David Alves Jr.
Imagen: Penélope Alves
Mientras que muchos veneran y conmemoran la muerte, especialmente en estos días, nosotros como Cristianos nos gozamos y adoramos al que da la vida (Hch. 17:25; Ef. 2:1) y aquél que es la Vida (Jn. 11:25; 14:6; Col. 3:4). Hacemos memoria de la muerte del que es el “Autor de la vida” (Hch. 3:15) pero también damos gracias por su gran victoria sobre la muerte. Destruyó “por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Heb. 2:14). Solo él vive en el cielo “según el poder de una vida indestructible” (Heb. 7:16). Difícil creer que alguien quiera adorar a lo que ha sido vencido y a algo que causa tanta devastación al ser humano como lo es la muerte y no postrarse ante el Señor.
No solo maravilla pensar en su triunfo sobre la muerte, sino también al traer a la memoria cómo todo lo que se relaciona a él está lleno de vida. Cristo dijo: “He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10). Creer en él nos da la vida eterna (Jn. 3:36). Su palabra nos da la seguridad de que la poseemos (Jn. 5:39). Pedro confesó que sus dichos son vida eterna (Jn. 6:68). Gozamos de la “justificación de vida” según Pablo (Rom. 5:18).
Todo lo que nos espera en la gloria, también está lleno de la vida que viene del Cristo resucitado. Él recompensará con la corona de vida (Stg. 1:12; Ap. 2:10). Un día comeremos del árbol de la vida (Ap. 2:7). El Señor ha inscrito nuestros nombres en el libro de la vida (Ap. 3:5). En su presencia nos guiará a fuentes de aguas de vida (Ap. 7:17). Beberemos agua de la fuente del agua de la vida (Ap. 21:6). Un día veremos el río de agua de vida que sale del trono de Dios (Ap. 22:1). Todo es vida allá.
No podemos sino querer hacer lo que hicieron los apóstoles al estar con el Señor porque Juan escribe: “palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida” (1 Jn. 1:1).