Himnología

“En Presencia Estar de Cristo”

David Alves padre

Este himno, “En presencia estar de Cristo”, también es conocido como “Cara a cara espero verle”. Citaré la versión que aparece en Himnos Majestuosos; es el número 552. Se anticipa el profundo gozo que será para todo cristiano ver a su amado Salvador en gloria, y ha sido fuente de abundante fortaleza y consuelo para un sin fin de creyentes en su travesía por el “valle de sombra de muerte”. En las primeras dos estrofas y el coro se expresa esta experiencia de manera individual, mientras que en las últimas dos estrofas se manifiesta el sentir del pueblo de Dios colectivamente.

La primera estrofa dice así:

En presencia estar de Cristo,
Ver su rostro ¿qué será,
Cuando al fin en pleno gozo
mi alma le contemplará?

Todo verdadero creyente disfruta la presencia del Señor. Desde tiempos antiguos en Israel, poder asistir a las fiestas de Jehová, ya sea en el Tabernáculo o el Templo debía ser, generalmente, una experiencia de sumo gozo. En Dt. 12:12, 18; y 16:11, el decreto divino fue enfático: “Os alegraréis delante de Jehová”. Un salmista anónimo exhortó a su pueblo: “Servid a Jehová con alegría; venid ante su presencia con regocijo” (Sal. 100:2). Qué habrá sido escuchar al sacerdote, con manos alzadas, despedir a los israelitas, diciendo: “Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz” (Núm. 6:24-26). Se iban a casa habiendo oído acerca del rostro de Jehová pero sin haberlo visto.

Nuestra experiencia hoy día es similar. Según Cristo mismo, somos bienaventurados porque sin haberle visto, hemos creído en Él (Jn. 20:29). En las palabras del apóstol Pedro, amamos al Señor sin haberle visto, y creyendo en Él, aunque ahora no lo vemos, nos alegramos con gozo inefable y glorioso” (1 P. 1:8). Muchos de nosotros nos congregamos semanalmente, conscientes de su presencia invisible (Mt. 18:20), y con un pan y una copa hacemos memoria del Señor, y anunciamos su muerte hasta que Él venga. Nuestro sentir es: “Amén; sí, ven, Señor Jesús (Ap. 22:20).

Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, creyentes vivían con la expectativa de ver a su Señor cara a cara después de concluir su peregrinaje terrenal. Job echó un vistazo por el corredor de los siglos y exclamó proféticamente: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro (Job 19:25-27). El rey David anticipó su vida más allá de la tumba y le exclamó a Dos: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Sal. 16:11). Y también: En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza (Sal. 17:15). Asimismo, el apóstol Pablo también escribió que vivía “teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Flp. 1:23).

El coro lo dice de manera muy gráfica:

Cara a cara espero verle,
Más allá del cielo azul;
Cara a cara en plena gloria,
He de ver a mi Jesús.

Al comienzo de la Biblia (Gén. 1:1) se menciona la creación de dos cielos: el primer cielo es la atmosfera de nuestro planeta Tierra, y luego está el segundo cielo, el inmenso Universo, con sus millones y millones de astros y galaxias. Pero nuestro himno nos hace mirar por fe al tercer cielo, el Paraíso (2 Cor. 12:2, 4), la habitación eterna e increada de Dios, también llamado “el cielo mismo” (Heb. 9:24), la casa del Padre (Jn. 14:1-3). Es allí a donde llegó Cristo corporalmente al ascender después de su muerte y resurrección (1 Tim. 3:16). Es allí a donde va hoy el espíritu de todo creyente al momento de morir; al ausentarse del cuerpo está instantáneamente presente al Señor (2 Cor. 5:8). Pero el día pronto viene cuando todos llegaremos allá en cuerpos glorificados cuando Cristo arrebatará a su Iglesia (1 Tes. 4:16-17). Los cuerpos de la humillación nuestra serán semejantes al cuerpo de la gloria suya (Flp. 3:20-21).

Dice la segunda estrofa:

Sólo tras oscuro velo,
Hoy le puedo aquí mirar,
Mas ya pronto viene el día
Que su gloria ha de mostrar.

Esta traducción fue hecha por el hermano Vicente Mendoza. Él nació en 1875, aquí en México, en Guadalajara (la Perla Tapatía), y murió en 1955 en la Ciudad de México. Fue un reconocido líder metodista en este país, y el primer director de la revista “El Evangelista Mexicano”, fundada en el año 1930 y en existencia hasta el día de hoy. Los himnos que escribió o tradujo, así como melodías que compuso, constituyen un rico acervo de contribuciones a la himnodia hispana. Por ejemplo: “Dejo el mundo y sigo a Cristo”, “Oh, Amor, que no me dejarás”, “¿Cómo podré estar triste?, “Jesús es mi Rey Soberano”, “Que mi vida entera esté”, y “Todas las promesas del Señor Jesús”. ¡La lista es larga!

Nuestro himno alude aquí a las palabras de del apóstol Pablo, cuando escribió:
“Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Co. 13:12).

Según el comentario The Bible Knowledge Commentary, una manera de ver este versículo es que en “una ciudad como Corinto, famosa por sus espejos de bronce, habrían apreciado esta ilustración de Pablo. La perfección y la imperfección mencionadas en el versículo 10 se compararon hábilmente con las imágenes contrastantes obtenidas por el reflejo indirecto del rostro visto en un espejo de bronce y el mismo rostro visto directamente. Así, dijo Pablo, era el contraste entre el tiempo imperfecto [al momento de escribirles] y el tiempo perfecto que le esperaba a él y a la Iglesia, cuando el reflejo parcial del presente daría paso al esplendor de la visión perfecta”.

El anciano apóstol Juan escribió: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn. 3:2).

