidido aceptar a Cristo como su Salvador personal. Para un empedernido musulmán, que odiaba al Señor Jesucristo, a los cristianos, y a Israel, fue un paso que le traería mucha persecución, incluso amenazas de muerte, pero la transformación en su vida y su evidente devoción a Cristo era impresionante. En 2010 él publicó un libro titulado: “Once An Arafat Man” (“Una Vez un Hombre de Arafat”). Sin duda alguna, el evangelio es poder de Dios para salvación (Rom. 1:16).

Para poder ser salvo, uno primero necesita reconocerse pecador. Cristo dijo: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lc. 5:31-31). El apóstol Pablo escribió: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia” (1 Tim. 1:15-16). En la Biblia hay unas 10 personas que dijeron con franqueza: “Yo he pecado”. Basta con leer el Decálogo, la lista de los 10 Mandamientos en Éxodo 20, para darse cuenta de que uno también ha pecado contra Dios.

Hace unos años, después de predicar el evangelio, se me acercó una señora que había escuchado el mensaje por primera vez y me aseguró que ella no era pecadora. Lo que hicimos fue leer juntos los 10 Mandamientos. El “examen” iba bien, y ella aseguraba nunca haber quebrantado Mandamientos #1 y #2; creía en un solo Dios y, aunque sus padres y una abuelita habían sido idólatras, ella no. Pero se detuvo en el Mandamiento #3, y prontamente reconoció que sí había tomado el nombre de Dios en vano. Gracias a Dios, tampoco tardó en ser salva esa misma noche.

Al respecto, la segunda estrofa de nuestro himno dice:

Por la Biblia miro que pequé,
y su ley divina quebranté.
Mi alma entonces contempló con fe
al Salvador.

Tarde o temprano, el anhelo de todo verdadero creyente es de dedicar su vida, de alguna manera u otra, en servicio a su Señor. Recién convertido, aun en el camino a Damasco, Saulo de Tarso le preguntó al Señor Jesucristo: “¿Qué quieres que yo haga?”. Años más tarde, pero ya conocido como el apóstol Pablo, él exhortó a los creyentes en Roma, diciendo: “Hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Rom. 12:1). William Newell contaba que este fue su deseo en la vida después de ser salvo, y así lo expresó en la tercera estrofa:

Toda mi alma a Cristo ya entregué;
hoy le quiero y sirvo como a Rey.
Por los siglos siempre cantaré
al Salvador.

La vida del traductor de este himno al español, el estadounidense George Paul Simmonds, es otra impresionante historia de la gracia de Dios. Nació en 1890 y vivió 101 años. A los cuatro años ya cantaba himnos con mucho entusiasmo. Junto con su esposa sirvió a Dios en varios países latinoamericanos. Se esmeró en aprender el español muy bien. Tenía una impresionante voz de bajo y, ya mayor de 100 años, cantó el himno nacional de los Estados Unidos en el estadio de beisbol de los Dodgers, en Los Ángeles, California. Se le atribuyen unos 800 himnos, incluyendo :“A Tu Puerta Cristo Está”; “¿Con Qué Pagaremos?” y “Cabeza Ensangrentada”.

La última estrofa resume bien el mensaje del evangelio y la gran doctrina de la obra de sustitución hecha por Cristo en lugar del pecador. La obra del Calvario también es la máxima expresión de amor que este mundo jamás ha visto. Dice:

En la cruz su amor Dios demostró,
y de gracia al hombre revistió,
cuando por nosotros se entregó
el Salvador.

En la versión original en inglés, William Newell concluyó cada estrofa y el coro con una referencia al Calvario, o “lugar de la Calavera” (Mr. 15:22). Por cuestiones de rima y métrica, en su excelente trabajo de traducción de este himno, el hermano Simmonds, tuvo que intercambiar ese término con referencias a Cristo como el Salvador.

Hay tres maneras de considerar a Cristo como Salvador:

  1. Para muchos en el mundo, Cristo es un Salvador (con artículo indefinido), pero creen que hay otros (como Buda, o Mahoma, por ejemplo).
  2. Para otros, aunque están convencidos de que Cristo es el Salvador (con artículo definido), porque Él es el único Camino al cielo (Jn. 14:6), aún no le han recibido personalmente (ese era el caso mío por varios años).
  3. Feliz la persona que puede decir: “Cristo es mi Salvador” (con pronombre personal, primera persona), y recuerdan un momento cuándo, un lugar dónde, y una manera cómo le recibieron a Él como Salvador personal.

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