Himnología

“¡Oh Amor de Dios! Su Inmensidad”

David R. Alves

¡Una historia de nueve siglos, cuatro idiomas, cuatro escritores, y tres países!

Hace 925 años un rabino judío escribió en arameo un poema bastante largo describiendo, entre otras cosas, la grandeza indescriptible de Dios. Nos interesan estas frases:

“Con el permiso de Él, quien creó y sustenta el universo para siempre,
tiene poder eterno y no podría ser descrito adecuadamente,
aun si los cielos fueran pergaminos, y plumas todos los árboles,
si fueran tinta los océanos y todas las aguas.” 

– Meir bar Itzjak Nehorai, 1096 AD, Worms, Alemania
(Fragmento del poema: Aqdamut Milin)

Se cree que dicho rabino murió en una de las Cruzadas medievales ese mismo año. Sin embargo, este poema se lee hasta el día de hoy en muchas sinagogas alrededor del mundo en la fiesta de Shavuot (que nosotros conocemos como Pentecostés). Además de celebrar sus cosechas y leer el libro de Rut, los judíos también recuerdan que es, según su tradición, el aniversario del domingo cuando Dios dió las tablas de la Ley a Moisés en el Monte Sinaí. Antes de dar lectura a los Diez Mandamientos, recitan este poema.

Después de unos seis siglos (en los años 1700) estos renglones del poema se descubrieron escritas a mano en alemán sobre la pared de una habitación de una institución para enfermos mentales en Alemania. El paciente acababa de morir. Al parecer, fue en momentos de lucidez que ese pobre hombre alcanzó a escribir palabras que le eran muy preciosas y que quizás le habían ayudado a sobrellevar la prueba de estar en un lugar así en una época cuando se desconocía mucho acerca de cómo tratar problemas de salud mental.

El tercer caballero en nuestra historia se llama Frederick M. Lehman (1868-1953), también de Alemania pero criado en los Estados Unidos. Fue salvo a la edad de once años cuando vivía en el estado de Iowa. Llegó a ser ministro religioso y escritor/compositor de unos cien himnos. Casi todos sus himnos nos son desconocidos.

Circunstancias de la vida llevaron al Sr. Lehman a Pasadena, California a trabajar en la cosecha de naranjas y limones. Era el año 1917. Llevaba días tarareando una melodía nueva, y poco a poco iba hilvanando palabras en inglés acerca del tema del inmenso e indescriptible amor de Dios. Su hija, Claudia L. Mays, le ayudó. Pero se les acabó la inspiración poética a ambos, sabiendo que al himno le faltaba algo.

El Sr. Lehman recordó que años antes había anotado en un hoja una estrofa impresionante que escuchó citado por otro predicador. Buscó hasta encontrarla. ¡Encajaba exactamente con el tema del himno! Fíjese bien en la segunda estrofa:

¡Oh amor de Dios! Su inmensidad / el hombre no podrá contar,
ni comprender la gran verdad / que Dios al hombre pudo amar.
Cuando el pecar entró al hogar / de Adán y Eva en Edén,
Dios los sacó, mas prometió / un Salvador también.

Coro:
¡Oh amor de Dios! Brotando está / inmensurable, eternal.
Por las edades durará, / inagotable raudal.

Si fuera tinta todo el mar / y todo el cielo un gran papel,
y todo hombre un escritor, / y cada hoja un pincel,
para escribir de su existir, / no bastarían jamás.
Él me salvó y me lavó; / me da el cielo además.

Y cuando el mundo pasará / con cada trama y plan carnal,
y todo reino caerá / con cada trono mundanal,
El gran amor del Redentor / por siempre durará.
La gran canción de salvación / su pueblo entonará.

Le debemos a William Robert Adell (1883-1975) la traducción al español. Después de ser agricultor y albañil en Estados Unidos, sirvió al Señor en Guatemala. Terminó su larga vida de 92 años en California, ya ciego, pero no sin antes aportar mucho material para escuelas dominicales, además de escribir y traducir muchos himnos. Llegando al final de su vida, resumió su servicio, diciendo: “Ha sido poco.” Pero, nada más con este himno, ¡fue mucho!

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