David Alves hijo
1 Samuel 18
El pacto hecho entre Jonatán y David
Después de la victoria de David sobre el gigante Goliat, se llevó a cabo un emotivo encuentro entre él y Jonatán. La Escritura dice que “el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo”. Ambos hicieron un pacto porque Jonatán lo “amaba como a sí mismo”. Como garantía del convenio hecho, Jonatán le dio ropa y armas que le pertenecían.
¿No podemos ver aquí algo del pacto que nuestro Amado ha hecho con nosotros? Cuán bendecidos somos que nosotros hemos entrado en pacto con Dios por medio de su gracia a través de nuestro David celestial. Su pacto está sellado con el amor indescriptible que él nos tiene a cada uno de los que hemos sido predestinados desde la eternidad por causa del puro afecto de nuestro Padre. Cuando examinamos su amor podemos decir como dijo la mujer sulamita de Salomón su amado: “Él me ha traído a la sala del banquete, y su estandarte sobre mí es el amor” (Can. 2:4). El pacto hecho con nosotros fue sellado con la sangre que él derramó por nosotros su esposa.
Nuestras almas también han sido ligadas a él. Hemos sido hechos uno solo con él. Estamos “en Cristo” y él está en nosotros. Él es nuestro y nosotros somos suyos. ¿Quién hubiese pensado que el Dios-Hombre quisiera unirse a nosotros siendo tan viles y detestables? Toda honra y gloria sea al que dijo: “Al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera” (Jn. 6:37).
El inicio de la persecución de David
El rechazo que sufrió David a mano del rey Saúl, no puede sino llevarnos a considerar el terrible menosprecio que experimentó Jesucristo a mano de los gobernantes y las personas de su tiempo. Isaías predijo que esto le ocurriría al Mesías. “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Isa. 53:3).
Vemos que el maltrato de Saúl hacia David comenzó cuando las personas le aclamaban más a David que a él. Las mujeres bailaban diciendo: “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles”. Esto produjo un intenso sentido de enojo y de desagrado en el rey. El Señor padeció de una y de otra manera por causa de las autoridades hebreas teniendo celos de él. Al nacer, el rey Herodes detestó la idea de que había nacido el rey de los judíos y buscó matarle. A lo largo de su ministerio público, personas en autoridad como los fariseos, escribas y ancianos, envidiaron grandemente al Hijo de Dios. En su arresto, juicio y crucifixión es muy obvio que los gobernantes odiaban al bendito Señor. Fueron ellos quienes presionaron a los romanos y a los habitantes de Jerusalén que pidiesen la muerte del Mesías.
David tocaba el arpa en el palacio de Saúl para calmarle por el espíritu malo que Dios le había enviado para atormentarle. Al estar David tocando una melodía, Saúl le lanzó una lanza buscando matarle. Esto ocurrió en más de una ocasión. Jehová guardó la vida de David. Saúl lo hizo jefe de mil. David se comportó de manera prudente en todo asunto y él contaba con la constante presencia del Señor. Esto hizo que Saúl le temiera. Mientras que todo el pueblo amaba a Dios, Saúl le tenía terror.
Ante los ataques de Saúl a David y observando el comportamiento de este joven frente a mucha presión a su alrededor, podemos mirar en él la increíble humildad de Cristo Jesús. Él mismo dijo que era humilde. “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11:29). Él demostró que era humilde. Le lavó los pies a sus discípulos. En vez de ser servido, él sirvió a los demás. En Filipenses 2 es presentado como la epítome de la humildad al hacer ver lo mucho que se humilló al hacerse hombre y siervo, y al ser obediente hasta el punto de morir crucificado en un tosco madero.
David sufrió muchas cosas antes de ser coronado. ¿Qué no vemos este mismo orden de eventos en la experiencia de nuestro Rey? Primero sufriría pera un día ser proclamado Rey de reyes y Señor de señores. El Señor Jesús permitió que fuese humillado para un día ser exaltado. Esto lo vemos en las palabras del escritor a los hermanos hebreos cuando escribió: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Heb. 12:2). Esto debe consolarnos grandemente al saber que lo mismo será nuestra experiencia. Ahora sufriremos, pero un día reinaremos. Pablo buscó consolar a los hermanos romanos al escribirles: “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Rom. 8:18). Solo por la gracia de Dios podemos decir que sí el sufrió para después ser exaltado, nosotros también sabemos que sufriremos ahora, pero un día seres glorificados.
David se arriesga por el afán que tenía de buscarse una esposa
La hija de Saúl, Milca, se enamoró de David y esto le pareció bien al rey. Él le mandó a decir a David que podía casarse con Mical si él le traía cien prepucios de los filisteos. Eso mismo hizo David, exponiendo su vida en gran manera. Pensemos por un momento lo que esto significó. David tuvo que ir a la tierra de los filisteos, matar a cien de ellos, cortarles el prepucio y llevar los prepucios a Saúl. Fácilmente pudo haber muerto. Obviamente Dios estaba con él y por eso fue que pudo ser exitoso.
Nosotros adoramos a nuestro Redentor, no porque él haya arriesgado su vida por nosotros, sino porque él entregó su vida en nuestro lugar. El Señor de gloria en la cruz entregó su espíritu por el profundo anhelo que tenía de comprarse para sí una esposa. No podemos encontrar devoción, amor y fidelidad como lo que encontramos en nuestro gran Señor y Rey. Pensar que él estuvo dispuesto en entregarlo todo por adquirirnos a nosotros. Esto es algo que nuestras mentes no pueden comprender en su totalidad. Bendecimos el nombre de Jesucristo por haber derramado su sangre para hacernos su esposa.
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