David R. Alves
Los títulos de Cristo en el Nuevo Testamento mencionados en pares, unidos por la conjunción “y”, ofrecen un estudio provechoso:
- El Señor y el Maestro, Jn. 13:14;
- Señor y Cristo, Hch. 2:36;
- Santo y Justo, Hch. 3:14;
- Príncipe y Salvador, Hch. 5:31;
- Apóstol y Sumo Sacerdote, He. 3:1;
- Autor y Consumador, He. 12:1;
- Pastor y Obispo, 1 Pe. 2:25;
- Fiel y Verdadero, Ap. 19:11;
- Rey de reyes y Señor de señores, Ap. 19 13 (Note el orden inverso en Ap. 17:14);
- Alfa y la Omega,
- el principio y el fin,
- el primero y el último, Ap. 22:13;
- La raíz y el linaje de David, Ap. 22:16.
Hebreos 3:1 (#5) nos interesa para fines de este escrito. El versículo completo dice así: “Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús”.
Un apóstol es uno que es enviado como mensajero especial en representación de otro. En lo que al Nuevo Testamento se refiere, un apóstol es un hombre que ha sido enviado de parte de Dios como delegado, o embajador.
“No sólo es enviado: está también revestido de la autoridad de aquel que lo envió. Además, él puede y debe hablar únicamente aquellas palabras que su superior le ha confiado. Tiene prohibido expresar sus propias opiniones cuando las mismas difieren de las de aquel que le envió” (Kistemaker).
De las 80 veces que el sustantivo apóstol aparece en el Nuevo Testamento, la mención en He. 3:1 es la única ocasión en que se escribe apóstol con mayúscula (RVR60, VM, NBLH, Biblia Textual, etc). ¡Y con razón! Es un título de nuestro glorioso Señor.

Al considerarlo como el Apóstol, vemos a Cristo en su encarnación, el mensajero especial que vino del cielo como embajador de Dios ante la humanidad, revestido de la autoridad conferida por su Padre. Es de notar también que el Evangelio de Juan, que presenta de manera particular a Cristo como el Hijo de Dios, es el que repetidamente usa el verbo “enviar” (apostellō, en el griego) en relación a la primera venida del Señor al mundo. Él es digno de considerar:
– “No envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo…”, Jn. 3:17.
– “El que Dios envió, las palabras de Dios habla”, Jn. 3:34.
– “Las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado”, Jn. 5:36.
– “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado”, Jn 6:29.
– “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre”, Jn. 6:57.
– “Yo le conozco, porque de él procedo, y él me envió”, Jn. 7:29.
– “Yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió”, Jn. 8:42.
– “Al que el Padre santificó y envió al mundo”, Jn. 10:36.
– “Para que crean que tú me has enviado”, Jn. 11:42.
– “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”, Jn.17:3.
Así como Cristo vino del cielo en carácter de Apóstol, regresó al cielo en carácter de Sumo Sacerdote. Vino como representante de Dios ante los hombres, pero se fue al cielo como representante nuestro ante Dios. “Como apóstol nos habla de parte de Dios, como nuestro Sumo Sacerdote le habla a Dios de parte nuestra” (Pink). Había salido de Dios (el Apóstol), y a Dios iba (el Sumo Sacerdote), Jn. 13:3.
En Hebreos el escritor comenzó mostrando la superioridad de Cristo sobre los profetas que le antecedieron, así como su superioridad sobre los ángeles. En el capítulo 3 nos muestra que Moisés también es inferior a Él. Moisés fue enviado al pueblo de Israel en esclavitud en Egipto para liderar el éxodo y la travesía por el desierto. Sin embargo, Moisés no fue sacerdote. Ese oficio le correspondió a Aarón, el cual ilustra a Cristo como Sumo Sacerdote haciendo la obra de expiación y luego entrando ante la presencia de Dios para interceder por su pueblo.
Nuestro llamamiento celestial y nuestra profesión se la debemos a Cristo quien, sentado a la diestra del Padre, es hoy nuestro Apóstol y nuestro Sumo Sacerdote.