David R. Alves
Números 19
El hombre limpio y las cenizas: una figura de José de Arimatea
Consideremos ahora al tercer hombre en relación a la vaca alazana mencionado en Números 19. Se trata del hombre limpio, también anónimo, que se encargaba de las cenizas (v.v. 9-10).
En cuanto a los sacrificios bajo la Ley, la Biblia hace mención de las cenizas de animales ofrecidos por mandato divino en tres escenarios diferentes: (1) Levítico 1:16 y 6:10-11 tienen que ver con el holocausto; (2) en Levítico 4:12 es la ofrenda por el pecado; (3) en Números 19:9-10 y Hebreos 9:13 el tema es la vaca alazana.
Es de notar que el holocausto, la ofrenda cabecera en Levítico 1 a 7, es la que tipifica lo que la obra de Cristo fue para su Padre; la ofrenda por el pecado, como su nombre implica, es una sombra de la provisión hecha por Dios en el Calvario a favor del pecador; y, como hemos venido notando ya en esta serie, la vaca alazana nos habla de lo que Cristo ha hecho para la purificación del creyente en su andar cotidiano en este desierto mundanal.
Las cenizas mencionadas eran el residuo de estas tres ofrendas respectivamente; eran la evidencia tangible de que el fuego había consumido a la víctima inmolada.
Examinando estas referencias, leemos que las cenizas eran apartadas de sobre el altar (Lev 6:10), y eran puestas inicialmente junto al altar (Lv. 6:10), al lado oriental (Lv. 1:16), o sea, el lado visible a todos desde la entrada del atrio. Las cenizas de la ofrenda por el pecado eran llevadas a un lugar limpio fuera del campamento (Lv. 4:12), mientras que se especifica que las cenizas de la vaca alazana eran guardadas en un lugar limpio, también fuera del campamento (Nm. 19:9-10).
Estas cenizas nos hablan del cuerpo sin vida de nuestro Señor Jesucristo después de haber consumado la obra de redención: sobre la cruz después de morir, luego de ser bajado de la cruz y, finalmente, puesto en un sepulcro nuevo.
Habiendo juntado estos datos veamos ahora la figura que tememos de José de Arimatea, un personaje del Nuevo Testamento maravillosamente anticipado en estos pasajes del Antiguo Testamento.
Tanto el levita de Números 19, como José, seguramente de la tribu de Judá, eran súbditos del reino de Dios, el primero lo vio en sus humildes inicios después de la liberación de Egipto (Éx. 19:6), mientras que el segundo anticipaba, bajo los romanos, su manifestación final y gloriosa (Mc. 15:43). El levita se ocupó del rito, el tipo (Heb. 13:13), mientras que José, quince siglos después, se ocupó de la realidad, el antitipo.

La sepultura del Señor es mencionada por los cuatro evangelistas (Mt. 27.57-61; Mc. 15.42-47; Lc. 23:50-56; y Jn. 19.38-42). Es impactante en estos cuatro pasajes cómo José de Arimatea de repente aparece para encargarse del cuerpo de Cristo, y luego desaparece fugazmente de la página sagrada. En esto hay una semejanza clara con el hombre en Números 19 cuya única responsabilidad era llevar las cenizas de la vaca quemada a su resguardo en un lugar limpio.
Así como el hombre de las cenizas hizo su labor para Dios fuera del campamento, así también José. Juan 19:41 nos confirma que el sepulcro estaba en el lugar de la crucifixión, afuera de la ciudad de Jerusalén. José era miembro del concilio, el sanedrín de los judíos. Identificarse con Jesús, fuera del campamento (Hebreos 13:13), sin duda le traería burla, desprecio y persecución de parte del establecimiento religioso de sus días. Lo mismo sucede con el creyente fiel hoy día.
Nuestro tercer personaje en Números 19 es presentado primeramente como “un hombre”. Resalta su anonimato. De José no conocemos su apellido, y tampoco sabemos con exactitud dónde en Judea quedaba Arimatea, el lugar con que se le identifica. A pesar de haberse encargado de una sepultura tan importante, tendremos que esperar hasta que el Señor nos revele quién exactamente fue este José que se hizo responsable del cuerpo de Cristo.
El hombre en Números 19 era “limpio”. José, como miembro noble del concilio, tendría que ser un hombre de altos escrúpulos y ceremonialmente limpio. Además de esto, se nos dice que era un varón bueno y justo. Al externar su fe genuina por medio de su atrevida devoción a Cristo, José mostraba su gracia interna como una alma ya limpiada en la sangre de Cristo apenas derramada en la cruz.
El hombre limpio llevaba las cenizas de la becerra a un lugar limpio. José de Arimatea no sólo envolvió el cuerpo de su Señor, con la ayuda de Nicodemo, en sábanas limpias y nuevas sino que también sepultó el cuerpo en una tumba nueva. Lucas y Juan enfatizan que en este sepulcro no había sido puesto otro. Era un lugar limpio, incontaminado por la muerte.
¡Qué cosa tan extraña! El hombre limpio de Números 19 quedaba ceremonialmente inmundo hasta la noche por haber tenido contacto con la muerte, aunque la vaca era un animal sin defecto e inocente. Asimismo, los Judíos considerarían a José de Arimatea un hombre inmundo aunque el cuerpo que había tocado era del Santo Ser a quien Dios no permitió que su cuerpo viera corrupción (Sal 16:10; Hch. 2:27). Para ambos hombres, sin embargo, ha de haber sido un alto honor poder participar en actividades tan sagradas y de agrado a su Dios.
El uso de las cenizas de las vacas alazanas durante la historia del pueblo de Israel, su significado espiritual para nosotros hoy, y la expectativa profética que los judíos le dan a Números 19, serán los temas que en la siguiente entrega darán conclusión a esta serie de escritos.
Será continuado…