David Alves Jr.
Sitim no fue un lugar de éxito espiritual para la nación de Israel. Allí cometieron dos tipos de infidelidad al Dios que los había rescatado. Fornicaron con mujeres y adoraron dioses falsos de Moab.
Era de esperar que el furor de Dios se encendiera contra el pueblo que tanta amaba. Él determinó que los príncipes fuesen ahorcados para apartar su ira de todos los demás y que debían de morir todos los que habían cometido vileza.
Al estar todos llorando a la puerta del tabernáculo, un Isrselita llamado Zimri trajo a una Moabita llamada Cozbi. De pronto, se levantó de entre todos un varón con una lanza. Su nombre era Finees. Su celo hacia la santidad de Dios, lo hizo ir tras el Israelita y la Moabita para matarlos.
Por causa del pecado cometido por el pueblo, el resultado fue que murieron 24,000 personas. Pero el acto heroico de Finees resultó en que se apartara la ira de Dios de ellos para que no murieran más.
Si hubiese sido por él, en su rectitud, él hubiese consumido a todos. Pero por causa de la intercesión hecha por Finees, no fueron completamente exterminados. Dios consideró lo que hizo como haciendo expiación por Israel, porque su acto fue para cubrir su pecado y para que se reconciliaran con Dios.
Dios siempre recompensa lo que es hecho para defender su santidad. Esta no fue la excepción con Finees. Dios le prometió que haría un pacto de paz con él, en el cual el sacerdocio le pertenecería a su descendencia para siempre.
Sin ninguna duda, en este relato Finees es figura de Jesús.

La pureza de nuestro Señor es vista en la forma en la que Finees se abstuvo de pecar junto con la gran mayoría de sus compatriotas. Este aspecto de Cristo era vital para poder ser testador del pacto en el cual nosotros nos vemos beneficiados. Tenía que ser alguien puro y santo, y lo fue. Un pecador no podía mediar entre un Dios santo y pecadores.
El celo de Cristo Jesús hacia el templo de su Padre viene a la mente cuando leemos sobre lo que hizo Finees a la puerta del tabernáculo. En cuanto al Señor, David lo profetizó al escribir: “Me consumió el celo de tu casa” (Sal. 69:9). Sabemos que se cumplió por lo que leemos en los evangelios cuando sacó a todos los que habían hecho del templo un mercado que les dejaba grandes ganancias.
La intercesión de Finees a favor de Israel, nos presenta la gloriosa verdad de que el Hijo de Dios es nuestro intercesor (Rom. 8:34). En el caso de Finees, él quitó la vida de otros para interceder por el pueblo; en el caso de Jesús, él tuvo que dar su vida para poder interceder por nosotros (Heb. 9:16, 17). Al haber intercedido por nosotros, Cristo ha sido el testador de algo nuevo, de algo maravilloso, y todo fue mediante su sangre derramada. En la copa haremos memoria de que él derramó su sangre para hacernos entrar en un pacto nuevo con Dios (Lc. 22:20). Finees aplacó la ira de Dios e hizo expiación, pero sin sufrir. El Señor Jesús, a través de sus sufrimientos vicarios y sangre derramada, removió la ira de Dios que estaba sobre nosotros (Jn. 3:36).
A Finees se le prometió un sacerdocio perpetuo para su descendencia por causa de su valor, pero tristemente se perdió por causa de la desobediencia de la nación de Israel. Jesucristo será por siempre nuestro Intercesor y nuestro Gran Sumo Sacerdote porque su sacerdocio es según el orden de Melquisedec, al ser eterno (Heb. 6:20).
Adoremos a Dios por todos los beneficios que hemos recibido en este nuevo pacto, para que su Hijo sea honrado por todo lo que él hizo a nuestro favor.