David Alves Jr.
Números 8:1-4
En el capítulo anterior, vimos la dedicación del altar, que nos hizo pensar en la crucifixión del Señor; ahora al ser encendidas las lámparas del candelero, vemos a Cristo en toda la hermosura de su gloria en el santuario celestial. El altar representa los dolores de la cruz; el candelero, nos hace pensar en la actual posición de gloria que él tiene, sentado a la mano derecha de su Padre.
El candelero estaba hecho de un talento de oro. Siendo la medida de mayor peso para los Hebreos, hace pensar en el incalculable peso de la gloria de Cristo. Fue labrado a martillo desde su pie hasta sus flores, haciéndolo de una sola pieza. Encontramos aquí algo sobre la perfecta uniformidad en las excelencias del Señor.
Tenía una caña central y seis brazos, tres de cada lado. De esta manera tenía siete lámparas. El número siete habla de la perfección de Dios, en este caso, sería la impecable hermosura del Señor en gloria. El hecho de que eran tres de cada lado, habla del preciso equilibrio que solamente podemos encontrar en nuestro Gan Sumo Sacerdote sentado en gloria. Desde allá nos trata con la medida exacta de compasión y corrección.
El hecho de que este mueble es llamado ”limpio” y ”puro” (Éx. 31:8; 39:7), habla de la constante santidad que siempre encontramos en Cristo. Isaías lo vio sobre su trono y exclamó: ”Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos, toda la tierra está llena de su gloria.” (Isa. 6:3)

Cada brazo tenía tres copas en forma de flor de almendro, manzana y una flor. La caña central tenía cuatro copas con los mismos diseños. Cristo Jesús en parte goza lo que ahora tiene en el cielo por lo fructífero que fue su vida y muerte. Jamás pudiéramos calcular el fruto que él ha producido. Nosotros somos muestra de ello.
Aarón como sumo sacerdote fue el responsable de alumbrar las siete lámparas. Nuestro Gran Sumo Sacerdote nos ha iluminado con el brillo de su gloria. Tuvo un inconmensurable efecto en nosotros al convertirnos. ”Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones” (2 Co. 4:6). Pablo nos da la razón para ello: ”para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. La gloria de Cristo nos sigue alumbrando fulgurantemente. ”Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18). No es casualidad que entre la dedicación del altar y la consagración de los levitas, está el candelero siendo encendido. Parecieran estar fuera de lugar estos detalles, pero Dios nunca se equivoca ni pone algo en su palabra por casualidad. Él nos está enseñando que para servirle, necesitamos vivir disfrutando la deslumbrante iluminación del Señor de gloria.
La forma en la que las lámparas estaban situadas sobre este mueble, permitía que alumbraran el candelero. De manera que, a través de las lámparas, el candelero podía ser admirado. La luz del candelero alumbraba el santuario de Dios para que ministraran los sacerdotes, pero también se alumbraba a sí mismo. Antes de morir y regresar al cielo, el Señor Jesús le prometió a sus discípulos que les enviaría al Consolador, el Espíritu Santo. El aceite lo representa a él. Un ministerio suyo es atraer la atención a Jesucristo, como lo hacían las lámparas con el candelero. Cristo dijo de él: ”Dará testimonio acerca de mí” (Jn. 15:26) y ”Él me glorificará” (Jn. 16:14). Permitamos que el Espíritu de Dios siempre nos lleve a contemplar a Cristo y así podamos imitarle y adorarle.