David Alves Jr.

Imagen: Penélope Alves
Lo último que quieren hacer dos enemigos es verse. Muy difícilmente un enemigo perdona a otro. No sería nada común ver a un enemigo en la casa del otro sentado a su mesa.
Dios es la excepción. Él no se enemistó de nosotros, sino nosotros de él. Decidimos alejarnos de él por el pecado y vivir una vida en afrenta a su santidad. ¡Éramos enemigos de Dios! Dios es la excepción porque a pesar de la enemistad, buscó reconciliarse con nosotros mediante la muerte y resurrección de su precioso Hijo. Pablo escribió: “si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Rom. 5:10).
Ahora reconciliados con él, cada primer día de la semana, nos invita a sentarnos a la “mesa del Señor” (1 Co. 10:21). Tenemos así comunión con su Hijo y con nuestros hermanos a través de un pan y una copa para anunciar la muerte del Señor hasta que él venga (1 Co. 11:26).
Somos como Mefiboset. Él era de la familia de Saúl, y por lo tanto, enemigo acérrimo de David. Aún así David tuvo misericordia de él y lo invitó a estar a la mesa del rey (2 Sam. 9:13). No lo merecemos, hermanos. Antes enemigos y ahora somos invitados a la mesa del Señor y del Rey. Hagamos memoria de la muerte de Jesucristo porque él lo merece.
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