Himnología

A Tu Presencia, Oh Dios Bendito

David Alves padre

Foto de Vasilis Karkalas

El himno bajo consideración ahora se titula “A tu presencia, oh Dios bendito”. Citaré la versión que aparece en Himnos y Cánticos del Evangelio, publicado en Argentina; el número 138.

Este es otro himno que expresa elocuentemente la alegría con que rebosa el corazón del creyente al poder disfrutar con plena confianza el acceso espiritual a la presencia misma de Dios. Esto es algo, escribió Pablo a los efesios, que sólo es posible “en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él” (Ef. 3:9-10).

Aunque en un contexto muy diferente, usted recuerda el caso de la reina Ester en el Antiguo Testamento que, sin invitación, ella arriesgaba su vida al entrar a la presencia del rey Asuero sin invitación. ¡Qué temor le habrá dado al hacerlo (Est. 3)! No, no, nosotros hacemos caso a la exhortación que nos hace el escritor de la carta a los Hebreos, cuando dice: “Hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe” (Heb. 9:19-22).

Al parecer, este himno fue fruto del trabajo de un misionero escocés que terminó sus días sirviendo al Señor en Portugal. Richard Holden nació en Dundee, Escocia en 1828. Era hijo de una pareja anglicana, y se convirtió a Cristo a los 21 años. Estuvo en Brasil en 1851 como comerciante y fue entonces cuando empezó a aprender portugués. Luego viajo a los Estados Unidos y estudió teología y portugués en el estado de Ohio, y regresó a Brasil en 1860, pero ahora como clérigo anglicano. Viajó por toda la cuenca del Amazonas, distribuyendo Biblias y folletos evangélicos en pueblos y ciudades ribereñas. Sufrió mucha persecución por parte del clero católico, al grado de que en 1862 sufrió tres atentados que casi le costaron la vida. Se le considera como uno de los pioneros del Protestantismo en Brasil.

Sin embargo, a principios de la década de los 1870 se dice que Richard Holden fue influenciado por un tío de su esposa en cuanto a las doctrinas y prácticas de los, así llamados, “Darbistas” (por ser vistos como discípulos de John Nelson Darby, un maestro entre los “Hermanos de Plymouth”), y viajó a Inglaterra para investigar el asunto a fondo. Convencido, a la luz de las Escrituras, abandonó la Iglesia de Inglaterra, y se identificó el resto de sus días con las asambleas que se congregan al solo Nombre del Señor Jesucristo. En el sitio en internet brethrenarchive punto org podrá encontrar unas diez publicaciones de Holden, en inglés. De particular interés para muchos creyentes son seis cartas que le escribió a su señora madre en 1873 explicando por qué había dejado de ser clérigo en la Iglesia de Inglaterra para congregarse con “Los Hermanos”.

Posteriormente, Richard Holden salió de Inglaterra como misionero a Portugal y Dios bendijo sus labores en el evangelio en la salvación de almas y formación de iglesias locales allá sin afiliación denominacional. También tuvo de oportunidad de visitar de nuevo en Brasil y ayudar allí con el establecimiento de asambleas congregadas al nombre del Señor Jesucristo en ese país suramericano.

Holden editó y publicó por lo menos dos ediciones de himnarios para uso entre iglesias de habla portugués en ambos lados del Atlántico, y escribió muchos himnos, no solamente en portugués, sino también en inglés y en español.

La situación religiosa en Lisboa, Portugal en 1886, cuando Holden murió, erá tensa. Al momento de sepultar su cuerpo, dos veces se les negó a los creyentes poder bajar el ataúd a la fosa. Una vez porque no había un clérigo reconocido dirigiendo el sepelio, y la otra por ser Protestante. Finalmente, en un pequeño cementerio en las afueras de la ciudad sepultaron los restos de este fiel siervo del Señor. Entre otras cosas, su viuda contó que en su lecho de muerte un creyente le había mencionado la corona que iba a recibir en el cielo. Holden contestó algo así: “No es la corona lo que me interesa, al que quiero ver es al que dará las coronas”.

