Himnología

“Rasgose el Velo”

David Alves padre

Consideremos el himno “Rasgose el velo”. Citaré la versión que aparece en Himnos y Cánticos del Evangelio; el número 274. Es un himno que describe hermosamente el acceso a la presencia misma de Dios que todo verdadero creyente disfruta por fe, por medio de la presente obra intercesora del Señor Jesucristo, quien actúa a nuestro favor en su oficio como Gran Sumo Sacerdote en el cielo.

Al principio de la Biblia leemos de cómo Adán y Eva fueron expulsados del huerto del Edén debido a su pecado. Los querubines y una espada encendida a la entrada de que aquel paraíso ponían en evidencia que el acceso a Dios estaba restringido. Sin embargo, uno de los grandes temas de la Biblia es que Dios poveería un camino de regreso a sí mismo. Por 15 siglos, antes de la venida de Cristo, en lo que se conoce como la Dispensación de la Ley, Dios dio el singular privilegio a la nación de Israel de tener acceso a Él por medio del sacerdocio levítico en el ámbito de tres sucesivos santuarios terrenales: el Tabernáculo, el Templo de Salomón y el Templo de Zorobabel (remodelado por Herodes).

Aunque estos recintos variaban en su tamaño y lujosidad, todos tres tenían en común un Lugar Santísimo a donde sólo podía entrar el sumo sacerdote de Israel durante la Fiesta de la Expiacíon, celebraba un sólo día al año (Lev. 16). En los tres recintos había un hermoso velo que separaba el Lugar Santísimo del resto del entorno sagrado. En cuanto a este velo en el Tabernáculo, Dios instruyó a Moisés, diciendo: “Harás un velo de azul, púrpura, carmesí y lino torcido; será hecho de obra primorosa, con querubines; y lo pondrás sobre cuatro columnas de madera de acacia cubiertas de oro; sus capiteles de oro, sobre basas de plata. Y pondrás el velo debajo de los corchetes, y meterás allí, del velo adentro, el arca del testimonio; y aquel velo os hará separación entre el lugar santo y el santísimo. Pondrás el propiciatorio sobre el arca del testimonio en el lugar santísimo.” (Éx. 26:31-34). Estos dos muebles, el Propiciatorio encima del Arca del Pacto, constituían una especie de trono terrenal del Dios santo que habitaba entre su pueblo que ofrecía sacrificios expiatorios que temporalmente cubrían sus pecados en anticipación de Cristo y su obra redentora.

El velo del templo de Salomón era similar al del Tabernáculo pero mucho más grande (2 Crón. 3:1-14). Trágicamente, el hermoso templo de Salomón, conocido como el Primer Templo, fue destruído por Nabucodonozor, rey de Babilonia, cuando conquistó a Jerusalén en el año 586 a. de C. Desde entonces los judíos no han sabido del paradero del Arca del Pacto con su cubierta, el Propiciatorio.

Unos 70 años después, Zorobabel, en su regreso de Babilonia, construyó el Segundo Templo en Jerusalén (Esdras 3-6). No tenemos detalles bíblicos de este templo, pero en los libros de Esdras y Nehemías es notoria la omisón de alguna mención del Arca del Pacto. Del Lugar Santísimo de este Templo, conmueve mucho leer las palabras del historiador romano, Cornelio Tácito en su Libro de Historias, traducido del latín por Joaquín Soler Franco, que en el Libro 5 Párrafo 9, en cuanto a un evento que sucedió en el año 63 a. de C., dice: “Cneo Pompeyo fue el primer romano que logró sujetar a los judíos y entrar en el templo con el derecho que le daba la victoria. De ahí partió la noticia de que en su interior no había imagen alguna, el santuario estaba vacío, y que sus doctrinas eran un arcano sin fundamento. Tras derruir las murallas de Jerusalén permaneció en pie el templo”. El historiador Josefo, en su libro “Antigüedades Judías” también confirma que Pompeyo entró al templo, y especifica que vio la Mesa de los Panes y el Candelero pero omite mención del Arca del Pacto.

Herodes remodeló, agrandó y embelleció el Segundo Templo. Comenzó la obra en el año 20 a. de C. y la completó en 46 años (Jn. 2:20). Este fue el templo que estaba en pie durante la vida terrenal de nuestro Señor Jesucristo. Es de notar que por ser de ascendencia humana de la tribu de Judá, Él respetó el orden levítico y sólo visitó las áreas externas del templo que eran permitidas.

El filólogo y erudito Marvin Vincent comenta lo siguiente en cuanto al velo del Segundo Templo: “Según los rabinos, tenía un grosor de un palmo [10 cm] y estaba tejido con setenta y dos trenzas retorcidas, cada una de las cuales constaba de veinticuatro hilos. Tenía sesenta pies de largo [unos 18 m] y treinta de ancho [unos 9 m] . Se hacían dos de ellos cada año, y según el lenguaje exagerado de la época se necesitaban trescientos sacerdotes para manipularlo. Este velo era el que cubría la entrada al lugar santísimo, y no, como se ha afirmado, el velo que colgaba ante la entrada principal del santuario. El lugar santísimo contenía sólo una gran piedra, sobre la cual el sumo sacerdote rociaba la sangre el día de la expiación, ocupando el lugar donde había estado el arca con el propiciatorio”.

