Himnología

“Una Línea Rebasa el que Ignora al Señor”

David Alves padre

Consideremos el himno titulado: “Una línea rebasa el que ignora al Señor”.

Sólo sé que la letra en inglés y la composición musical son obra de un hombre llamado Arthur J. Hodge, y que al himno se le asocia con el año de 1923. Lo escuché por primera vez en reuniones para la predicación del evangelio en la década de los 1980 en el Canadá y en los Estados Unidos.

La primera estrofa dice así:

Una línea rebasa el que ignora al Señor,
y el Espíritu no llama más.
Con el mundo tú corres veloz, sin temor:
piensa bien, piensa bien, ¿qué harás?

Este himno nos llama a reflexionar de manera bastante sobria en cuanto a nuestras vidas y de decisiones irreversibles que podemos tomar con relación a nuestro destino eterno más allá de la muerte. Se ilustra a la muerte como una línea invisible que atraviesa el camino de todo ser humano.

Isaac, ya anciano y casi ciego, aun así confesó: “No sé el día de mi muerte” (Gén. 27:2). Pero no hay que estar viejo para morir, ni enfermo, ni en un accidente grave. Sólo Dios conoce el momento exacto que nos tocará pasar la línea de la muerte. Job dijo: “El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores, sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece… Ciertamente sus días están determinados, y el número de sus meses está cerca de ti; le pusiste límites [Dios], de los cuales no pasará” (Job 14:1-5).

Nuestra vida es la antesala de la eternidad y es, por tanto, la oportunidad que Dios nos da para ponernos a cuentas con Él. Bien dijo el profeta Amós: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios” (Amós 4:12). El apóstol Pablo escribió: “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Cor. 6:2). El sabio Salomón advierte: “No te jactes del día de mañana; porque no sabes qué dará de sí el día” (Pr. 27:1).

Por medio de su Santo Espíritu, Dios te está llamando, apreciado lector. Eliú dijo: “En una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende” (Job 33:14). Hazle caso a Dios. “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Rom. 2:4-5).

Por esto, el coro de nuestro himno dice así:

Piensa bien, ¿qué harás?,
hoy podrías morir;
tus placeres aquí dejarás.
Al infierno, sin Cristo, tendrías que ir:​
Piensa bien, piensa bien,
¿qué harás?

Nueve veces en el himno nos exhorta, diciendo: “Piensa bien”. En cinco ocasiones la interrogante es: “¿Qué harás?”. En cuanto al pueblo de Israel, Moisés exclamó: “¡Ojalá fueran sabios, que comprendieran esto, y se dieran cuenta del fin que les espera!” (Dt. 32:29). Por esto le pidió a Dios: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Sal. 90:12). Así mismo, David oró: “Hazme saber, Jehová, mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy. He aquí, diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive” (Sal. 39:4-5).

Este himno fue adaptado al español por David R. Alves en Septiembre de 2004. Diez meses antes había muerto su concuñado, Jaime, a la edad de 50 años. Algunos lectores quizás recuerden al padre de Jaime, se llamaba Juan Frith, y sirvió al Señor como misionero cristiano en Venezuela por muchos años. Jaime tenía muy buena salud, era riguroso en cuanto a una dieta sana, muy fuerte y siempre activo. No acostumbraba a trabajar los sábados y había prometido a sus niños ir este sábado a patinar sobre hielo. Pero surgió un detalle con una casa que iba a entregar a sus nuevos dueños el lunes y decidió ir a resolverlo antes de salir con la familia. Nunca regresó a casa. Según el médico forense fue una muerte súbita. Fue un golpe muy duro para toda la familia pero, en medio de tanto dolor, era de tremendo consuelo que muchos años antes había recibido a Cristo como Salvador. Nadie se imaginaba que ese 22 de Noviembre él repentinamente cruzaría la línea invisible de la muerte. Pero ausente de cuerpo, se fue instantáneamente para estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor (2 Cor. 5:8; Flp. 1:23). ¡Qué bueno que lo pensó bien y era salvo!

Foto de Edward Howell

Al cantar la segunda estrofa hacemos bien en recordar dos trágicas historias bíblicas. Por un plato de lentejas Esaú cambió la bendición más grande que un hijo israelita podía recibir. Similarmente, Judas Iscariote vendió a Cristo por treinta piezas de plata. Ambos lamentan hoy en la condenación la gravedad de su error. A la luz de la eternidad hay que ver qué realmente vale la pena. Los placeres que el mundo ofrece sí deleitan, amigo, pero son temporales (Heb. 11:25). Ten lo por seguro que “las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Cor. 4:18).

Escuche:

¿Cómo despreciarás el regalo de Dios,
por los vicios que tú amas más?
De este mundo, quizás, quieres hoy ir en pos:
piensa bien, piensa bien, ¿qué harás?

Harold Lasseter fue un buscador de oro australiano que afirmó haber visto años antes un arrecife de oro fabulosamente rico de unos siete kilómetros de largo en los desiertos de Australia Central. A pesar de que ya empezaba la recesión económica mundial conocida como la Gran Depresión, por fin logró juntar dinero y varios exploradores y salieron en busca de la “Montaña de Oro”. Después de una búsqueda infructuosa que duró varios meses, imperaba el desánimo y frustración en el equipo, Lasseter se separó del grupo y sus camellos también huyeron. Deshidratado ya y muy desorientado, con poca agua disponible, siguió señas que le dio una familia de aborígenes, caminando solo por muchos kilómetros más. A principios de 1931 su cuerpo fue encontrado en una cueva con su diario de apuntes a su lado. Las últimas palabras que escribió Harold Lasseter decían algo así: “Aquí estoy, empeñado en conseguir una montaña de oro, cuando en realidad lo que más necesito es un trozo de pan”. ¡Cuántos hay como él que al llegar a línea invisible de la muerte han descubierto su gran error de no buscar lo que de verdad vale la pena en la vida.

Con razón Cristo un día lanzó estas dos preguntas a sus oyentes: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mr. 8:36-37).

Concluyo con las palabras de la última estrofa:

En su misericordia Dios quiere salvar,
pero tiempo no siempre tendrás.
Hoy la puerta está abierta y puedes entrar:
piensa bien, piensa bien, ¿qué harás?

Después de la muerte no habrá una segunda oportunidad para ser salvo, amigo. La Biblia es muy clara al decir “que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Heb. 9:27). La oferta de Dios en cuanto al perdón de pecados tiene vigencia solamente en la tierra (Mr. 2:10). Al irte de este mundo ya no podrás corregir tu error de haber despreciado a Cristo. Esto lo descubrió el hombre rico del que contó Cristo en Lucas 16:19-31. Tuvo sus banquetes con esplendidez mientras vivía sobre la tierra pero murió sin la salvación y estando en tormento, atormentado por las llamas, clamaba por una gota de agua, pero se dio cuenta de que su situación era irremediable.

Todo pecador merece la condenación pero Dios no quiere que ninguno perezca. A esto se le llama su misericordia. Lo que quiere es darle un regalo inmerecido a toda persona que reciba a Cristo como Salvador. A esto se le llama su gracia.

Cristo dijo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt. 7:13-14). Apreciado lector, por favor: Piensa bien. ¿Qué harás?

Para escuchar la tonada de este solemne himno, abra este enlace:
https://youtu.be/yscXD39OqP4?si=9GD55PDgED72xwvq


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