David Alves Jr.
“Maldito por Dios es el colgado” Dt. 21:23
“¡Maldito!”, se escuchaba decir a los ancianos de Israel sobre alguien que había cometido un crimen. Se escuchaba la sentencia: “¡Mátenlo y cuelguen su cuerpo sobre un madero!”. Al morir, su cuerpo era elevado sobre un madero, pero bajado al anochecer para que el cadáver no contaminara la tierra.
Cada persona tenía que llevar su pecado. Tenía que sufrir ser maldecido por Dios por lo que había cometido, para que la justicia de Dios fuera apaciguada. Eran levantados sobre un madero a la vista de todos para que el resto de la congregación de Israel temiera y no pecara. Su pecado era tan detestable que, tanto la persona como el pecado, tenían que ser juzgados removidos de entre ellos.
La ley imponía siempre una maldición sobre los transgresores. Si alguien elaboraba una imagen, la ley lo condenaba como maldito. Si alguien era un hijo desobediente y contumaz, la ley lo condenaba como maldito. La ley, lejos de salvar al hombre, lo único que hace es condenarlo.
Hasta aquí, todo esto es entendible. La justicia de Dios tenía que ser satisfecha al cometerse pecado en Israel. Lo que nos asombra es llegar al Nuevo Testamento y leer lo que Pablo le enseña a los gálatas sobre la doctrina de la justificación. “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero” (Gál. 3:13).
En la misericordia Dios y con el deseo que tenía de hacernos justos, nosotros pecamos, pero no nos dio muerte inmediata, como sí ocurría bajo la ley. Envió a su Hijo para que sobre un madero, él fuera hecho maldición, y así la maldición de la ley fuese removida sobre nosotros. Dios debió haber dicho también de nosotros: “¡Malditos!”; pero por su gracia y por nuestra fe en Cristo, él ha declarado de nosotros: “¡Justos!”. Tal gracia no podemos calcular, pero sí nos lleva a humillarnos delante de él y adorarle.
Cristo bien sabía que al ser clavado al madero, los judíos tendrían en mente la ley, y que lo considerarían a él como alguien que era maldecido por Dios por algún crimen cometido. Esto habrá acentuado aún más la vergüenza que ya estaba sintiendo.
Él no fue como ese hijo rebelde y contumaz que era colgado muerto sobre un madero. Fue el Hijo más sumiso y el Hijo que más ha agradado a un Padre. Pero en su justicia perfecta, él sabía que llevando nuestra maldición sobre la cruz, era la única manera para satisfacer las demandas de la justicia de su Padre, para que nosotros fuésemos declarados justos.
Los criminales israelitas eran matados y después colgados sobre el madero. En el caso de Jesús, él sufrió y murió sobre ese objeto que simbolizaba la maldición de Dios. Bajo la ley, los cuerpos sobre los maderos tenían que ser bajados, para no seguir contaminando a Israel y la tierra que Dios les había heredado. En el caso de nuestro Salvador, su cuerpo colgado sobre un madero, trajo perfecta justicia a esta tierra. Al morir, el suelo tembló, porque la creación de Dios estaba reconociendo que la maldición que había sobre todo, había sido rota y desecha.
No podemos escribir sobre lo que habrá sido en sí para Cristo ser hecho maldición, porque son cosas demasiado sagradas para comprender. Lo que sabemos es que por tres horas en las tinieblas fue expuesto al terrible juicio de Dios, y que por medio de esto, nosotros hemos recibido la justicia perfecta de Jesús.
Adoremos al que fue hecho un poco menor que los ángeles (Heb. 2:7). Alabemos al Verbo que fue hecho carne (Jn. 1:14). Exaltemos al que fue hecho pecado por nosotros (2 Co. 5:21). Hagamos memoria del que fue hecho maldición para que fuésemos justificados (Gál. 3:13).
