David R. Alves
¿Será posible que una persona pueda recitar de memoria quinientos quince capítulos de la Biblia? Leyó bien: ¡515 capítulos de memoria! Imagínese llevar grabados en su mente los libros de Isaías, los Salmos, todos los Profetas Menores, y todo el Nuevo Testamento (excepto Hechos de los Apóstoles). ¡Saludemos la memoria de Frances Ridley Havergal!
Sus padres eran cristianos devotos. William Havergal era clérigo anglicano, rector, escritor de himnos y compositor. Frances Ridley sabía leer a los 3 años de edad. Aprendió idiomas modernos como Inglés, Francés, Alemán, y Galés, además del Latín, Griego y Hebreo. Cantaba y tocaba el piano con mucho talento. Una debilidad fue su salud física tan precaria. Lo que más nos interesa considerar es que antes de morir a la corta edad de 42 años escribió 500 joyas poéticas, entre las cuales destacan cinco himnos cristianos que amamos.
Que le hayan puesto Ridley como segundo nombre propio fue como una premonición de su vida. Viajemos imaginariamente, por unos instantes, a Oxford, Inglaterra. La fecha es el 16 de Octubre de 1555. Arrecia el movimiento de la Reforma en Inglaterra. La hoguera se ha encendido a un costado de la calle empedrada (el lugar es aún visible), y están por sufrir un martirio lento y muy doloroso dos líderes odiados por Roma. Con sus pies ya entre las llamas, Hugh Latimer le exclama a Nicolás Ridley: “Tenga confianza, maestro Ridley, y tengamos valor; este día encenderemos una vela en Inglaterra, que por la gracia de Dios, confío que jamás se apagará”. Casi trescientos años después nació Frances Ridley Havergal (1836-1879), quien sería conocida como “la poetisa de la consagración de Inglaterra”.
A los 11 años de edad Frances fue llamada al lecho de muerte de su madre. Tomando la mano de su niña, la Sra. Jane le dijo cariñosamente: “Fanny, pide a Dios que te ayude a prepararte para lo que Él tiene preparado para ti”. Estas palabras la impactaron profundamente el resto de sus días.

La Srta. Havergal se convirtió a Dios cuando tenía 15 años, y tinta como de oro empezó a fluir de la pluma de esta escribiente veloz. Lo que parece ser su primer poema significativo consta de 58 líneas y va dirigido a su Padre celestial, titulado: “Lo Dejo Todo Contigo”. Comienza diciendo: “Todo contigo dejaré / y sólo esto pediré / que sea sumisa a Tu voluntad / confiando siempre en Tu fidelidad…” La última línea resalta esta actitud: “Confiando, esperando, amando aún”. Así fue su vida.
De visita en Alemania, Havergal vio en el estudio de un ministro religioso un cuadro de Cristo crucificado, con esta inscripción: “Esto hice yo por ti, ¿qué has hecho tú por mí?” Rápidamente anotó en un papelito lo que vino a su mente pero no le pareció y lo arrojó a la chimenea. ¡No alcanzó a quemarse! Así, el 10 de enero de 1858, a sus 22 años de edad, nace un himno de cinco estrofas, ¡y treinta y siete referencias bíblicas al margen! Citamos dos de las estrofas posteriormente traducidas al Español por Speros D. Athans:
Mi vida di por ti, mi sangre derramé.
Por ti inmolado fui, por gracia te salvé.
Por ti, por ti mi vida di, ¿qué has hecho tú por Mí?
Mi celestial mansión, mi trono de esplendor,
dejé por rescatar al mundo pecador.
Sí, todo Yo dejé por ti, ¿qué dejas tú por Mí?
¡Cuántas veces hemos cantado, ansiosos y fervorosos: “Oh, háblame, Señor, y hablaré”! Es otro himno de F. R. H., escrito en 1872, y titulado por ella: “La Oración del Obrero”. ¡Háblame! ¡Guíame! ¡Enséñame! ¡Lléneme! ¡Haz que te sirva! Los verbos hacen eco de la vida de una mujer consagrada a Dios. James Clifford, pionero escocés en Sudamérica, lo vertió a nuestro idioma.
“Tú ya vienes, oh Dios mío”, otro himno conocido, amerita una observación. Nuestra autora tituló este poema de 7 estrofas: “Cántico de Advenimiento”. Escrito en 1873, trata sobre la Segunda Venida de Cristo a la tierra para reinar. Desconozco quién lo tradujo a nuestro idioma. Sin embargo, el traductor echó mano de “licencia poética” para añadir un coro en el que incluye también una mención del Arrebatamiento de la Iglesia: “Tú ya vienes, y nosotros subiremos hacia ti”. Es de resaltar que como anglicana, Havergal seguramente desconocía esta gran verdad aunque en su país ya habían asambleas congregadas al Nombre del Señor Jesucristo que en décadas recientes habían redescubierto esta doctrina tan preciosa.
Nos apresuramos para llegar al 4 de febrero de 1874 y Havergal, sin saberlo, está a cuatro años de morir. Reunida en una casa con otras diez personas, algunos creyentes otros no, empezó a consumirla la pasión por la salvación y consagración de todos los presentes. Lo que escribió esa noche lo tituló: “Himno de Consagración”. Y el subtítulo parece ser la oración que Dios contestó esa noche (todos los que no creyentes se convirtieron esa noche): “Aquí, nos ofrecemos a Ti, oh Señor, nuestras almas, nuestros cuerpos, como sacrificio racional, vivo y santo”. Fue traducido al Español por David R. Alves en Octubre del 2004.
Quiero consagrarme hoy, / sin reservas todo doy.
Holocausto en el altar, / sólo a Dios quiero agradar,
Mis oídos abrirás; / tuyo soy, me marcarás.
Cual esclavo en la antigüedad, / no me des mi libertad,
Manos listas para Ti, / diligencia ve en mí.
Sin pereza, con fervor, serviré a mi Señor,
Quiero que tu voluntad / cumplas sin dificultad.
Alfarero Tú serás; / barro soy que formarás,
Esta voz podrás usar, / tu palabra al proclamar.
Vaso humilde quiero ser / en que muestres tu poder,
Mi dinero quiero dar, / nardo puro derramar
a tus pies. Yo sé Señor, / bien mereces lo mejor,
Y mis pies Tú guiarás; / no me detendré jamás.
Mándame, ¿a dónde iré? / Llámame, te seguiré.
La poetisa de la consagración murió el 3 de junio de 1879 ejemplificando las líneas citadas arriba. Había ido a tomar unos días de descanso en la costa sur de Gales, en casa de su hermana. Dos semanas antes de morir salió una noche fría y lluviosa para ayudar a una familia necesitada. El resfriado que le dio se complicó en peritonitis y partió para estar con Cristo.
En la lápida de Frances R. Havergal están las palabras de 1 Juan 1:7. “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. Era un tema favorito de ella. De hecho, concluímos con un himno que había escrito el mismo año que su Himno de Consagración. La primera y última estrofa, aunque desconozco quién lo tradujo, dice:
¡Sangre! Sangre tan preciosa del Señor Jesús;
Él borró nuestros pecados en la cruz.
Cuando en gloria estaremos, junto con Jesús,
con las huestes cantaremos de la cruz.

Gracias a Dios por este testimonio
Me gustaMe gusta