Cristo en toda la Biblia

Gedeón, el Juez Humilde y Sumiso

David Alves hijo

Jueces 6:11-40

Aquí encontramos otro ejemplo en el que la sombra y la sustancia se encuentran cara a cara. Gedeón al estar sacudiendo trigo en el lagar, recibió la visita del Ángel de Jehová, quien se sentó debajo de la encina en Ofra para hablar con él. La sombra es Gedeón; la sustancia es Jesucristo, porque no hay duda alguna que el Ángel de Jehová era nuestro Señor Jesús.

Como con todo tipo, Gedeón solo es una pequeña sombra comparado a nuestro Altísimo. Como con todo tipo, hay cosas en las que Gedeón se asemeja al Salvador; pero de otras maneras hay grandes contrastes entre ambos.

El Señor había llegado a visitar a Gedeón para llamarle a librar a los israelitas de la mano de los madianitas. Él sería el próximo juez en Israel.

En primer lugar tendríamos que notar una gran diferencia entre Gedeón y el Señor Jesús, porque leemos que Gedeón dudó de los propósitos de Dios. Cuestionó si realmente Jehová estaba con ellos. En esto difiere Gedeón completamente de nuestro amado Señor. Él jamás dudó de los designios de Su Padre. Voluntariamente dio su espalda a los que le flagelaron (Isa. 50:6). No hubo momento en el que desistiera de cumplir la voluntad de Su Dios (Jn. 8:29). Puso Su rostro como un pedernal o como una roca firme para padecer todo lo que tenía que padecer (Isa. 50:7). Obedeció hasta la muerte, aún si era muerte por crucifixión (Fil. 2:8).

Ahora notemos una semejanza entre Gedeón y el Hijo unigénito de nuestro Padre. El Ángel de Jehová le dijo a Gedeón: “Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?”. Tanto Gedeón como el Señor fueron comisionados por el Señor para salvar a otros. Gedeón rescataría a Israel del dominio de Madián; Cristo rescataría a pecadores perdidos en sus delitos y pecados. Amamos el nombre Jesús porque nos recuerda que el Dios-Hombre vino a salvar a Su pueblo de sus pecados (Mt. 1:21). A la vez en este punto se asemejan, pero a la vez también difieren. Gedeón no derramaría su sangre para librar a Israel; el Salvador del mundo sí tendría que derramar Su preciosa sangre para redimirnos de la maldad.

Sería provecho que observáramos la humildad de Gedeón. Al ser llamado para salvar a su pueblo, él no creyó ser la persona indicada para llevar a cabo esa proeza, porque su familia era pobre en Manasés y él era el menor de la casa de su padre. La falta de presunción y pretensión en Gedeón, trae a nuestras mentes la asombrosa y admirable humildad del Príncipe de Paz. El que colocó las estrellas en los cielos y al que un día todos los reyes se postrarán ante Él; un día se postró ante Sus apóstoles para lavarles sus pies sucios. El Rey del universo no vino para ser servido sino para servir. El que es el centro de la atención de la gloria de millones de ángeles en el cielo, aquí en la tierra no buscó lo Suyo propio, sino lo de los demás.

Gedeón manifestó también algo de la perfecta sumisión que encontramos en el Hijo bendito de Dios. Este juez le pidió en dos ocasiones al Ángel de Jehová que le mostrara señales para confirmarle que Su voluntad estaba siendo cumplida. Fuego consumió su ofrenda y el vellón no amaneció mojado a pesar de estar expuesto al rocío. Después de que el Ángel de Jehová realizó estos milagros, Gedeón recibió la confirmación que buscaba para proseguir. No se compara con la sumisión que mostró el Señor Jesús a Su Padre. Desde la eternidad, en todo momento durante Su vida aquí en la tierra y por toda la eternidad, siempre se ha sujetado perfectamente a los propósitos de Su Dios.

Terminamos viendo la valentía de Gedeón en obedecer la orden del Ángel de Jehová de derribar el altar dedicado a la adoración del dios falso llamado Baal que era de su padre. También debía de cortar la imagen de Asera. Al hacer eso, debía sacrificarle a Dios un toro en holocausto. Al haber hecho eso, la gente se fue en contra de Gedeón y él tuvo que sufrir rechazo y amenazas. Con esto no podemos sino pensar en nuestro Salvador derribando al enemigo de nuestras almas a través de lo que logró en el madero y en Su resurrección. Si Gedeón sufrió, ¡cuánto más nuestro Señor!

De igual manera nos damos cuenta del cambio que produjo Gedeón. Derribó un altar y una imagen de dioses paganos para que se adorara al Dios vivo y verdadero a través de un holocausto ofrecido enteramente a Él. A través de Su obra y de Su evangelio, nuestro Señor también transforma la idolatría en adoración al único gran Dios. Mañana, primer día de la semana, nos reuniremos, ya no para adorar a los ídolos de la vida pasado, sino para adorar al Señor de gloria.

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