Cristo en toda la Biblia

Votos a Jehová

David Alves Jr.

Levítico 27:1-34

Culminamos el libro de Levítico haciendo otro intento de buscar a Cristo en su último capítulo, como hemos procurado hacer en el resto de sus páginas. El capítulo 27 del tercer libro de la ley, detalla las leyes sobre votos hechos a Jehová por parte de su pueblo. Un voto era sencillamente una promesa que los Israelitas hacían a Dios. Al realizar votos, ellos apartaban, dedicaban o santificaban distintas cosas a Dios. Por ejemplo: personas (v.1-8, 29), animales (v.9-13, 26-28), casas (v.14, 15) y tierras (v.16-25). En los v.30-34 se trata el asunto sobre el rescate del diezmo ofrecido de la cosecha o de los animales.

Promesas hechas a Dios eran muy comunes en Israel. La ofrenda de la paz podía ser ofrecida a Jehová como parte de un voto (Lv. 7:16; 22:21). Los varones podían optar por cumplir con el riguroso voto del nazareato (Nm. 6:5, 21). Absalón habló de la necesidad de ir al santuario de Dios para cumplir con su voto (2 Sam. 15:7). El gran número de leyes en Levítico, Números y Deuteronomio sobre este tema, también indican lo ordinario que eran y que era algo que Dios deseaba de su pueblo. El hecho de que aún el apóstol Pablo se rapó la cabeza para cumplir con un voto es indicativo también de esto (Hch. 18:18). Dios da generosamente y él esperaba que Israel apartara lo que eran y lo que tenían para él. Dicho sea de paso, estos votos al no ser mencionados en las epístolas, confirma que no es una práctica para la iglesia hoy en día.

Voto para la consagración de personas

Las promesas hechas a Dios eran de carácter voluntario. De su propia voluntad ofrecían a Dios su ser junto con sus bienes materiales. No podemos sino detenernos por un momento y contemplar al Señor en su entrega voluntaria a su Padre. ”Se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20). ”Se entregó a sí mismo por nosotros” (Ef. 5:2). ”Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Ef. 5:25). ¡Cuánto nos ha beneficiado el hecho de que Jesucristo se ofreciera por iniciativa propia a la voluntad de Dios!

Al hacerse un voto para la dedicación de personas a Dios, podía ser por ejemplo, padres haciéndolo con sus hijos. Vienen a la mente Ana (1 Sam. 1:11) y Jefté (Jue. 11:30, 39) quienes consagraron sus hijos a Jehová. Por favor no piense que en el caso de Jefté, él haya matado a su hija. Él la consagró a Dios al dedicarla a él que es muy diferente. Ese debería ser el deseo de todo padre para con sus hijos. Hubo un Hijo que sobresale de todos esos niños y niñas dedicados a Dios. Al venir al mundo para nacer de María, Jesucristo dijo: ”He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Heb. 10:7). Nuestro Salvador se sujetó a sus padres terrenales en su deseo de consagrarse a Dios. A los 12 años de edad, le oímos preguntarle a José y María: ”¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lc. 2:49).

Los Israelitas al ofrecerse a Dios pagaban una cantidad en siclos de plata. El valor que asignaban los sacerdotes a las personas era en base a su género, edad y nivel económico. Los sacerdotes sabían exactamente estimar el valor justo de cada persona. Cuando llegó el tiempo de que el sacerdocio de Israel estimara al Señor de gloria, ¿cómo fue el trato a él? ¿Justo? Zacarías responde a eso al predecir sobre la amarga traición de Cristo a cargo de Judas: ”Y les dije: Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata.”

El pago de los siclos nos enseña el costo que hay en consagrarse a Dios. Pensemos por un momento en el costo que Cristo tuvo que pagar para entregarse a los deseos de su Padre. Su obediencia lo llevó hasta la muerte (Fil. 2:8), y no cualquier muerte, sino que la más dolorosa y vergonzosa de todas- la muerte por crucifixión.

Dios en su misericordia aceptaba los votos de los pobres y les consideró al hacer con ellos una excepción al no poder pagar su estimación. Cristo con todas las dificultades por las que pasó (una siendo la pobreza) no fueron de impedimento para que fuera la persona que más se ha entregado a Dios. Los que eran pobres en Israel tenían que ir con los sacerdotes para que ellos determinaran la cantidad que iba de acuerdo a sus posibilidades económicas. Igual nosotros. En toda nuestra necesidad y pobreza espiritual acudimos al Sacerdote de sacerdotes que nos estima con un valor muy alto. Tanto valimos para él que estuvo dispuesto a verter su sangre para rociarnos de toda maldad.

La ley también establecía que una persona considerada anatema o maldita no podía ser rescatada. La redención bajo la ley en relación a los votos tenía sus limitantes. No todos podían alcanzar el rescate. Muy diferente a la redención que ha logrado Cristo a través de su muerte y resurrección. Todo pecador puede beneficiarse de su obra redentora si cree en él. Nadie queda excluido. Él ”vino para dar su vida en rescate de muchos” (Mt. 20:28; Mr. 10:45).

Jehová aprueba a quienes tienen fe en él | Estudio

Voto para la consagración de animales

Al consagrar animales limpios a Dios que podían ser sacrificados, los Israelitas podían intercambiarlos por otros. Pero no podían intercambiar animales limpios por animales inmundos. Bajo la ley, aquellos animales limpios que cumplían con los requisitos establecidos en Levítico 11 y Deuteronomio 14, hacen pensar en la perfección de nuestro Señor. Él es ”santo, inocente, sin mancha, apartado de pecadores” (Heb. 7:26). Pedro añade: ”sin mancha y sin contaminación” (1 Pe. 1:19). Así como no se podía hacer un cambio entre un animal limpio por uno inmundo, así también la santidad del Señor. Era imposible que su limpieza fuese afectada por alguna inmundicia. Algunos cristianos creen erróneamente que Cristo no pecó, pero que sí podía haber pecado. Absolutamente imposible. Cristo no pecó y no podía pecar.