Le debemos a Holden otros dos himnos muy conocidos. Uno se titula: “Abba, Padre, te adoramos en el nombre de Jesús”. El otro himno es: “Cual mirra fragante que exhala en redor”, que escribió en portugués y fue traducido al español en 1870 por alguien con las iniciales H. M. que, lastimosamente, desconozco quién sea. A mí parecer ese himno contiene una de las estrofas más hermosas en Himnos del Evangelio. Dice así: “Jesús, tierno nombre de precio y valor, tu nombre bendito, Jesús Salvador, por cima de todos sin par, sin igual, exhala fragancias de amor celestial”. Al parecer, nuestro himno de hoy lo escribió en español.

Al cantar “A tu presencia, oh Dios bendito”, nos sentimos como el salmista David, cuando exclamó: Me alegraré y me regocijaré en ti; cantaré a tu nombre, oh Altísimo” (Sal.9:2).

La primera estrofa de nuestro himno dice así:

A tu presencia, oh Dios bendito,

vengo y proclamo con gran fervor

cuánta alegría tengo en mi alma,

qué dulce calma ya por tu amor.

Antes de la salvación éramos como un barco en una furiosa tempestad. Bien dijo el profeta Isaías: “Los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Isa. 57:20-21). Pero todo cambió cuando llegó Cristo a nuestras vidas y nos llenó de dulce calma.

Nuestra condición se ilustra bien con la experiencia de los discípulos en el barco en el Mar de Galilea. Dice Marcos en su Evangelio que “al venir la noche, la barca estaba en medio del mar… y [Jesús] viéndoles remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario… vino a ellos andando sobre el mar… y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento” (Mr. 6:45-52).

“La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”, escribió el apóstol Pablo (Flp. 4:7).

Dice la segunda estrofa:

No más me escondo de tu presencia,

con confianza ya puedo estar.

Cesó mi miedo; de tu mirada

no tengo nada que recelar.

Cuando Adán y Eva, nuestros primeros padres, pecaron contra Dios en el huerto del Edén, se escondieron de su Creador y tuvieron miedo (Gén. 3:8-10). Al final de la Biblia vemos a hombres todavía tratando de esconderse de Dios durante los terribles juicios de la Tribulación, después del Rapto de la Iglesia: “Los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie? (Ap. 6:15-17).

Pero no así la experiencia del que es salvo. Esta estrofa me recuerda a un hombre en la Biblia llamado Mefi-boset, estaba lisiado de los pies debido a un accidente que tuvo en la infancia. Era un nieto del rey Saúl, enemigo acérrimo de David (2 Sam. 9). Cuando murió Saúl y David llegó al trono mandó a llamar a Mefi-boset. Sin duda, temeroso de que moriría, Mefi-boset se postró ante David. Qué sorpresa se llevó cuando el rey le dijo: “No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo misericordia”. La reacción de Mefi-boset, al escuchar acerca de todo lo que David haría por él, es conmovedora: “¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?”. Es más, “Mefi-boset”, dijo el rey, “comerá a mi mesa, como uno de los hijos del rey”.

Así también, el creyente en Cristo Jesús, ha sido hecho cercano a Dios. No tenemos miedo ni temor en su presencia. Pablo escribió a los efesios: “Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (2:4-7).

Pasemos a la tercera estrofa, que dice:

Supe que me amas, puesto que he visto

en Jesucristo prueba sin par
de que, no obstante mi indigna historia,

tengo en tu gloria propio lugar.

El creyente disfruta mucho el hecho indudable de que es amado por Dios y por el Señor Jesucristo. “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8). Pablo escribió en una de sus primeras cartas del “Hijo de Dios”, dijo él, “el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20). Mientras más crecía en su fe, más se daba cuenta de su indignidad. En una de sus últimas cartas le escribió a Timoteo que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”, y añadió “de los cuales yo soy el primero” (1 Tim. 1:15). Nadie jamás podrá gloriarse de haber alcanzado algún mérito para merecer estar en gloria. Todos le confesaremos a Dios lo que dijo el hijo pródigo a su padre: “No soy digno de ser llamado tu hijo” (Lc. 15:21). De hecho, uno hace bien en cantar todo este himno teniendo al hijo pródigo en mente.