Cristo murió sobre la cruz poco después de las 3 de la tarde, exactamente cuando los sacerdotes estarían ofreciendo el incienso de la tarde sobre el Altar de Oro, a unos pasos del velo. Uno de los milagros sobrenaturales que sucedieron en ese momento fue que el velo se rasgó. Los registros de los Evangelios dicen lo siguiente:

1) Mt. 27:51 – “… he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.”
2) Mr. 15:38 – “… el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.”
3) Lc. 23:45 – “… el velo del templo se rasgó por la mitad”.

Estas tres citas muestran que ese enorme, fuerte y grueso velo se rasgó de arriba abajo. Aunado al hecho de que es un verbo pasivo, al decir “de arriba abajo” hace obvio que fue una obra divina. Se rasgo en dos, o completamente. Dios indicaba que era una obra definitiva, irreversible. Se rasgó por la mitad. No fue nada más por una orilla, como si por desgaste, o algún tropiezo accidental. Tampoco podría haber sido por el terremoto. Fue una rasgadura precisa que dejó expuesto el Lugar Santísimo y justo en frente de donde debería estar el Arca del Pacto. Fue una obra develadora. Simbólicamente, Dios estaba mostrando la abolición total y definitiva del sistema levítico. Uno se pregunta si el tremendo impacto de este evento fue lo que poco tiempo después influyó en que muchos sacerdotes judíos se convirtieran a Cristo (Hch. 6:7).

La primera estrofa de nuestro himno de hoy dice así:

“Rasgose el velo”, ya no más
Distancia mediará,
Al trono mismo de su Dios
El alma llegará.

Las primeras cuatros estrofas comienzan con la expresión: “Rasgose el velo”, y por esto me he tomado el tiempo para identifar a qué velo se refiere y la importancia teológica de su rasgadura.

En esta presente dispensación, la de la Gracia, todos los creyentes, tanto judíos como gentiles, podemos orar y adorar a Dios, ya sea en privado o en público, sin intermediario humano y sin importar la hora del día o el lugar geográfico (Jn. 4:21-24). Pablo escribió: “por medio [de Cristo] los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efe. 2:18). “En quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él” (Efe. 3:10). “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios… Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb. 4:14-16).

Este himno fue escrito originalmente en inglés por James George Deck. Sus himnos y poesías son de profundo contenido espiritual. James Deck y su contemporáneo, Edward Denny, son los dos autores con más contribuciones de himnos al Believers Hymn Book, uno de los himnarios más usados entre las asambleas que se congregan al Nombre del Señor Jesucristo en el mundo anglosajón. Contiene 14 himnos de Denny, y 22 de Deck, nuestro autor de hoy, aunque sé de unos 40 que él escribió en total. James George Deck nació en Inglaterra en 1807 y murió en Nueva Zelanda en 1884. Se crió en el seno de la Iglesia de Inglaterra (o Anglicana). Un dato curioso es que su madre, una mujer muy piadosa, antes de castigar a sus hijos primero oraba con ellos. Cuando era joven, Deck eligió una carrera militar y se entrenó en París, Francia bajo la dirección de uno de los generales de Napoleón. En 1829 fue comisionado como oficial en la estación del 14º Regimiento de Madrás [hoy llamada Chennai], en la India. Pidió licencia y durante una visita en Inglaterra aceptó al Señor Jesús como su Salvador. A su regreso de nuevo en la India testificó fielmente a sus compañeros oficiales. En 1835 él y su esposa regresaron a Inglaterra debido a su mala salud. A raíz de una investigación que hizo acerca del bautismo de niños pequeños, dejó la iglesia anglicana y se asoció con creyentes del naciente movimiento de los, así llamados, Hermanos de Plymouth. Luego renunció a su cargo militar y en 1852 se dedicó a la predicación del evangelio en aldeas en la parte occidental de Inglaterra. Debido a problemas de salud, se mudó a Nueva Zelandia, junto con su familia, y allí trabajó fielmente para el Señor durante más de 30 años. En 1882 la enfermedad lo dejó completamente inválido. Por varias décadas después de su muerte creyentes en Nueva Zelandia recordaban la fragancia del testimonio que dejó.

La segunda estrofa dice:

“Rasgose el velo”, ¡sombras id!
La luz resplandeció;
La cara misma de su Dios,
Jesús ya reveló.

Imagen tomada de https://seekthegospeltruth.com/2022/04/16/mark-1532-47-jesus-died-and-the-temple-curtain-was-torn-why-it-happened/

Todo el ritual levítico, escribió Pablo, era sombra de lo que había de venir (Col. 2:17). Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan (Heb. 10:1). Cristo cumplió cabalmente todas las figuras y sombras del Antiguo Testamento. Además, nosostros tenemos también la revelación final de Dios en su Palabra. Pablo escribió: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18).