El pueblo Hebreo al hacer votos no podían pagar con dinero que fuera el precio de rameras o de perros (Dt. 23:18). La enseñanza era que no podían utilizar dinero contaminado al querer entregar alguien o algo a Dios. Cuando el Hijo de Dios se sometió a la voluntad de su Padre, siempre se entregó en perfecta pureza. ”Se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (Heb. 9:14).

Cuando eran animales inmundos también podían ser dedicados a Dios, aunque no para ser sacrificados. Llama la atención que con los animales no se nos dan las cantidades en que debían estimarlos, como sí se hacía cuando personas se consagraban a Dios. Quizás esto nos puede llevar a pensar en el hecho de que no podemos ponerle algún valor al Señor de gloria. Su persona y su obra son inestimables. El apóstol bien escribió esas palabras conmovedoras: ”Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso” (1 Pe. 2:7). Él lo es todo para nosotros. Su valor jamás pudiese ser estimado. Para Judás y los sacerdotes valió 30 piezas de plata; para nosotros, no hay cantidad que iguale equitativamente su valor.

Los animales inmundos podían ser rescatados o redimidos. Eran consagrados a Dios pero podían ser utilizados por la familia. Para poder hacer eso tenían que pagar al sacerdocio la quinta parte o el 20% del valor del animal. Por ejemplo, podían dedicar a Dios un buey, pagar la quinta parte y utilizarlo para arar sus tierras. El pago de la quinta parte lo encontramos también en las ofrendas expiatorias cuando alguien cometía alguna falta (Lv. 5:16; 6:5). El pago de la quinta parte recalca el pago realizado por Cristo a favor de nuestros pecados. Él exclamó: ”Consumado es” porque saldó la cuenta a Dios de la gran deuda de nuestros pecados cuando padeció por cada pecado cometido.

Una cosa más en cuanto a la consagración de los animales. Éxodo 13:2 ordenaba a los judíos consagrar todos sus animales primogénitos. Por lo tanto, esos animales no podían ser consagrados en alguna promesa hecha a Dios, porque se supone que ya debían haber sido dedicados. El animal primogénito tenía mucho valor. Pensemos en Cristo. Él siempre se entregó a Dios dando todo de sí mismo. Siempre le brindó a su Padre lo mejor de él. Antes de que María cumpliera con esa ley al presentarlo en el templo, Jesucristo ya se había ofrecido a su Padre desde la eternidad pasada.

Voto para la consagración de bienes materiales

Los Israelitas también podían apartar para Dios sus casas y tierras. Las casas eran valoradas por los sacerdotes para fijar la suma que debían de pagar los dueños al consagrarla. Si la casa era habitada y querían redimirla para morar allí, lo podían hacer al también pagar la suma de la quinta parte sobre su valor. Veamos las casas representando en la actualidad a las iglesias donde el Señor mora. Cuando el gran Sumo Sacerdote estima nuestras congregaciones, ¿cómo nos va con ese avalúo? ¿Será posible que el Señor de las iglesias nos mira y nota una falta de apreciación y devoción hacia él? No se nos olvide que él ha ganado cada asamblea con su sangre (Hch. 20:28). Debería ser claro en nuestras mentes y en nuestra práctica que solo él debería reinar y gobernar en ese ámbito espiritual tan especial para él. Decimos comúnmente que él es el tiene la preeminencia, pero nuestras acciones muchas veces muestran lo contrario. Sin duda le ha de desagradar por completo cuando le damos más prioridad a la palabra del hombre que a la palabra suya. Un hombre no dio su vida por usted ni por la iglesia donde se congrega. Mejor sirvamos al Varón del Calvario que sí dio todo por nosotros. También se ha de disgustar cuando ve prácticas en las iglesias que son el producto de sabiduría humana y que van completamente en contra de la Biblia. Dios nos ayude a reunirnos bajo la completa autoridad del Nombre precioso de Cristo para que él estime altamente nuestras iglesias.

Cuando consagraban sus tierras, la estimación de su valor era en base a su producción o el tiempo en el que se hacía el voto en relación al año del jubileo. Las tierras también podían ser rescatadas al pagar el 20% de su valor en algunos casos. La ley indicaba que habían situaciones donde ya no podían ser redimidas.

En las parábolas del Señor sobre el reino en Mateo 13, el campo representa a Israel. ”Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.” El hombre es Cristo. Vendió todo lo que tenía al dejar el cielo y sufrió en la cruz para poder comprar el tesoro que es el pueblo de Israel. Tristemente esa nación lleva mucho tiempo rechazándole. Viene el día cuando Israel, como si fuera, pagará la quinta parte a Jehová, cuando en el milenio, le den la gloria que no le han dado hasta ahora.

La ley también permitía que se pudiese redimir lo que se había ofrecido a Dios como diezmo de los animales y la cosecha al pagar la quinta parte. La responsabilidad de los Israelitas era darle a Dios lo que le correspondía, pero también podían beneficiarse ellos mismos de eso al cumplir con los requisitos prescritos. Cuanto más la obra vicaria de Cristo. Fue realizada primeramente para el beneficio de Dios, pero no hay duda, que nosotros también hemos sido grandemente favorecidos a través de lo que él hizo para el agrado de su Padre.

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