La Religión Pura y sin Mácula

Mi Alma Tiene Sed de Dios

David Alves Jr.

Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas,
así clama por ti, oh Dios, el alma mía.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo;
¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?

(Salmo 42:1, 2)

Los hijos de Coré reflejan acertadamente en el salmo 42 la angustia y aflicción que todos nosotros experimentamos.

Los israelitas cantaban acerca de ellos derramando lágrimas día y noche, al sufrir que las personas les hicieran pensar que Dios no estaba con ellos (v.3, 10).

Se expresa el dolor de sentir el alma abatida y turbada (v.5, 6, 11).

Nos identificamos con el hecho de que se describen las pruebas como ondas y olas que constantemente caen sobre nosotros (v.7). Especialmente cuando pasamos por rachas en las que sufrimos aflicción tras aflicción.

Las tribulaciones pueden hacernos creer que el Señor se ha olvidado de nosotros cuando vemos la opresión de nuestros enemigos (v.9). Lo que ellos nos hacen resulta en que sintamos un dolor muy profundo al ser heridos aun nuestros huesos (v.10).

¡Cuánta verdad hay en estas palabras! El salmo número 42 es la experiencia continua de cada persona que sirve a Dios.

Pero en medio de todas las tristezas, este salmo nos llama a realizar tres cosas en cuanto al Señor. En su conclusión, somos llamados a esperar y alabar a Dios (v.11). En el inicio del salmo, la invitación es que encontremos plena satisfacción en Dios (v.1, 2); y es en esto en lo que nos estaremos enfocando.

Los israelitas hacían en su canto este comparativo entre el ciervo o el venado bramando por las aguas con el deseo que tenían de la Persona y la presencia de Dios. Entonaban sobre el hecho de que sus almas tenían sed de nuestro glorioso Señor y de clamarle a Él. Esta debe ser también nuestra experiencia. Debemos anhelar profundamente, íntimamente e intensamente a Dios por encima de todas las cosas.

El salmo 42 pareciera indicar que una de las funciones de las aflicciones es hacer incrementar nuestro propósito en desear, amar, obedecer, servir y adorar a nuestro gran Dios. Esto significa que las pruebas no deben alejarnos del Señor, sino que más bien deben acercarnos a Él.

El problema es que el pecado nos confunde y engaña. Tantas veces creemos vivir una vida disfrutando a Dios, cuando realmente en el fondo de todo, la realidad es que disfrutamos otras cosas que pudieran estar relacionadas al Señor.

Analicemos nuestros corazones y veamos si esto está ocurriendo en nosotros al considerar los siguientes ejemplos.

i. Es muy posible que nos disciplinemos a estudiar la Biblia, pero que lo hagamos, no porque deseamos a Dios; sino que porque causa de nuestro orgullo nos llama la atención adquirir más conocimiento. Una cosa es conocer la Biblia de Dios y otra cosa es conocer al Dios de la Biblia.

ii. Es muy posible que nos esforcemos en servir a Dios incansablemente y de muchas maneras distintas, pero que no sea porque nuestra intención es agradar a Dios; sino porque satisface nuestro ego y nos provee del reconocimiento que tanto deseamos de los demás.

iii. Es muy posible cumplir con todas las ordenanzas que el Espíritu nos comunica en Su Palabra con un celo muy marcado, pero que no lo hagamos para rendirle al Señor toda nuestra obediencia; sino porque nos sentimos bien simplemente por cumplir. El legalismo y el tradicionalismo son impedimentos para que deseemos a Dios genuinamente.

iv. Es muy posible pensar que tenemos una relación cercana al Señor, no porque encontramos toda satisfacción en Él; sino que realmente solo nos interesan Sus bendiciones y provisiones. Dios es demasiado glorioso para que solo le busquemos por los favores que requerimos de Él.

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Entonces, ¿qué hay detrás de todo lo que hacemos y anhelamos? Si removemos todo lo externo y analizamos solo lo interno, ¿realmente somos como el ciervo que desesperadamente brama por las corrientes de aguas porque queremos a Dios con todo lo que somos? Lo más importante en la vida cristiana no es lo que sabes; no es lo que haces; no es la responsabilidad que tienes; no es lo que demuestras; ni es lo que los demás piensen de ti. Lo más importante de tu existencia y la razón principal por la que fuiste creado y redimido es para desear a Dios y encontrar toda satisfacción en Él. “Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en Él” (John Piper).

Disciplinemos e inclinemos nuestros corazones a desear apasionadamente a Dios, y solamente a Dios. Seamos como Asaf que declaró: “Fuera de ti nada deseo en la tierra” (Sal. 73:25). David nos hace la invitación: “Deléitate asimismo en Jehová, y Él te concederá las peticiones de tu corazón” (Sal. 37:4). Procuremos lo más que podamos experimentar lo que fue la experiencia de David. “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver Tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario… Está mi alma apegada a Ti; Tu diestra me ha sostenido” (Sal 63:1, 2, 8). Busquemos al Señor. Él dice que debemos hacerlo de todo corazón (Jer. 29:13). No podemos permitir que nada se interponga entre Él y nosotros. Sigamos la exhortación de David hecha a Israel. “Poned, pues, ahora vuestros corazones y vuestros ánimos en buscar a Jehová vuestro Dios” (1 Cr. 22:19).

No permitamos que el pecado nos engañe. No vivamos pensando que deseamos al Señor, cuando realmente anhelamos otras cosas que toman el lugar primordial que Él debería tener en nuestros corazones. Tomemos el clamor del angustiado en el salmo 42 y determinemos permitir que nuestras almas únicamente clamen por Dios, anhelen a Dios y tengan sed de Dios.


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