Cristo en toda la Biblia

Dios es Desechado

David Alves hijo

Foto de Martin Masson

1 Samuel 8:1-22

Al haber envejecido Samuel, él puso a sus hijos Joel y Abías como jueces. El Espíritu Santo señala lo siguiente acerca de ellos: “No anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho”. Qué lamentable que un hombre como Samuel no pudo terminar de tener un impacto positivo sobre sus hijos para que ellos sirviesen a Dios así como él lo había hecho.

Hemos considerado anteriormente que a Cristo lo podemos encontrar en el Antiguo Testamento al asemejarlo con distintas personas virtuosas que son mencionadas en la Biblia hebrea. Tomamos lo que es loable de ellos y lo relacionamos con las virtudes inescrutables del Mesías. Pero también encontramos al Señor en esta sección de la Biblia al contrastarlo con personajes pecaminosos. Cuando leemos de personas como los hijos de Samuel, Dios quiere que los contrastemos con su Hijo, y de esa manera resaltar todas las hermosuras pertinentes a su Persona.

Esto significa que si los hijos de Samuel fueron inicuos como jueces, esto resalta lo justo e íntegro que es Jesucristo como el Juez de toda la tierra. Pablo predicó a Cristo a los atenienses diciéndoles: “Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hch. 17:30, 31). Bien pudiésemos decir de Aquel que juzgará a los perversos: “Jehová es justo, y ama la justicia” (Sal. 11:7). Los hijos de Samuel actuaron torcidamente. El Hijo de Dios siempre ha actuado rectamente, y por siempre lo hará. Exaltamos al Juez que es completamente justo. Es tan justo que se glorificará a sí mismo grandemente cuando él triture a sus enemigos por causa de su perversidad.

El texto nos señala que los ancianos de Israel fueron a Samuel porque deseaban que un rey fuese puesto sobre la nación. A Samuel no le agradó que le dijesen: “Danos un rey que nos juzgue”. El experimentado juez y profeta no podía comprender el motivo por el cual ellos desearían tener un rey si era el gran Jehová que reinaba sobre ellos. Samuel llevó este asunto ante el Señor en oración y nos deja muy pensativos la respuesta que recibió. Dios le dijo: “Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos”. También le pidió a Samuel que les advirtiera sobre todo lo que les acontecería si escogían tener un rey que gobernase sobre ellos, en vez de que lo continuara haciendo el Rey del universo.

El pueblo ya había tomado su decisión. No tenía interés en medir las consecuencias que sufrirían. Cuánto habrá ofendido al glorioso Señor escucharles decir: “No, sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras”. ¿Cómo es posible que ellos deseaban tener un monarca imperfecto que reinara sobre ellos si el que gobernaba sobre ellos era el Soberano perfecto? No lo comprendemos, pero ellos rechazaron a Dios tan feamente de esta manera.

Esta escena no puede sino llevarnos a unos 1,100 años después de que vivió Samuel. Vemos a Jesucristo sobre la tierra. Ha predicado el evangelio para que los judíos puedan ser parte de su reino venidero. Anhelaba de todo corazón que lo reconocieran como el Ungido de Jehová y como aquel que reinará por siempre. Pero la nación le rechazó por completo. Esto lo hicieron saber de una manera muy clara cuando Pilato le presentó delante de la multitud y ellos exigieron que fuese crucificado. En Juan 19:14, 15 leemos: “Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey! Pero ellos gritaron: ¡Fuera, fuera, crucifícale! Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César”. En esta otra ocasión Israel también desechó a Dios. Cuánto dolor habrá llenado el corazón de Jesús escuchar a aquellos a quienes él había venido a rescatar que hablaran de esa manera.

Hoy en día muchos siguen desechando a Dios. Pero para nosotros que hemos creído en el único Salvador, nosotros buscamos siempre exaltar a nuestro gran Dios. Cada día del Señor nos congregamos como iglesia para resaltar las virtudes de Aquel que nos tuvo gracia y que llevó a cabo la obra de nuestra redención. Entre el mundo más deseche a Dios, nosotros debemos adorarle, amarle y servirle más y más. Llevemos a cabo en todo momento lo que escribió el profeta Isaías: “Jehová, tú eres mi Dios; te exaltaré, alabaré tu nombre, porque has hecho maravillas; tus consejos antiguos son verdad y firmeza” (Isa. 25:1).


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