Cristo en toda la Biblia

Purificación de los Leprosos

David Alves Jr.

Los capítulos 13 y 14 de Levítico nos detallan el protocolo a seguir por los sacerdotes cuando un Israelita contraía lepra o cuando había la sospecha. El individuo era apartado del resto del campamento y después era minuciosamente examinado para asegurar que ya no tenía la bacteria.

La inmundicia de nuestro pecado es vista en esta terrible enfermedad. La lepra produce úlceras en todo el cuerpo; así el pecado afecta todo nuestro ser, desde los pies hasta la cabeza (Isa. 1:5, 6; Rom. 3:10-18). La lepra hace que la persona pierda sensibilidad en su piel y presenta una debilidad muscular. El pecado también, en un sentido espiritual, nos debilita profundamente (Rom. 5:6). La lepra contaminaba a la persona, lo dejaba inmundo. El pecado ha creado en nosotros una suciedad y una mancha (Isa. 64:6; Jer. 2:22) que únicamente la sangre de Cristo puede limpiar (1 Jn. 1:7).

Debemos estar muy agradecidos con el Señor. Éramos inmundos de algo mucho más grave que la lepra, y él nos lavó, limpió y purificó. Deberíamos de ser como el leproso samaritano que después de haber sido limpiado por el Señor, regresó a él para darle las gracias
(Lc. 17:15). También debemos ser como Simón de Betania, quien invitó a Cristo a una comida en su casa, posiblemente en agradecimiento por haberle limpiado la lepra (Mt. 26:6).

Regresemos a lo que marcaba la ley de Moisés y veamos al Señor Jesucristo en lo que se ofrecía al quedar sano alguien que había sido leproso. Dos avecillas limpias y vivas eran tomadas. Una de ellas era matada en un vaso de barro sobre aguas corrientes. La otra avecilla era tomada junto con el cedro, la grana y el hisopo; y eran mojadas con la sangre de la avecilla muerta. Después, el que había estado enfermo era rociado siete veces y la avecilla viva era soltada.

El habitat natural de las avecillas siendo el cielo, nos hace pensar en nuestro Salvador quien vino del cielo para dar su vida por nosotros. Pablo nos dice de él: ”el Señor, es del cielo”
(1 Co. 15:47). Podemos pensar en el largo y humillante viaje que tuve que hacer para venir hasta donde estábamos.

La avecilla matada en un vaso de barro sobre la cual fluía agua es figura de nuestro bendito Señor sufriendo sobre la cruz bajo las aguas del juicio de Dios (Sal. 42:7; 69:1, 2). ¡Cuánto sufrió por lo que los hombres le hicieron! ¿Cuánto más sufrió por lo que le hizo su Dios al descargar sobre él esas aguas torrenciales de su ira por nuestro pecado?

La avecilla salpicada de sangre y siendo soltada para volar al campo de donde vino representa la gloriosa resurrección y ascensión de nuestro Amado. Un día domingo, primer día de la semana, temprano por la mañana, las mujeres encontraron la tumba vacía. ¡Había vencido a la muerte! Y cuarenta días después subió para estar a la diestra de su Padre. Así como la avecilla se iba manchada de sangre; de igual manera el Señor, quién regresó al cielo con las marcas de la cruz. Por siempre serán visibles sus heridas (Ap. 5:6, 12; 13:8). Por toda la eternidad veremos las muestras del amor que nos tuvo.

El cedro nos habla de excelencia, es una madera escogida (Can. 5:15). Esta preciosa madera nos hace pensar en la singularidad de nuestro precioso Señor. Lo vemos, lo sentimos, lo escuchamos; y decimos de él, lo que dijo la sulamita de Salomón: ”Él es deseable en todo sentido” (Can. 5:16).

La grana era un color que claramente marcaba una distinción (Gn. 38:28; Nm. 4:8; Jos. 2:18). Este color representa la distinción que había entre Jesucristo y todo hombre que jamás ha vivido. Decimos como aquellos alguaciles: ”¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Jn. 7:46).

En ocaciones cantamos:

Ningún mortal jamás podrá;
con Cristo comparar.
Él es el más hermoso allá,
que en gloria he de mirar.

El hisopo era una hierba aromática utilizada en distintas ceremonias de purificación en Israel. Sus hojas son amargas y da una florecitas hermosas de color morado. Lo amargo de la hierba nos puede hacer pensar en Cristo como el ”varón de dolores” quién fue el experto en el quebrantamiento (Isa. 53:5). Pero la hierba siendo amarga, dando esas hermosas y delicadas flores, nos habla de la vida hermosa y fructífera de nuestro Señor Jesús.

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