Himnología

“¡Eternidad! ¡Qué Grande Eres!”

David Alves padre

Consideremos el himno: “¡Eternidad! ¡Qué grande eres!”.

Este es otro excelente himno escrito en Latinoamérica que, lamentablemente, no es muy conocido por muchos cristianos en mundo hispano. Al preparar estas meditaciones consulto unos treinta himnarios de diferentes persuasiones cristianas y sólo cuatro en mi colección lo incluyen. Sospecho que su falta de popularidad se debe a la melodía. Sin embargo, la lentitud expresa la solemnidad del tema. La palabra eternidad aparece nueve veces en las cuatro estrofas de este himno.

Las dos primeras estrofas son un monólogo en el que un ser humano mortal le habla a la personificación de la eternidad. Dicen así:

¡Eternidad! ¡Qué grande eres!

¡Eternidad, que nunca mueres!

Oh dime: ¿Dónde yo iré?

¿Qué suerte allí yo encontraré?

Feliz o triste, ¿cuál será?

¡La eternidad se acerca ya!

¡Eternidad! ¿Qué cuentas llevas?

¡Eternidad! ¿Con qué me pagas

las horas del carnal placer,

las obras que dejé de hacer?

Pesar o gozo, ¿cuál será?
¡La eternidad se acerca ya!

Tenemos, entonces, que preguntarnos: ¿Qué es la eternidad?

El Diccionario de la Real Academia Española da varias acepciones pero sólo mencionaré las primeras dos: “Perpetuidad sin principio, sucesión ni fin”, y: “Duración dilatada de siglos y edades”. “La palabra viene del latín aeternitas y significa “cualidad de no tener ni principio ni fin”, dice la excelente página web etimologías.dechile.net.

En la Biblia RVR60 la palabra eternidad aparece 13 veces. Así se traduce la palabra hebrea olam 12 veces, pero que a veces aparece en el Antiguo Testamento también como “siempre”, “sempiterno”, “eterno” y “eternamente”. En el griego del Nuevo Testamento la palabra anion se traduce como eternidad 1 vez, pero también aparece como “para siempre, siglo, siglos, y “todos los siglos”.

Foto tomada de Wikipedia

Lo de la eternidad es un tema profundo y vasto pero predicadores del evangelio han usado varias ilustraciones para tratar de hacer entender su extensión interminable. Recuerdo que en mi niñez oí el ejemplo del hombre imaginario que fue a la playa cada mil años y se llevaba una gota de agua en un recipiente. Repitió este ejercicio millones de veces hasta que todos los océanos de la tierra se secaron, pero el tiempo que duró en hacerlo era en comparación con la eternidad como si esta apenas había comenzado.

A Dios se le describe como “el Alto y Sublime, el que habita la eternidad” (Isa. 57:15). Sólo Él es eterno, sin principio y sin fin. Es solamente de Dios que la Biblia emplea cuatro veces la expresión encontrada, por ejemplo, en el Salmo 106:48: “Bendito Jehová Dios de Israel, desde la eternidad y hasta la eternidad”. Nosotros los humanos sí tenemos principio (en el momento que fuimos concebidos) pero jamás cesaremos de existir. La tumba no es el final de nuestra existencia. Esto nos diferencia de los minerales, las plantas y los animales. Por esto, el sabio Salomón escribió que Dios “todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón” de los seres humanos (Ecl. 3:11). La vida es la antesala de la eternidad para los seres humanos. Hay sólo dos destinos eternos: el cielo con Dios, o el infierno sin Dios. Es en esta vida que uno tiene que escoger su destino y, así, prepararse para la eternidad (Amós 4:12).

Un renombrado clérigo presbiteriano e himnólogo, el escocés Horatius Bonar (1808-1889), escribió un himno en inglés de exhortación para el servicio cristiano. Las primeras líneas de cada estrofa comienzan así: “Orad, hermanos, orad”; “Alabad, hermanos, alabad”; “Velad, hermanos, velad”; y, “Mirad, hermanos, mirad”. El coro repite dos veces la expresión: “Se acerca la eternidad”. La composición musical para este himno la hizo Philip Philips (1834-1895), oriundo del estado de Nueva York en los Estados Unidos, y conocido como “el cantante peregrino”. La página hymntime.com dice esto de él: “Phillips se presentaba con frecuencia en una ciudad colocando un melodeón (un acordeón diatónico a botones) en un vehículo, estacionado en una esquina prominente, y comenzaba a cantar y tocar. Su maravillosa voz atrajo a grandes multitudes”.

Todo indica que nuestro himno de hoy, “¡Eternidad! ¡Qué grande eres!” fue adaptado al español por un hombre llamado Charles Bright, pero le dio un giro evangelístico. También se le hizo un pequeño ajuste en la música del coro. Combino comentarios de Donald Rutherford Alves y Cecil McConnell para darnos una idea del servicio de este fiel misionero cristiano. Charles H. Bright (1850-1952), un hermano Inglés casado con una norteamericana, sirvió al Señor en México durante quizás veinte años, luego Venezuela durante parte de 1888 y 1889, y posteriormente en el Perú y Ecuador por varios años. Llevaba su imprenta de país en país y en su estadía en Venezuela publicó una hoja evangélica titulada La Antigua Fe, y otra llamada Las Buenas Nuevas. Después de una corta estadía en Ecuador, donde perdió su imprenta en un incendio en la aduana, regresó al Perú y allí sirvió al Señor por un cuarto de siglo. Vivió sus últimos años en California, en los Estados Unidos.

