David Alves Jr.
“No entrará amonita ni moabita en la congregación de Jehová” Dt. 23:3
No hay nada que pueda igualarse a la gracia de Dios. Rescata al hombre y a la mujer sin importar la condición en la que esté y lo enriquece de todo tipo de bendiciones espirituales. No merece ninguna de ellas, pero así es la gracia de Dios. Nos da lo que no merecemos tener y nos hace ser lo que no merecemos ser. Ese es el Dios al que adoramos.
Esto lo vemos con la historia de Rut. El hecho de que era de Moab, hace que sobresalgan dos cosas sobre su persona. Era gentil y era idólatra. La ley de Jehová prohibía que una persona así pudiese unirse a la congregación de Israel. No olvidemos que los moabitas habían descendido de una relación ilícita de incesto entre Lot y una de sus hijas. Alguien pudiera pensar que alguien como Rut no tenía ninguna oportunidad de conocer al Dios de Israel. Pero no hay nadie como él. No es como los otros dioses o como nosotros. Él es el Dios de toda gracia y él intervino en la vida de una joven moabita para que se convirtiera a él.
La gracia de Dios en la vida de Rut la podemos ver al permitir que ella lo conociera por medio del esposo con el que se casó. Después de la muerte de su esposo, Rut decidió irse a Israel con su suegra y reconocer a Jehová como su Dios. Deseó dejar atrás a los ídolos de sus padres para creer en el Creador de los cielos y de la tierra. Le dijo a su suegra que el Dios de ella sería ahora su Dios.
La historia de Rut y su conversión debe hacernos recordar nuestra historia de gracia. Es provechoso recordar las formas en las que Dios obró para podernos rescatar. Éramos como Rut, gentiles y perdidos en el pecado. Todo esto hasta que nos alcanzó la maravillosa gracia de Dios. Nuestro pecado abundaba, pero más abundó su gracia.
Al llegar Rut a Israel, también vemos la misericordia de Dios en su vida. Al no tener esposo, y al estar a cargo de su suegra, ella necesitaba trabajo. Noemí la envió a unos campos. Al ir a trabajar allí, Booz el dueño se compadeció de ella y le permitió espigar en sus campos. A pesar de ser extranjera, Booz tuvo gracia de ella y le dio trabajo. Ella quedó tan abrumada que le preguntó: “¿Por qué he hallado gracia en tus ojos para que me reconozcas, siendo yo extranjera?”

Lo mismo nos podemos preguntar nosotros. ¿Por qué tuvo el Señor gracia de nosotros? ¿Había algo digno que él vio en nosotros? La realidad es que no. Un día le preguntaremos al Señor: ¿Por qué he hallado gracia en tus ojos? Debemos vivir siempre adorando a Dios en nuestro espíritu por la gracia que él nos ha tenido.
Noemí se asombró de que ella haya podido trabajar para Booz porque resultó ser su familiar, y por lo tanto, había la posibilidad de que la redimiera. ¿Iba a Booz querer redimir a una moabita? Rut le pidió que lo hiciera, él aceptó, pero primero tenían que ver que haría el pariente más cercano. Él terminó rechazando la opción de redimir a Rut. No le convenía. Lo más probable era que fue por la nacionalidad de Rut. Al no querer redimirla, Booz sí la redimió y se casó con ella.
¡Qué historia tan hermosa! Un hombre judío que mostró ser alguien piadoso y trabajador, deseó casarse con Rut, una mujer moabita. ¡Esa es nuestra historia! Pero la nuestra es infinitamente más sobresaliente. El Hijo de Dios, puro y perfecto, vino desde el cielo a este mundo de maldad, para sufrir sobre un madero para así comprarnos. ¿Cómo pudiera haber una historia de gracia mejor que esa? No la hay y no la habrá.
Pero la historia de Rut no termina ahí. No solamente pasó de ser moabita a Israelita. No solamente pasó de ser idolatra a adorar al Dios verdadero. No solamente tuvo el honor de ser redimida por alguien como Booz. Ella también se convirtió en parte de la descendencia más importante de todas las familias. De su hijo Obed llegaría a nacer David el que sería el rey de Israel y al que se le prometería el trono eterno. ¡Increíble! Pero no es todo. Rut se convertiría también en parte de la descendencia del Salvador del mundo. ¡No hay palabras! Dios en su gracia permitió que Rut fuese parte de la historia de la redención del mundo.
Aunque la ley de Dios prohibiera que los moabitas se unieran a la congregación de Israel, Rut sí pudo hacerlo, solo por gracia divina. Adoremos al Señor por la inmensa gracia que él nos ha mostrado a nosotros.