Dice la tercere estrofa:

¡Cuánto gozo habrá con Cristo
Cuando no haya más dolor,
Cuando cesen los peligros
Y ya estemos en su amor!

Una vez fui a un hospital para visitar a una hermana en la fe que estaba por partir al cielo. Cuando estaba a punto de hacer una breve lectura antes de orar, la familia del paciente en la siguiente cama protestó enérgicamente, preguntando qué libro era el que traía. Les expliqué que era la Biblia, la Palabra de Dios, y proseguí a leer: “Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Ap. 21:4-5). Cuando terminé de orar, ¡estas mismas personas me pidieron que les leyera algo a ellos también! Claro, para ellos leí pasajes en cuanto a la salvación, me quedó claro que, ¡sí!, aun el incrédulo entiende que hay cosuelo en saber que con Cristo ya no habrá peligro ni dolor.

Es un buen momento para hablar de la autoría del himno. Fue escrito originalmente en inglés en 1898 por una mujer cristiana de nombre Carrie Ellis, que nació en 1855 en el pequeño y pintoresco estado de Vermont, en el noreste de los Estados Unidos, pero vivió por varios años en el estado de Oregon, en el Pacifico americano, hasta su muerte en 1934. Ella era descendiente del coronel Timothy Ellis quien ganó, unos 80 años antes de que naciera Carrie, distinción en la sangrienta Batalla de Ticonderoga, a unos 200 km al sur de Montreal, Canadá, en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. En 1884 Carrie Ellis se casó con Frank Breck, por lo que se le conoce como Carrie Ellis Breck. El sitio en interent hymntime.com comenta de ella que “su salud no era particularmente robusta y tenía que descansar frecuentemente mientras hacía las tareas del hogar. En esos momentos, se sentaba en su mecedora favorita, tomaba un cuaderno y escribía poesía, a menudo con un bebé en sus rodillas o jugando a sus pies. Aunque no podía entonar una melodía, se le antribuyen unos 400 himnos y 2,000 poesías.

La tercera estrofa anticipa el placer de ver el rostro de Aquel que nos amó tanto que estuvo dispuesto a dar su vida para rescatarnos del Infierno. Dice así:

Cara a cara, ¡cuán glorioso
ha de ser así vivir!
¡Ver el rostro de quién quiso,
nuestras almas redimir!

Permítame una anécdota personal. Mi padre era amante de los himnos y muy conocedor de su himnario. Este himno era uno de sus favoritos. Lo cantamos el día que lo sepultamos en Westbank, Canadá el 27 de julio del 2021. Traduciré lo que dice en su lápida muy sencilla: “Donald Rutherford Alves, 1931-2021, Con Cristo Cara a Cara”.

La melodía de este himno lleva el nombre “Face to Face” (o, “Cara a Cara” en español) y es una composición hecha por un ministro americano de perfil metodista llamado Grant Colfax Tullar (1869-1950). Su nombre, algo curioso, se debe a que sus padres le pusieron como primer nombre, Grant, que era el apellido del entonces presidente de los Estados Unidos, Ulysses S. Grant, y por segundo nombre, Colfax, el apellido del vicepresidente Schuyler Colfax. Su niñez y adolescencia fue turbulenta. Su padre no podía trabajar porque resultó herido en la Guerra Civil Americana. Cuando Grant tenía apenas dos años murió su madre y, lamentablemente, la familia numerosa se desintegró. Cuando era niño, Grant trabajó en una fábrica de lana y también como zapatero, y prácticamente no recibió educación ni formación religiosa. Sin embargo, se convirtió a Cristo a los 19 años en un campamento metodista y pudo estudiar y dedicar su vida al evangelio.

La Biblia dice muy poco con respecto a la fisonomía terrenal de nuestro Señor Jesucristo. Isaías profetizó que sería como raíz de tierra seca; sin parecer en él, ni hermosura… sin atractivo (Isa. 53:2). En cuanto a sus sufrimientos, escribió el sentir de Cristo mismo, al decir: “Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos. Porque Jehová el Señor me ayudará, por tanto no me avergoncé; por eso puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado. (Isa. 50:6-7). Tan horrífico fue que añade el profeta: “De tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (Isa. 52:10). Efectivamente, Mateo narra que en el Sanedrín, los judíos “le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban” (Mt. 26:67). Desfigurado ya, nuestro Señor caminó obedientemente hasta la muerte y muerte de cruz.

Sin embargo, hay dos referencias al rostro del Señor en el Apocalipsis. En 1:16 Juan vio en visión al Señor exaltado y “su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”. La última mención de su rostro es en el contexto de la Nueva Jerusalén, nuestro domicilio eterno, que dice: “No habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos (22:3-5).

“En presencia estar de Cristo, ver su rostro ¿qué será? Sí, anhelamos ese momento. Los creyentes estaremos eternamente “delante del trono y en la presencia del Cordero (Ap. 7:9). Pero los incrédulos, escribió Pablo: “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor (2 Tes. 1:9). Será así, dice Dios, porque sus pecados habrán hecho ocultar de ellos su rostro para siempre” (Isa. 59:2). ¿Qué de ti, apreciado lector? En el más allá, ¿estarás cara a cara con Cristo, o estarás a solas, a espaldas de Dios, sin Cristo y sin esperanza?

Dios quiera que hoy mismo tú también disfrutes de esta esperanza bienvanturada:

Cara a cara espero verle,
Más allá del cielo azul;
Cara a cara en plena gloria,
He de ver a mi Jesús.

Puedes escuchar la tonada aquí:
https://youtu.be/OxVymaorfu4?si=7HcWcE9WoQ7NjRhO


Lee la revista digital y bíblica llamada “Bálsamo”
https://revistabalsamo.com/

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