David Alves hijo

1 Samuel 9-10
La nación de Israel insistió que un rey debía gobernarles. A pesar de no estar de acuerdo, Dios permitió que eso mismo sucediese. No lo permitió porque él es alguien que puede ser fácilmente presionado, sino que lo hizo como una forma de castigo. El Señor se glorifica aun en las maneras en las que él permite que las personas obtengan lo que quieran. El justo Dios se enalteció al dejar que Israel tuviese un rey y al obrar para que eso les resultase en juicio.
Las circunstancias relacionadas a la coronación del primer rey son contadas en el texto. Se habla de alguien llamado Cis que era un “hombre valeroso” de la tribu de Benjamín. La historia se centra principalmente en su su hijo Saúl quien es descrito como siendo “joven y hermoso”. La Escritura declara en cuanto a él: “Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él; de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo”.
El Espíritu Santo cuenta la manera en la que Saúl entró en contacto con el vidente Samuel y cómo fue ungido para ser reconocido como monarca de los hebreos. Samuel al presentarlo delante de todos, les recordó que estaban desechando al Señor por haber elegido a un rey. Saúl fue presentado ante todos y ellos clamaron: “¡Viva el rey!”
Todos sabemos el desenlace de esta parte de la historia de Israel. El rey que fue aclamado por su apariencia física resultaría ser un fiasco para los hijos de Abraham. La lección de Dios es clara. El Señor no se glorifica a través de varones sabios y fuertes realizando grandes cosas. La Biblia enseña que lo contrario es preciso. Dios se exalta a sí mismo al utilizar a personas que son débiles y despreciables para hacer grandes cosas, porque así se hace abundantemente claro que es él quien obra y es él quien merece ser alabado.
Esto lo hace abundantemente claro el apóstol Pablo en el inicio de su carta escrita a los corintios. Él escribió: “lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Co. 1:27-29).
El ejemplo más claro de esto es nuestro amado Salvador. Él es hermoso, sabio y todopoderoso. Pero para el hombre él fue todo lo contrario. La Escritura hace claro que el pueblo judío no vio nada loable en el Hijo de Dios. Isaías profetizó en cuanto a esto: “Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Isa. 53:2, 3).
Aquel a quien el hombre no estimó, Dios lo había destinado para ser el Salvador del mundo. El Señor nació de una manera sospechosa porque su madre quedó embrazada antes de que se casara. Nació en un pueblo desconocido como Belén y vivió la mayor parte de su vida en un lugar mal visto como Nazaret. Su padre terrenal fue un carpintero con pocos ingresos. Perteneció al pueblo hebreo que siempre ha sido menospreciado por las demás naciones en la región. Al haber salido a predicar, fue notorio que tuvo muy pocos seguidores fieles. Al final de su vida fue condenado a morir la peor muerte posible. Fue visto colgado en un madero desnudo y ensangrentado, sufriendo la muerte de los peores criminales. Humanamente hablando no hubo mucho en la vida de Cristo que fue atractivo para los hombres. El Señor no fue como Saúl. A pesar de todo eso, Jesús es aquel que culminó la obra de redención para poder dar vida eterna a todos los que se arrepienten y él es el que soberanamente gobierna todas las cosas.
Bendecimos el nombre del Señor por su sabiduría que excede toda nuestra capacidad para comprender lo que él hace. Glorificamos a Dios porque hizo lo imposible al rescatarnos a través de Aquel que era el menos indicado de acuerdo a la opinión de los hombres. Todo lo que el Señor ha hecho en la obra de la redención es para que el hombre vea lo incapaz que es y comprenda también que la salvación es “de él, y por él, y para él” (Rom. 11:36).
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