David Alves Jr.
Números 14
Después de escuchar el reporte de diez de los doce varones que fueron enviados para observar la tierra de Canaán, el campamento de Israel irrumpió en gritos y llanto. En vez de encontrar fortaleza en las palabras de Caleb que los animaba a conquistar esa tierra, decidieron oír y seguir la voz de los que fueron pesimistas e incrédulos. La nación de Israel se perturbó a tal grado que exclamaron: ”¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos!” (v.2) y también: ”¿No nos sería mejor volvernos a Egipto?” (v.3). Hablaban con tanta seriedad que sugirieron que debía ser elegido un capitán que los guiara a la antigua patria.
Es lamentable, pero la realidad es que en ocasiones nosotros no nos quedamos muy atrás. En más de una vez podemos llegar al punto en nuestra vida, cuando pensamos que lo mejor sería dejar las cosas del Señor. Puede ser por alguna caída que hemos tenido, alguna ofensa que hemos sufrido por un hermano o por una prueba sumamente difícil por la que hemos tenido que pasar. Y cuando nos encontramos en ese estado de ánimo de tanta vulnerabilidad, pensamos que lo mejor sería dejarlo todo y regresar a Egipto, a esa vida pasada que teníamos antes de conocer al Salvador. El que es verdaderamente salvo, podrá tener momentos como estos muy oscuros en su vida, pero siempre se levantará y luchará ante toda adversidad por seguir a Jesús. Hay algo acerca del Varón del Calvario que siempre nos atrae a él, a pesar de que en el pasado hemos contemplado dejarle.
Josué, Caleb, Moisés y Aarón se alarmaron en gran manera al ver la reacción del pueblo. Nos enfocaremos en los primeros tres y notaremos cómo en su reacción ante esta adversidad, son semejantes al Señor Jesús. La gran diferencia entre ellos y Cristo, es que las cualidades de cada uno de los tres varones, las podemos encontrar en nuestro Redentor. El título de este escrito es: ”El Intercesor”, ese es Moisés; ”El Salvador”, ese es Josué; y ”El Renovador”, ese es Caleb.
Josué nos señala a Jesús como nuestro Salvador porque su nombre significa: ”Jehová es mi salvación”. Caleb, es ”El Renovador” porque Dios reconoció que él había actuado para bien durante esta crisis nacional porque hubo ”en él otro espíritu” (v.24). Realmente él no es el que se renovó a si mismo, porque fue Dios el que lo hizo; pero sí nos trae a la mente a Aquél que sí renueva nuestras vidas, y ese es nuestro Amado. Pablo escribió: ”si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17). Él es nuestro Renovador porque nos ha cambiado nuestras vidas. Por medio de su muerte y resurrección ha transformado nuestras vidas.

La historia en este capítulo se enfoca más en lo hecho por Moisés ante tal adversidad, lo cual nos hará meditar en Cristo como nuestro Intercesor. Hay maneras en las que se asemejan, pero en otras, se contrastan. Al ver la reacción del pueblo, Moisés postró su rostro sobre la tierra. Para que Jesús pudiese ser nuestro Intercesor (Rom. 8:34; Heb. 7:25) él tuvo que humillarse hasta lo más bajo, lo cual fue tomar forma de hombre y morir la muerte más vergonzosa. Moisés habló con Dios cuando intercedió por Israel al mencionarle lo que él había hecho con ellos. Nuestro Señor, para interceder por nosotros desde el cielo en la actualidad, no fue por algo que le dijo a su Padre, como fue el caso de Moisés; él tuvo que dar su vida sobre un vil madero para poder hacerlo. Le costó mucho poder llegar a ser hoy el que aboga por nosotros. Dios en el momento decidió perdonar a Israel por lo dicho por Moisés (v.20). Algo parecido ocurre con nosotros. En la intercesión de Cristo por nosotros como transgresores (Isa. 53:12), somos perdonados de nuestros pecados al creer en la palabra o en el dicho del Salvador. En Juan 5:24 se nos promete que los que oímos su palabra y creemos al Dios quien lo envió a la tierra, recibiremos la vida eterna.
Al final, Dios decidió castigar a todos menos a Caleb y a Josué y a sus familias. Todos ellos recibieron la promesa de poder entrar a la tierra prometida. Todos los demás en el campamento morirían en el desierto sin ver la tierra que Dios les había querido dar.
Gracias a Dios que en su Hijo lo encontramos todo. Él nuestro Intercesor, nuestro Salvador y nuestro Renovador.