La composición de la música fue hecha por un hombre escocés llamado Hugh Wilson de perfil presbiteriano (1766-1824). Era un hombre multifacético que trabajó como zapatero, maestro de matemáticas, de música y otras materias, obrero en fábricas de algodón, y dibujante en una fábrica. En su tiempo libre hacía relojes de sol y composiciones musicales para himnos. Esta melodía se llama Martyrdom, y fue una adaptación hecha por Hugh Wilson de una melodía popular escocesa del siglo 18 originalmente utilizada para la balada “Helen of Kirkconnel”. Hugh Wilson compuso otras melodías, incluso para algunos Salmos pero, lastimosamente, dejó instrucciones para que se destruyera todo su trabajo después de su morir, y así fue.

La salvación no es por obras (Efe. 2:8) porque la obra completa la hizo Cristo en la cruz. Por eso clamó: “Consumado es” (Jn. 19:30). Pasemos ahora a la tercera estrofa con un tema muy importante:

“Rasgose el velo”, hecha está
Eterna redención;
El alma pura y limpia ya
No teme perdición.

El velo rasgado da testimonio a la seguridad eterna de nuestra salvación. El escritor a los Hebreos se refirió a esto cuando habló de “la esperanza puesta delante de nosotros.
La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo,
donde Jesús entró por nosotros como precursor” (Heb. 6:18-20). En cuanto al ancla, cuando no se ve a bordo del barco, es porque está en lo profundo del mar haciendo su trabajo. Así es la fe, es la certeza de lo que se espera (Heb. 11:1). Fe en Cristo es el eslabón inquebrantable que nos une eternamente al Redentor de nuestras almas.

Este himno fue traducido al español por Charles H. Bright (1850-1952), un hermano inglés, que también se identificaba con la s asambeas congregadas en el Nombre del Señor, y sirvió al Señor en México durante quizás veinte años, luego Venezuela durante parte de 1888 y 1889, y posteriormente en el Perú y Ecuador por varios años. Llevaba su imprenta de país en país y en su estadía en Venezuela publicó una hoja evangélica titulada “La Antigua Fe”, y otra llamada “Las Buenas Nuevas”. Después de una corta estadía en Ecuador, donde perdió su imprenta en un incendio en la aduana, regresó al Perú y allí sirvió al Señor por un cuarto de siglo. Vivió sus últimos años en California, en los Estados Unidos. Un himno muy conocido de su autoría es: “¡Eternidad! ¡Qué grande eres!”.

El himno está impregnado de las verdades tan sublimes desarrolladas en la epístola a los Hebreos. Fíjese en la cuarta estrofa, que dice:

“Rasgose el velo”, Dios abrió
Los brazos de su amor;
Entrar podemos donde entró
Jesús, el Salvador.

Dice Hebreos 9:11-12, que “estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”.

Y con razón añade esta exhortación, diciendo: “Hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Heb. 10:19-22).

El Salvador sentado está
En alta Majestad;
Purgados los pecados ya,
Según la santidad.

En el inmobiliario del Tabernáculo brilla por su ausencia una silla para los sacerdotes. El simbolismo es que en el sistema levítico siempre había algo que hacer, los sacrificios tenían que ofrecerse continuamente. Pero tal fue la eficacia, valor, y virtud de la sangre derramada de Cristo que Él se ofreció solamente una vez y para siempre. Pedro escribió: Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios (1 P. 3:18; pero vea también Heb. 7:27; 9:7-14, 26; y 10:10-12). De hecho un tema recurrente en la epístola a los Hebreos es que Cristo “habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (1:3; pero vea también 8:1; 10:12; 12:2). Jamás será necesaria otra ofrenda por el pecado. Dios quedó eternamente satisfecho con la obra de Cristo.

En conclusión, el himno nos invita a adorar, a rogar, y a agradecer. Todo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo:

Entremos pues, ¡oh! adorad
Al Dios de amor y luz;
Las preces y las gracias dad,
En nombre de Jesús.

Preces es un vocablo no tan común ya, quizás, que significa “rogativas”, o “ súplicas”.

William MacDonald lo resume bien al comentar lo siguiente: “En el libro de Hebreos aprendemos que el velo representaba el cuerpo de Jesús. Su rasgadura representó la entrega de Su cuerpo en la muerte. A través de Su muerte, tenemos “valentía para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, es decir, su carne” (Heb. 10:19, 20). Ahora el creyente más humilde puede entrar en la presencia de Dios en oración y alabanza en cualquier momento. Pero nunca olvidemos que el privilegio nos fue adquirido a un costo tremendo: la sangre de Jesús.

Cántelo con gozo, reverencia y gratitud, amado creyente: “Rasgose el velo ya no más distancia mediará”. Pablo escribió: “Estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efe. 2:12-13).

Le dejo dos enlaces en YouTube para que escuche la tonada de este precioso himno:

Peregrios y Extranjeros
https://youtu.be/4ATipsns02M?si=OSC7C61yzeLbng5L

Pistas Musica Cristiana Byron – Rasgose el Velo 274 HCE
https://youtu.be/SUx5pNKW3A4?si=1gghnWJ-iNU1HixT


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