Viendo al Invisible

Dios es el Gozo de Gozos

David Alves hijo

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Salmos 43 describe al adorador de Dios siendo conducido a su santuario para alabarle junto al altar. El poeta tiene el propósito firme de llegar a ese lugar para enaltecer, dice él, “Al Dios de mi alegría y de mi gozo” (v.4). Esta es una frase singular expresada por el autor y son palabras que deben indicarnos la manera en la que debemos concebir en lo más íntimo de nosotros a nuestro Señor.

Para el salmista, de acuerdo al hebreo, Dios era el gozo de su regocijo. A eso se refiere cuando describe al Señor siendo el “Dios de mi alegría y de mi gozo”. Para nosotros suena redundante decirlo de esa manera, pero no lo es. Está expresando que de entre todos los gozos que él experimentaba en esta vida, Dios era su gozo más inmenso, más placentero y más profundo.

No solo era su gozo y su alegría, en el sentido de que Dios le aliviaba de todas sus penas. La idea que se recalca aquí es que el Señor era su mayor deleite y su satisfacción primordial. Para el escritor, Dios era el tesoro más valioso y más deseable que él podía conocer o poseer.

Esta debe ser nuestra ambición. Mirar al Señor como siendo el Ser más deseable, más excelente y más deslumbrante. Esto lo lograremos cuando comprendamos lo vacío, podrido y destructivo que es la maldad. Esto lo alcanzaremos cuando comencemos a entender más de lo placentero, bueno y pleno que es nuestro Dios.

El Señor en su gracia nos permite experimentar distintos gozos en nuestras vidas con un fin principal. Estas experiencias agradables no tienen como propósito primordial nuestra comodidad, nuestro bienestar o nuestra felicidad. Estas vivencias placenteras son para llevarnos a determinar muy decididamente en nuestros corazones que Dios es el gozo de gozos.

En otras palabras, el Señor nos permite viajar y ver paisajes que nos llenan de alegría, para que él se convierta en nuestro mayor gozo. Dios nos concede el regalo de disfrutar una rica comida con la familia, para que él sea nuestra máxima delicia. Nuestro Padre nos brinda el regalo de tener intimidad con nuestro cónyuge, para que le percibamos a él como siendo nuestro placer supremo. El Señor de gloria nos otorga una almohada cómoda en nuestras camas sobre la cual descansamos de noche, para que concluyamos que él es nuestra felicidad absoluta.

Jonathan Edwards escribió en el siglo XVIII: “Dios, es infinitamente mejor que el alojamiento más placentero aquí: mejor que padres y madres, esposos, esposas o hijos, o la compañía de cualquiera o todos los amigos terrenales. Estas no son más que sombras; pero Dios es la sustancia. Estos no son más que rayos dispersos; pero Dios es el sol. Estos no son sino arroyos; pero Dios es la fuente. Estas son solo gotas; pero Dios es el océano”.

Convenzamos nuestro ser que Dios es el gozo de gozos. Asegurémonos a nosotros mismos en todo momento que el Señor sea el gozo de nuestro regocijo.