Es de notar que, aunque afiliado a las, así llamadas, asambleas congregadas en el nombre del Señor Jesucristo (es por esto que McConnell puso “Hermanos” en mayúscula), Charles Bright viajó desde Venezuela al Perú con sus gastos de viaje pagados por Albert Simpson, un hombre apasionado por la evangelización, y fundador del naciente movimiento cristiano llamado La Alianza Cristiana y Misionera. Según el bloguero Julio Solorzano Murga, en ese tiempo este movimiento vivía una primera etapa de fervor misionero y no se detenía mucho en el trasfondo eclesiástico de sus misioneros, lo único que pedían era el compromiso de cumplir fielmente la Gran Comisión. Pero cuando se le pidió al Sr. Bright, ya en el Perú, “que aceptara un salario como misionero, él no aceptó el salario, porque prefirió estar en manos del Señor, y tampoco quería sujetarse a ninguna misión”. Uno admira la fe tan grande y la convicción tan tenaz de hombres así.

Volviendo a las palabras de nuestro himno de hoy, la tercera estrofa describe hermosamente la manera en que uno se prepara para la gran eternidad. Dice así:

¡Señor Jesús! ¡Mi fiador!

¡Señor Jesús! ¡Mi Salvador!

La vida diste Tú por mí,

mi espíritu halla paz en Ti.

La eternidad no espanta ya,

la eternidad no espanta ya.

Ahora el monólogo es de un pecador arrepentido hablando de su Salvador. El título de Fiador, al referirse a Cristo, es hermoso. Sólo Él le respondió a Dios por la deuda de nuestros pecados, una deuda que no podíamos cancelar por medio de ritos, obras, o mandas religiosas. Dice la Biblia que “Jesús es hecho fiador de un mejor pacto… por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes [en Israel], de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (Heb. 7:22-27).

Feliz el pecador arrepentido que puede decirle al Salvador: “La vida diste Tú por mí”. Esto es lo que trae paz al alma atribulada en cuanto al porvenir. El anciano Simón ilustra al pecador que ha recibido a Cristo, cuando sosteniendo al niño Jesús en sus brazos “bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación” (Lc. 2:28-30).

La última estrofa describe la absoluta confianza y feliz anticipación con que el creyente se encara a la eternidad. No solamente la muerte sino también la venida de Cristo hará amanecer la eternidad en la experiencia del que es cristiano. Dice así:

¡Eternidad! ¡Suprema gloria!

¡Eternidad! ¡De amor la historia!

¡Que corran siglos a su fin,

que suene el último clarín!

¡Oh ven, Señor, ven sin tardar!

¡La eternidad se acerca ya!

La muerte o la venida de Señor pueden suceder en cualquier momento. Para el creyente será un paso feliz y glorioso para el creyente porque se encontrará con Cristo, lo cual es muchísimo mejor, escribió el apóstol Pablo (Flp. 1:23).

Termino contándoles del Sr. Arthur Stace, en Australia. En la década de los 1930, durante la Gran Depresión, siendo un hombre de más de 40 años, alcohólico y desempleado, asistió un día, junto con otros trescientos indigentes, a escuchar una prédica en una congregación evangélica y luego disfrutó de una merienda gratis. Esa noche se convirtió a Cristo y su vida fue transformada por la gracia de Dios hasta el día de su muerte en 1967. Dejó el alcohol, consiguió empleo, predicaba el evangelio al aire libre, ayudaba mucho con causas benéficas, y se casó.

Foto tomada de http://www.enjoythejourney.org

En 1932, dos años después de su conversión, Stace escuchó una predicación titulada “Los Ecos de la Eternidad”, basada en un fragmento de Isaías 57:15 (citado arriba). Durante su mensaje el predicador exclamó: “Eternidad, eternidad. Me gustaría poder gritar esa palabra a toda la gente en las calles de Sídney”.
A partir de aquel momento Stace convirtió la escritura pública de la palabra Eternidad (en inglés, obviamente) en su misión personal, y la escribió en el pavimento de las calles y en las aceras de Sídney al menos cincuenta veces al día durante el resto de su vida, ¡unos 35 años!

Arthur Stace llegó a ser conocido como el Sr. Eternidad, y es personaje icónico de la ciudad de Sídney, Australia. Tanto así, que una de las muchas maneras en que ha sido recordado sucedió el 31 de diciembre de 1999 cuando, ante más de un millón de espectadores que habían acudido para ver el espectáculo de fuegos artificiales para despedir el milenio, de repente apareció un enorme mensaje luminoso en el famoso puente en el puerto de Sídney. Una sola palabra: “Eternidad”.

Haríamos bien todos en poner a un lado todas nuestras ocupaciones y pensar hoy, de manera sobria y prolongada, si estamos preparados o no para la gran, interminable eternidad.

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