David Alves hijo
1 Samuel 7:1-17
Este capítulo nos presenta lo que ocurrió después de que el arca del Señor fuese devuelto por los filisteos a los israelitas. La porción que tenemos por delante enfatiza la necesidad de adorar a Dios a través de distintas maneras. Hay un sin de actividades que podemos realizar para exaltar al Señor que nos ha comprado para que seamos suyos. Lo que se nos detalla en este pasaje también debe ser practicado por nosotros si tenemos el deseo de magnificar el nombre de nuestro Padre.
La iglesia actual no comprende lo sublime y lo santo que Dios es. Muchos creen que su adoración, que es muy débil, es aceptable al Señor. Muchos también piensan que pueden brindar a Dios alabanza aceptable a él, cuando están manchados por las obras de la carne. Nuestro gran Dios no puede tolerar esto. Él merece y exige que corazones puros y entregados le rindan la exaltación que él estima como siendo aceptable.
La santificación de Eleazar
Al entregar los filisteos el arca a los hebreos, fue llevado a la casa de Abinadab. Su hijo Eleazar fue santificado para que pudiese guardar el arca. Fue una enorme bendición, pero también una inmensa responsabilidad, para que esta familia tuviese el estrado de los pies de Jehová en su hogar. Eleazar tuvo que purificarse y abstenerse de todo mal para servir de manera agradable el Señor.
Dejemos de pensar que nuestras faltas no son tan importantes, porque servimos incansablemente a Dios. El Señor hace muy claro en su Palabra que a él le interesa más nuestra obediencia que nuestros sacrificios. Estamos perdiendo nuestro tiempo si estamos supuestamente realizando una actividad por causa del nombre de Jesús, si lo hacemos en pecado.
La santificación del pueblo
El juez Samuel le hizo ver a la nación de Israel que si deseaban volverse a Dios, había un número de cosas que ellos tenían que hacer.
1. Tenían que hacerlo de todo corazón. Para Dios es sumamente repudiable que le sirvamos con un corazón dividido. Si queremos agradar a nuestro Señor que es tan glorioso, debemos rendirle tributo con todo nuestro ser.
2. Tenían que despojarse de toda la idolatría. Los hijos de Abraham practicaban una adoración sincrética. Servían a Jehová, pero a la vez, servían también a diversos dioses paganos. ¿A cuáles ídolos servimos nosotros? ¿Cuáles son las cosas en la vida con las que sin ellas no pudiésemos vivir? Estas son las cosas que tienen que ser erradicadas de nosotros si queremos que nuestra alabanza sea recibida por Dios.
3. Tenían que preparar su corazones. Los verdaderos adoradores son introspectivos. Se examinan a sí mismos. Analizan si sus corazones está en la condición apropiada para presentarse delante del Señor y elevar su nombre de la forma en la que él es digno.
4. Tenían que servir únicamente al Señor. Los israelitas tenían que mostrar su absoluta lealtad al poderoso Dios que los había sacado de Egipto. La adoración y el servicio van de la mano. No creas que puedes congregarte cada día del Señor para supuestamente adorarle, pero durante la semana vivir sirviendo a tus deseos, y no a los de él.

Contrición por el pecado
Samuel le pidió a la nación que se reuniesen en Mizpa para que él orará por ellos. Samuel claramente tipifica a Jesús. Al orar por ellos, vemos a Cristo como el Intercesor de los redimidos. La integridad y pureza de Samuel, representa la santidad de Aquel a quienes los serafines le claman: “Santo, santo, santo…” El incesante deseo de Samuel de que Israel adorase a Jehová, hace pensar en Cristo siéndonos el máximo ejemplo de lo que es vivir para el disfrute de su Padre.
Volvemos a la narración que estamos estudiando y notamos que los judíos obedecieron a Samuel. Se reunieron en Mizpa, sacaron agua, la derramaron delante del Señor y ayunaron. Al hacer eso, dijeron: “Contra Jehová hemos pecado”.
El agua derramada representaba el hecho de que los israelitas deseaban derramar sus almas delante de Dios. Estaban expresando lo vacíos y lo necesitados que estaban. El ayuno en la Biblia muchas veces se realizó en conexión con la confesión de pecado. Israel llevó todo esto a cabo para mostrar contrición por su perversión. Aprendemos que Dios acepta la adoración de aquellos que se examinan, se lamentan y confiesan su iniquidad.
¿Hacemos nosotros lo mismo? Si fuésemos honestos, tendríamos que reconocer que sí pasamos tiempo preparándonos para adorar al escoger los cantos, al formular lo que oraremos y al estudiar lo que predicaremos; pero pasamos muy poco o nada de tiempo examinando nuestro ser. Adoptemos la práctica de Israel. Pasemos tiempo en contrición por nuestra inmundicia para que nuestra devoción al Señor sea de su agrado.
Sacrificio ofrecido
El pueblo de Dios siguió temiendo de los filisteos. Esto les motivó a pedirle a Samuel que no dejara de orar por ellos. Sabían que solo Jehová podía librarles de esos enemigos suyos. Bendecimos el nombre de nuestro Señor que tenemos en el cielo a Cristo Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote, que intercede siempre por nosotros. Ni el demonio más infernal puede dañarnos porque el Todopoderoso aboga por nosotros.
Samuel accedió a la petición de Israel y también sacrificó un cordero de leche en holocausto al Señor. Este sacrificio reflejaba el deseo que tenía la nación de entregarse por completo a Dios. El animal siendo quemado para el disfrute del Señor era para demostrarle que se estaban consagrando completamente a él. Al ofrecerse este holocausto, los filisteos atacaron a Israel. Dios hizo resonar un gran estruendo para amedrentar a los filisteos. De esta manera, estos enemigos de Israel fueron derrotados.
Observa lo mucho que a Dios le complace cuando le adoramos al rendirnos completamente a él. El Señor quiere que le adoremos, pero primero quiere que le amemos con todo nuestro corazón. No podemos exaltar a Dios sin primero habernos comprometido a servirle con todo lo que somos y con todo lo que tenemos.
Gracias dadas
Después de que los israelitas fueron librados de los filisteos, Dios volvió a recibir la porción que le correspondía. Samuel levantó una piedra y la llamó Eben-ezer, que significa: “Hasta aquí nos ayudó Jehová”. Clamaron por la ayuda del Señor, pero al ser ayudados por él, también le ofrecieron sus corazones en agradecimiento.
Cuánto deshonramos el nombre de Dios cuando le pedimos algo y nosotros no le agradecemos después de que él nos muestra su favor. Seamos agradecidos a él. Tantas cosas que él nos da y nosotros debemos agradecerle por cada una de ellas. La bendición más grande que él nos ha dado es su Hijo quien padeció por nosotros. Démosle las gracias por habernos bendecido con el perdón de nuestros pecados.
Adoremos a Dios realizando cada una de estas cosas para que su nombre pueda ser verdaderamente glorificado.
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amen , muchas gracias
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