David Alves Jr.
Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. Éx. 20:2; Dt. 5:6
Dios revela cinco cosas acerca de su persona.
Es inmutable. Al revelarse a ellos, se manifiesta como el gran “Yo soy” del que leemos a lo largo de todas las Escrituras. Es un Dios que permanece en el presente continuo. Como pueblo suyo, podemos estar agradecidos que no es el Dios que fue, allá en el distante pasado. Tampoco es el Dios que posiblemente será en el lejano futuro. Ayer, hoy y mañana, él es el “Yo soy” que siempre permanecerá igual hacia nosotros.
Es diligente. El nombre Jehová que utiliza en este primer mandamiento, lo relaciona con el hecho de que continuamente obra calculadamente para cumplir los pactos que establece con su pueblo. De manera responsable, siempre cumple lo que promete. A pesar de que nosotros seamos infieles, él persevera en su constancia hacia nosotros, porque no puede negarse a sí mismo (2 Tim. 2:13). Él hace hasta lo imposible para no fallar en los contratos que él hace con su pueblo redimido.
Es único. Habían muchos dioses que se nombraban en Canaán, pero aquí él hace absolutamente claro que no hay Dios aparte de él. Ese Dios singular y por encima de todos los dioses falsos, merece que sea reconocido como tal, y que los que son suyos, dediquen su existencia para honrarle en todos los aspectos de su vida.
Es poderoso. Se le recuerda a Israel que él fue quien los sacó de la tierra de Egipto. El yugo egipcio sobre ellos era muy fuerte, pero había uno infinitamente más fuerte que todo ese gran imperio. A través de las diez señales que devastaron el país, Dios les mostró su inmenso poder y la notoria debilidad que realmente había en ellos. El gran Dios Todopoderoso permitió que los egipcios se ahogaran en las aguas del Mar Rojo, mientras que todo su pueblo salió a salvo. Confiemos siempre en su ilimitable poder.
Es misericordioso. El Señor le recuerda a los Israelitas de dónde habían salido. Les menciona la casa de esclavitud. En esa casa sufrían, y mucho; pero ahora, aunque se encontraban en un desierto, tenían a Dios, y por lo tanto, lo tenían todo. Nunca se nos olvide de dónde nos sacó Dios. Personas como Mateo, María Magdalena y Saulo nunca olvidaron la casa de servidumbre de la que fueron sacados. La misericordia que Dios nos ha mostrado, debería de manifestarse en nuestras vidas, al constantemente maravillarnos de donde fuimos sacados y en donde nos encontramos ahora.