Finalmente, la última estrofa dice:

Gracia divina en Ti se encuentra,
Y se concentra divino amor;
Cristo del cielo vino a salvarme
Y pruebas darme de tu favor.

La noche antes de morir Cristo le dijo a sus discípulos en el aposento alto: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn. 15:13). Se los comprobó el día siguiente cuando voluntariamente dio su vida en un vil madero.

La composición musical fue obra del hermano estadounidense Ira David Sankey. Él nació en 1840, en Edinburgh, Pennsylvania, y murió en 1908, en Brooklyn, Nueva York. Por casi 30 años fue el colaborador incansable de Dwight Lyman Moody en numerosas campañas evangelísticas multitudinarias en el mundo anglosajón a ambos lados del Atlántico.

Ira D. Sankey, en su libro, publicado en 1906, cuyo título traducido del inglés es “Mi Vida y la Historia de los Himnos del Evangelio”, contiene su autobiografía, además de sus anécdotas acerca de unos 200 himnos. En el Prefacio, escrito por Theodore L. Cuyler, dice lo siguiente: “Si alguna vez un hombre fue levantado y dotado para un trabajo especial por nuestro Divino Maestro, ese hombre fue Ira D. Sankey. Su obra ha tenido un carácter doble. Antes de sus días, los salmos, los himnos y los cánticos espirituales siempre habían sido una parte importante de los servicios de adoración religiosa en toda la cristiandad. Pero [Sankey] introdujo un estilo peculiar de himnos populares que están calculados para despertar a los descuidados, derretir a los endurecidos y guiar a las almas inquisitivas hacia el Señor Jesucristo. Además, él mismo cantó estos poderosos himnos de avivamiento y se convirtió en un predicador del evangelio de la salvación mediante el canto tan eficaz como lo fue su asociado, Dwight L. Moody, mediante el sermón. Las multitudes que escucharon su rica y prodigiosa voz en [himnos como] “Las noventa y nueve”… darán testimonio del prodigioso poder con el que el Espíritu Santo le dio expresión. Si bien tuvo muchos sucesores, él fue el pionero”.

Sankey hizo una tremenda contribución a la himnodia cristiana. Tengo a la mano el himnario que editó, cuyo título traducido del inglés sería: “Cánticos Sagrados y Solos de Sankey”, que contiene una impresionante colección de 1200 himnos y coros escritos por él y muchos otros. Como compositor, resumo el trabajo de Ira Sankey al mencionar que en “Himnos y Cánticos del Evangelio”, hay 28 melodías de su composición como son, por ejemplo, los himnos: “Allá en la gloria”; “Aún hay lugar”; “Noventa y nueve ovejas son”; “Aún hay lugar”; “Tu dejaste tu trono y corona por mí”; “Oh, quién jamás pudo expresar tu amor”; “¡Cuán firme cimiento se ha dado a la fe”; y “Señor Jesús, tomaste mi lugar!”.

Esta melodía, que usamos para “A tu presencia, of Dios bendito”, parece haber sido usado originalmente para un himno de la renombrada poetisa inglesa Frances Ridley Havergal, pero fue apropiadamente por Holden. Además de la rima consonante al final de las líneas 2 y 4, hay lo que voy a llamar una exquisita rima interna al principio de las líneas 2 y 4 con el final de las líneas que las anteceden, que voy a tratar de enfatizar al leerles el himno una vez más para concluir:

A tu presencia oh Dios bendito,
vengo y proclamo con gran fervor,
cuánta alegría tengo en mi alma,
qué dulce calma ya por tu amor.

No más me escondo de tu presencia,
con confianza ya puedo estar;
cesó mi miedo de tu mirada,
no tengo nada que recelar.

Supe que me amas, puesto que he visto
en Jesucristo prueba sin par
de que, no obstante mi indigna historia,
tengo en tu gloria propio lugar.

Gracia divina en Ti se encuentra,
y se concentra divino amor;
Cristo del cielo vino a salvarme
y pruebas darme de tu favor.

Para escuchar la melodía, puedes usar este enlace a YouTube:
https://youtu.be/pxkUeac7jIM?si=YPO4f43GddRUOkEJ


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