David Alves hijo
1 Samuel 5:1-12
Después de que los filisteos derrotaron a los israelitas, llevaron al arca de la alianza y la pusieron en la casa de uno de sus dioses llamado Dagón. Él era la deidad principal de esta nación. Los filisteos creían que tenía tanta importancia que lo estimaban a él como siendo el padre de Baal. Dagón era el dios pez y era concebido como siendo mitad hombre y mitad pez. Este pueblo estaba convencido de que Dagón había creado todas las cosas.
Obviamente al poner el arca de Israel junto a Dagón, era para humillar a los hebreos. Lo hicieron para demostrar que estaban convencidos de que no solo su ejército era superior al de ellos, pero denotaba también la convicción de que su dios era mayor al Dios a quienes ellos adoraban.
A la mañana siguiente, cuánto se habrán sorprendido los filisteos cuando vieron que Dagón estaba postrado delante del arca de Jehová, como si estuviese en una posición de adoración. Lo levantaron y lo pusieron en su lugar. A la mañana siguiente, encontraron a Dagón que otra vez estaba caído y postrado sobre la tierra delante del arca. Pero esta vez, su cabeza y sus dos manos habían sido cortadas, quedándole únicamente el tronco de su cuerpo.
El Dios vivo y verdadero procedió a herir a los filisteos con tumores que llenaron sus cuerpos, los cuales les habrán causado dolores insoportables. Después de ver las formas en las que su dios Dagón fue humillado y después de ver la terrible pestilencia que cayó sobre sus cuerpos, decidieron que debían retornar el arca a los hebreos. Al final de cuentas, los filisteos no obtuvieron la victoria sobre el pueblo del Señor ni sobre Dios mismo. Tuvieron que aceptar la realidad de que el señor a quienes ellos servían era muy inferior al Señor que reinaba sobre los israelitas.
Veamos en este relato la superioridad del único Señor sobre todos los demás señores. Hay miles de deidades que han sido adorados a lo largo de la historia, pero nosotros sabemos que hay un solo Dios un solo Señor que está por encima de todos ellos. Dios no solo es superior a los dioses y a los señores de los hombres, sino que él es el único Dios y Señor. Pablo escribió en cuanto a esto a los cristianos corintios: “Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Co. 8:5, 6).
Analicemos los siguientes motivos por los que el Señor de gloria es superior a los señores débiles e inexistentes de las naciones:
1. Jesús es todopoderoso. Los filisteos creían que Dagón había evolucionado del agua. Nuestro Dios y Señor no tuvo su origen a través de otro ser o de algún otro elemento. Todo lo contrario. Siendo Aquél que nada puede limitar su poder, fue él quien le dio vida a todo ser y existencia a todo elemento. A través de su fuerza ilimitable creó el mundo, los planetas y las galaxias. Puso aves en los cielos, bestias en los campos y peces en las aguas. Creó al ser humano con todos sus sistemas intrincados con tanta precisión. De ninguna otra deidad se puede decir lo mismo. Pablo dijo en cuanto al Mesías de Dios: “Todo fue creado por medio de él y para él” (Col. 1:16). Su inigualable potencia también la desplegó a través de los milagros que él vino a hacer en esta tierra. ¿Qué otro dios pudiese dar vista a un ciego? ¿Qué otro señor pudiese resucitar a un muerto de cuatro días? Los milagros, prodigios y señales de Jesucristo manifestaron que él es el “varón confirmado por Dios” (Hch. 2:22).
2. Jesús es justo. Los dioses de los paganos se caracterizaron por ser injustos e inmorales. Nuestro amado Señor es perfectamente justo. Podemos exclamar de él: “¡La Roca! Su obra es perfecta, porque todos sus caminos son justos; Dios de fidelidad y sin injusticia, justo y recto es él” (Dt. 32:4). Su eternidad lo confirma y su vida terrenal también lo evidencia. Siempre ha sido justo en su forma de pensar, hablar y actuar. Aún al estar en un mundo donde reina la inmundicia, él nunca desvió ni un solo paso de la rectitud. Cuando ha tenido que repudiar, condenar o disciplinar la maldad lo ha hecho de una manera perfecta. Su rectitud es motivo de que él sea exaltado y adorado. Los mártires en el cielo glorifican al Señor cuando preguntan: “¿Hasta cuándo, oh Señor santo y verdadero, esperarás para juzgar y vengar nuestra sangre de los que moran en la tierra?” (Ap. 6:9).
3. Jesús es misericordioso. Los señores falsos de los gentiles se distinguieron por ser caprichosos, despiadados e implacables. Podían ser increíblemente crueles a aquellos quienes les adoraban. Desconocían lo que era la compasión y la gracia. No así el Hijo de Dios. ¡Cuánta misericordia nos mostró al morir por nosotros y al buscarnos, a pesar de que le ofendimos de mil maneras! Solo fue su misericordia que nos rescató, siendo él el buen pastor, y siendo nosotros las ovejas descarriadas que se habían desviado por nuestro propio camino. Debió habernos dado el fuego, pero por causa de su misericordia nos dio el perdón.
4. Jesús ha sido exaltado. Así como Dagón se tuvo que postrar ante el arca, ante aquél objeto sobre el que residía la presencia del Señor; así todo dios inventado por los hombres deben ponerse por debajo del Hijo del Altísimo. Jesucristo es infinitamente superior a toda deidad porque su Padre le ha dado un nombre superior a todos los demás. Pablo escribió: “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (FIl. 2:9.11). ¡No hay nombre como el de nuestro Dios y Señor! En todo él es superior a los señores y dioses del mundo pagano. Por eso él es digno de que le adoremos con todo lo que somos.
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