Cristo en toda la Biblia

Sangre Moabita, Sangre Real

David Alves hijo

Roma Kaiuk

Lo llamaron Obed. Este es padre de Isaí, padre de David…
Obed engendró a Isaí, e Isaí engendró a David.

Rut 4:17, 22

Dios sea glorificado por permitirnos llegar a la conclusión de nuestra consideración de su excelso Hijo en el libro de Rut. El Señor sea honrado por haber inspirado este libro a través del Espíritu de Cristo para llevar cautivos nuestros pensamientos para que sean enfocados en él.

No hay mejor conocimiento que pudiéramos adquirir que aquel que es centrado en nuestro Salvador. Por esta razón Pablo dijo: “yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo” (Fil. 3:8).

El puritano Samuel Rutherford, al estar encarcelado por causa de sus convicciones en el siglo XVII, escribió varias cartas a los que se congregaban con él en Anwoth, Escocia. En 1637 le escribió a la Sra. Kenmure: “Si mi Señor estuviera complacido, desearía que se solucionaran algunas cosas para mi regreso a Anwoth; pero si eso nunca es así, gracias a Dios, Anwoth no es el cielo, la predicación no es Cristo. Confío seguir esperando”. Para Rutherford lo que más importaba no era predicar. Lo que más le interesaba era conocer más a su Señor y tener una comunión más íntima con él en la celda en la que estaba. Esto lo expresa muy vívidamente cuando le escribió al Sr. Gordon el mismo año: “No puedo mostrarte cómo van las cosas entre Cristo y yo. Encuentro a mi Señor yendo y viniendo siete veces al día. Sus visitas son breves, pero frecuentes y dulces”.

¿Pudiéramos nosotros pensar de la misma manera en las mismas condiciones? ¿Realmente es a Cristo que amamos? Ó ¿Amamos el reconocimiento que recibimos por nuestro conocimiento de él? ¿Verdaderamente atesoramos las joyas incalculablemente preciosas que conocemos acerca de nuestro Redentor? Ó ¿Disfrutamos inmensamente la atención que recibimos de otros por el servicio que brindamos en base a lo que sabemos acerca del Cordero de Dios? ¿Genuinamente postramos nuestro corazón ante el Señor de todo porque nos vemos completamente absortos por su gloria, poder y obra? Ó ¿Añoramos que los demás nos eleven sobre un pedestal por la forma en la que adoramos al Señor?

Hagamos morir todo orgullo, toda vanagloria y todo egocentrismo en nosotros. Prioricemos saturar nuestras mentes del conocimiento de Cristo y permitamos que eso nos conduzca a una sola cosa: Adorar “a Jehová en la hermosura de la santidad” (Sal. 96:9). Con esto en mente, terminemos trazando a Jesús en el libro de Rut al contemplar algo que nos debe hacer admirar la gracia de Dios. Esto nos llevará a realizar lo cantado en la profecía de Isaías. “Jehová, tú eres mi Dios; te exaltaré, alabaré tu nombre, porque has hecho maravillas; tus consejos antiguos son verdad y firmeza” (Isa. 25:1).

Pensemos primeramente en el hecho de que el rey David descendió de Rut la moabita. Booz y Rut tuvieron a su hijo Obed, él engendraría a Isaí, y él engendraría a David. Aquella mujer que era de una nación pagana, idólatra, perversa y ajena a los pactos de Israel, fue escogida por Dios para pertenecer a la línea real de alguien tan singular como lo fue David. 

Dios en su gracia sin igual permitió que Rut fuese la bisabuela de aquél que sería conforme al corazón de Dios (Hch. 13:22). Sería uno del que su fama extendería por toda la tierra (1 Cr. 14:17). Sería uno que reinaría sobre Israel implementando la justicia y la equidad de Dios (1 Cr. 18:14). Sería benefactor del pacto hecho por Dios con él, porque su trono sería “estable eternamente” (2 Sam. 7:17). ¡Adoremos a Dios por su fidelidad! Levantó a un rey como David y cumplió su promesa al siempre ser los reyes de Judá de su descendencia. En todo este plan tan lleno de sabiduría, Dios en su soberanía escogió incluir a Rut.

Esto nos lleva a meditar sobre algo que es aun más asombroso. El pacto hecho por Dios con David se cumplió al existir la monarquía en Israel, pero no se ha cumplido de manera completa. Lo más sobresaliente de la historia de Rut no es que David descendió de ella, sino que el Mesías nació de su linaje. Por siempre aparecerá Rut en la genealogía del Soberano del universo (Mt. 1:5). ¿Cómo no postrarnos ante este gran Dios lleno de gracia y adorarle por todo lo que él permite?

Jesús es el cumplimiento final de lo anticipado por Dios a David en cuanto a su trono eterno. Lo que el Antiguo Testamento profetizó repetidamente en cuanto al trono eterno de David (2 Sam. 7:12-16; Isa. 11:1; Jer. 23:5, 6), se cumplirá cuando Cristo, el Hijo de David, reine gloriosamente y eternamente para siempre (Mt. 1:1; Lc. 1:32, 33; Hch. 15:15, 16; Heb. 1:5).

Exaltemos a Cristo Jesús quien es el mayor y verdadero David. De varias maneras la Escritura relaciona al Mesías con David. Descendió de él. Es de su linaje y raíz. Fue llamado “Hijo de David”. Se profetizó que se sentaría sobre el trono de David su padre. Al igual que él, nació en Belén de Judea. Es el cumplimiento de sus profecías en cuanto a su muerte y resurrección. Por siempre reinará con perfecta justicia y equidad.

Honra y gloria sea al que hace que una moabita pertenezca a la familia real. Adorado sea el que hará que el Hijo del Hombre y el Hijo de David reine por los siglos de los siglos.


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1 comentario en “Sangre Moabita, Sangre Real”

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