David Alves hijo
1 Samuel 3:1-21

Antes de meditar en el Redentor en este pasaje, hay algo que sería provechoso aclarar. La Ley de Dios es tan importante y especial que no podemos interpretarla ni enseñarla a nuestro antojo. El Autor de la Biblia quiere que le demos el sentido que Él quiso que tuviese. No es nuestra prerrogativa entenderla a nuestra manera, aunque esto es algo que hacemos de distintas maneras. Una de ellas es cuando buscamos al Hijo de Dios en el Antiguo Testamento, en ocasiones pareciera que le buscamos de más.
No hay ninguna duda de que todo el Antiguo Testamento da testimonio del Señor Jesús, eso no lo podemos cuestionar. La pregunta no es si Él está ahí, sino más bien, la duda es sobre la extensión en la que Él se encuentra en esa sección de la Biblia. Nunca queremos caer en exageraciones a la hora de interpretar las Escrituras. Sí hay la posibilidad latente de que tratemos de ver al Hijo de Dios en absolutamente todo lo que nos dice el Antiguo Testamento. Para no hacer eso necesitamos pedirle a Dios que nos dé discernimiento para ver a Cristo en toda la Biblia, pero haciéndolo responsablemente. A través de la guía del Espíritu Santo, debemos también estudiar la forma en la que los escritores del Nuevo Testamento encontraron al Mesías en el Antiguo Testamento.
Cuando observamos lo que la Palabra de Dios enseña al respecto, pareciera enseñarnos que hay por lo menos dos maneras en las que debemos realizar esta noble actividad.
1. Cristocéntricamente. Esto es ver a Jesús como el centro de la Biblia hebrea, identificando los tipos confirmados en el Nuevo Testamento que se refieren a Él. Un ejemplo de esto sería cuando Pablo está escribiendo acerca de Cristo siendo el cordero sacrificado en la Pascua (1 Co. 5:7). Esto nos permite estudiar la Pascua y ver a Jesús como el centro de esta celebración anual. Esto no es especular, es discernir la Biblia de acuerdo a la guía que recibió el apóstol para comprender que ese evento era una figura del Hijo del Altísimo.
2. Cristotélicamente. Esto es observar a Jesús como el fin de la Biblia hebrea, al vincular pasajes en esta parte de la Biblia con Jesús, considerándolo a Él como Su cumplimiento total. En griego, la palabra telos significa: “fin”, “objetivo”, “propósito”, “meta”. Estudiar de esta manera sería tomar algo del Antiguo Testamento, comprender que no es en sí una sombra directa de Jesucristo, porque no lo afirma de esa manera el Nuevo Testamento, pero sí nos lleva a pensar en Él. Son porciones del Antiguo Testamento que nos hacen meditar en el hecho de que Jesús es el cumplimiento final de todo.
Un ejemplo de esto sería estudiar a los reyes de Judá, y llegar a la conclusión que únicamente Cristo Jesús es el cumplimiento perfecto de lo que Dios quiso que fuese la monarquía en su pueblo. La Biblia no estipula esto explícitamente. No hay un versículo que diga que los reyes en Judá fueron descritos de la manera en la que los presenta la Biblia para anticipar la venida del Rey de reyes que reinará por siempre con una integridad perfecta. Pero cuando leemos cómo es que el Espíritu Santo detalla a estos reyes, no podemos sino pensar que lo hace para que el lector anhele la venida del Señor de señores para que reine por siempre. En base a eso, analizamos el Nuevo Testamento y buscamos determinar que verdaderamente Él es el Rey de justicia que gobernará sobre todas las cosas sin falla alguna.
Esto es lo que hacemos al ver a Cristo en Samuel; específicamente cuando Dios le llamó a Su ministerio siendo un niño. El Nuevo Testamento no especifica que este profeta sea una sombra del Señor, pero sí podemos decir que la vida de Samuel tiene como telos (“fin”) conducirnos a contemplar la vida de Jesús. Con todo eso en mente, encontramos a nuestro Amado en Samuel de manera cristotélica.
Samuel se encontraba en el templo sirviendo a Dios siendo muy joven. Una noche, Dios le llamó en cuatro ocasiones. La cuarta vez que lo llamó, Jehová mismo se detuvo frente a él y exclamó: “¡Samuel! ¡Samuel!”. El joven niño respondió diciendo: “Habla, que tu siervo escucha”. El Señor le contó acerca de todo el juicio que traería sobre la casa de Elí. Al día siguiente, Samuel le contó a Elí todo lo que Jehová le había dado a conocer.
