David Alves hijo
Jueces 19
El pecado es feo.
Que nuestra ignorancia, confusión y orgullo lo maquillen y lo disfracen, no cambia el hecho de que el pecado es monstruoso, deforme y repugnante.
Este capítulo en la Biblia también exhibe lo asqueroso que es el pecador. Expone abiertamente la depravación que gobierna su corazón. Publica francamente el potencial licencioso de sus actos. Divulga manifiestamente las espantosas consecuencias que ellos pueden tener sobre otros al profundamente impactar sus vidas.
El pecado es feo. Lo vemos en esta historia en Jueces 19.
Un levita tenía a una concubina. ¿Un hombre de Dios que debía servir en su santuario vivía en fornicación? El pecado es feo.
Esa concubina le fue infiel y le dejó. El pecado es feo.
Después de que se reconciliaron, comenzaron su viaje de regreso a casa. Se quedaron a dormir en Gabaa en casa de un hombre con el que se encontraron allí. Este hombre les invitó a comer y cuando él y el levita se habían emborrachado, hombres perversos de aquél lugar llegaron y pidieron que saliera el levita para que tuviesen relaciones con él.
El pecado es feo.
El hombre de la casa impidió que eso sucediera al ofrecerles que abusaran de su hija que aún era virgen y de la concubina del levita. Podían humillarlas y podían hacer lo que quisiesen con ellas.
El pecado es feo.
No aceptaron. El levita, que supuestamente era servidor de Dios, sacó a su concubina y ellos la violaron toda la noche. Abusaron tanto de ella que al día siguiente murió. El levita llevó su cuerpo a su casa, la cortó en doce partes y las envió por todo Israel a cada una de las doce tribus.
El pecado es feo.
Desde que habían salido de Egipto, algo tan vil y menospreciable no había sido cometido en el pueblo de Jehová.
Es muy abrumador meditar en lo degradado que estaba Israel para que se cometiera esta atrocidad.
La fealdad del pecado es vista en este pasaje, pero puede ser observada aún más visiblemente en un evento que se llevó a cabo unos 1,300 años después.
La fealdad del pecado se manifestó como en ninguna otra ocasión como lo fue en la crucifixión del Hijo de Dios.
Contemplamos la cruz de nuestro Salvador y sí vemos su amor, su humildad, su misericordia, su perdón. Pero también vemos lo feo que es el pecado.
Dios vino a morar entre hombres y los hombres le mostraron toda la corrupción, descomposición y putrefacción que hay en nuestros corazones.
Nadie fue tan humillado como el tierno Señor.
Nadie fue tan torturado como el noble Pastor.
Nadie fue tan castigado al ser puesto a muerte como el glorioso Hijo de Dios.
En la cruz, Cristo conoció en toda su extensión y profundidad lo feo que es el pecado. Sufrió severamente a manos de los pecadores. Sufrió penetrantemente cuando él fue hecho pecado, siendo él sin pecado.
Con adoración y gratitud, mañana haremos memoria del que discernió cuán feo es el pecado al sufrir todos aquellos tormentos indecibles sobre aquél madero levantado a las afueras de Jerusalén.

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