Samuel fue creciendo y gozó de la presencia de Dios en su vida. La Escritura declara que él “no dejó caer a tierra (sin cumplimiento) ninguna de sus palabras”. Toda la nación de Israel se dio cuenta que él era profeta de Dios. Se afirma que en aquellos tiempos Dios volvió a aparecer en Silo y se revelaba a Samuel.
Observemos al Hijo de Dios como el Profeta del Señor en esta etapa de la vida de Samuel.
1. Fue el Profeta llamado por Dios. El Señor le anticipó a Israel en cuanto al ministerio profético de Su Hijo: “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú” (Dt. 18:18). Muchos profetas fueron comisionados por Jehová, pero el llamado del verdadero Profeta sobresale de todos los demás. En uno de los cánticos sobre Cristo como el Siervo del Señor, leemos que el Padre le dijo a Su Hijo: “Yo Jehová te he llamado en justicia” (Isa. 42:6).
2. Fue el Profeta que sirvió fielmente desde Su juventud. Al venir al mundo le oímos decirle a Su Padre: “Aquí estoy, Yo he venido (en el rollo del libro está escrito de Mí) para hacer, oh Dios, Tu voluntad” (Heb. 10:7). Este Profeta fue cuestionado por Sus padres, por causa de que se había quedado en el templo, asombrando a los maestros de la ley con sus preguntas. Él les respondió diciendo: “¿Por qué me buscaban? ¿Acaso no sabían que me era necesario estar en la casa de Mi Padre?” (Lc. 2:49). Desde su juventud fue notorio su crecimiento “en el favor de Dios” (Lc. 2:52).
3. Fue el Profeta que se dispuso completamente a Dios. Otro hermoso cántico del Siervo de Jehová en Isaías detalla sobre la entrega del Hijo Unigénito. “Despierta Mi oído para escuchar como los discípulos. El Señor Dios me ha abierto el oído; y no fui desobediente, ni me volví atrás. Ofrecí Mi espalda a los que me herían, y Mis mejillas a los que me arrancaban la barba; no escondí Mi rostro de injurias y salivazos” (Isa. 50:4-6). No importaba si eran insultos o si eran torturas, el Cristo obediente y sufriente se ofreció enteramente a la voluntad de Su Padre. Aquellas palabras de sumisión total resonaron una noche fría en el huerto llamado Getsemaní. El Dios-Hombre le dijo a su Señor: “Hágase tu voluntad” (Mt. 26:42) la noche antes de ir a sufrir por la humanidad.
4. Fue el Profeta reconocido por muchos. Las palabras del Profeta de profetas cautivaron a las personas. Sus enseñanzas transmitían autoridad y seguridad. Al ver los milagros que hacía, una gran cantidad de personas dijeron: “Un gran Profeta ha surgido entre nosotros” (Lc. 7:16). Aún la mujer samaritana le reconoció como siendo un Profeta (Jn. 4:19). Los líderes de la nación anhelaban profundamente arrestarle, pero no lo hacían porque temían al pueblo que estaba convencido de que Él era un Profeta (Mt. 21:46). Después de que alimentó a miles de personas, ellos dijeron: “Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo” (Jn. 6:14).
Lamentablemente, la gran mayoría de todos ellos no creyeron de corazón que Él era el Profeta esperado por la nación. Tristemente, lo que Cristo dijo que Israel le hizo a los profetas que le fueron enviados, también se lo hicieron a Él, y aun cosas peores. Apedrearon a los profetas (Mt. 23:37), pero a Él lo colgaron sobre una rústica cruz que fue erigida sobre el collado del Lugar de la Calavera. Murió siendo mofado por ser el gran Profeta de Dios enviado a los judíos. Le escupían, le golpeaban el rostro con sus ojos vendados, y le presionaban a que profetizara quiénes lo habían lastimado (Mr. 14:65).
¿Qué podemos hacer en la presencia de éste Profeta tan singular, sino postrarnos ante Él y adorarle?
Honramos al Profeta infinitamente poderoso en palabra. Exaltamos al Profeta que se sujetó plenamente a la voluntad de Su Padre. Glorificamos al Profeta que derramó Su vida hasta la muerte para que pudiéramos creer en Su evangelio tan único y transformador.
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