David Alves Jr.
Romanos 8 es uno de esos capítulos que sobresalen en nuestras mentes. Sentimos que estamos parados sobre las alturas del Everest cuando contemplamos el paisaje de este capítulo profundamente inspirador.
Si miramos detrás de nosotros, vemos los primeros siete capítulos de esta hermosa epístola, y admiramos la gran doctrina de la justificación. En el capítulo uno, los gentiles somos sentenciados como injustos delante de Dios. En el capítulo dos, los judíos son declarados injustos, a pesar de su aparente moralidad. En el capítulo tres, la conclusión del Juez es que todos somos injustos y que no podemos ser hechos justos por medio de las obras de la ley sino por medio de la justicia de Dios en Cristo. En el capítulo cuatro, Pablo nos otorga los ejemplos de Abraham y de David para mostrar que el hombre no puede ser justificado por sus obras, sino que ellos lo obtuvieron únicamente por la fe. Ya habiendo sido hechos justos delante de Dios por medio de la justicia de Cristo imputada a nosotros por su vida perfecta, sufrimientos vicarios y gloriosa resurrección, gozamos de distintas bendiciones incomparables. Estas son detalladas en los capítulos 5-7. Hemos sido salvados y reconciliados. Poseemos la vida eterna. Hemos muerto al pecado para ahora servir a la justicia. Ya no estamos bajo la ley. Ahora podemos ser victoriosos sobre el pecado.
¡Qué panorama! Eramos culpables y estábamos condenados, ¡pero ahora somos justos! Esta inmensa bendición que Dios nos ha imputado, no solamente es digna de ser admirada, sino que también merece ser vivida. La justicia de Dios no es algo que solo contemplamos a la distancia. Es algo que debe afectar nuestro día a día. Por eso Santiago escribió acerca de la justificación que es por obras. Él no contradice las enseñanzas de Pablo. Ambos enfatizan un aspecto distinto sobre la justificación. Pablo contesta la pregunta: ¿cómo es que recibimos la justificación? Es por medio de la fe. Santiago contesta la pregunta: ¿cómo mostramos que hemos sido justificados? Es por medio de nuestras obras. Por eso no pueden existir cristianos que vivan habituados al pecado. En el momento que uno cree en el Salvador, uno es declarado justo por Dios, y esa persona querrá vivir conforme a la justicia de su Salvador.
Pero ahora volteamos la mirada para ver el asombroso paisaje que nos presenta Romanos 8. En este capítulo son tres escenarios que podemos observar desde las alturas en cuanto a tres grandes doctrinas que nos presentan las Escrituras, que son: regeneración, adopción y glorificación. En todas hay una relación cercana entre esas preciosas verdades y la gran obra que ha hecho y hace el Espíritu Santo a nuestro favor.
En los versículos 1-13, vemos al Espíritu Santo y nuestra regeneración. Antes andábamos conforme a la carne, entregados a la maldad, pero ahora andamos en el Espíritu (v.1), pensamos en las cosas del Espíritu (v.5, 6), vivimos según el Espíritu (v.9) y morimos al pecado a través del Espíritu (v.13). ¡Hemos sido regenerados y transformados! ¡Hemos sido hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús!
En los versículos 14-16, vemos al Espíritu Santo y nuestra adopción. No solamente hemos sido justificados y regenerados, pero también hemos sido adoptados. Ya no poseemos el espíritu de esclavitud sino que poseemos al Espíritu de adopción desde que creímos en el Señor Jesús. Una de las bendiciones que esto nos brinda es que podemos orar a Dios y llamarle: “¡Abba, Padre!”. Este conocimiento no lo hemos adquirido por nuestra propia cuenta, sino que el Espíritu de Dios lo testifica a nuestro espíritu. ¡Qué grandioso y glorioso! Hemos pasado de ser enemigos de Dios, a ser hijos de Dios.
Y en los versículos 17-30, vemos al Espíritu Santo y nuestra glorificación. Ahora miramos lo más lejos que podemos sobre el monte en el cual estamos parados, porque el Señor quiere que sepamos que un día seremos glorificados con él. No solo hemos sido adoptados, pero también somos herederos de Dios y coherederos con Cristo. En la venida de Jesús, heredaremos plenamente lo que ahora poseemos en parte por causa de las limitaciones que el pecado impone sobre nosotros. Hemos sido redimidos y adoptados, pero en el rapto, todo se consumará. Seremos perfectamente y completamente redimidos y adoptados. Tendremos que padecer en esta vida, pero estas aflicciones no se comparan en lo más mínimo con las glorias venideras. Hasta que seamos glorificados, entendemos que a los que amamos a Dios, todas las cosas nos ayudan a bien.

Anhelamos nuestra glorificación intensamente. Aunque hemos sido salvados de la pena del pecado y del poder del pecado, de todo corazón queremos ser salvados de la presencia del pecado. Queremos dejar este mundo de pecado para vivir en el reino donde no existe la maldad. Queremos dejar este cuerpo de pecado para ser vestidos con un cuerpo que no conocerá el pecado ni la muerte. En cuanto a nuestro anhelo de todo esto, el apóstol nos habla del anhelo de la creación de ser regenerada (v.19-22); el anhelo nuestro que nos lleva a gemir internamente y que produce en nosotros perseverancia (v.23-25); y el anhelo del Espíritu Santo que intercede por nosotros en nuestra debilidad, cuando no sabemos cómo expresar nuestros agobios a nuestro Padre (v.26, 27). Con esa intensidad debemos anhelar nuestra glorificación. Al ver este paisaje que está a la distancia, no podemos creer lo que estamos mirando. ¿Nosotros glorificados por Dios? ¡No es posible! Sí lo es, y todo es por medio de su gracia.
No quisiéramos nunca descender de las alturas de este inmenso monte de Romanos 8. Pero antes de hacerlo para escalar otro monte en las Escrituras y admirar otras grandes verdades que Dios tiene para nosotros, nos preguntamos: ¿Es seguro que seremos glorificados? ¿No podría algo modificar los planes gloriosos y futuros que Dios tiene para nosotros?
Todo es seguro y nada puede cambiar los propósitos de Dios en cuanto a nuestra glorificación. Al ser Dios eterno, omnisciente y omnipresente, él puede ver todo en el pasado. Él ve que ya hemos sido conocidos, predestinados, llamados y justificados. Pero eso no es todo lo que Dios ya vislumbra como un hecho. En cuanto a nuestra glorificación, ¿en qué tiempo aparece el verbo glorificar? Debería de aparecer en el futuro porque es algo que aún no se ha llevado a cabo. Pero no aparece en el pasado, ni tampoco en el presente, sino en el pasado. ¿En el pasado? Así es. ¿Por qué Pablo habla de que Dios ya nos glorificó si aún seguimos en este mundo y en este cuerpo? Porque Dios ya lo ha dado como un hecho que seremos glorificados. ¡Esto significa que nuestra salvación es segura en Cristo Jesús!
A veces el cristiano duda de su futuro por los ataques del enemigo o por las angustias de la vida. En los versículos 31-39, el Señor nos afirma que nada ni nadie puede distorsionar el porvenir esplendente que nos espera. Nadie puede acusarnos ni condenarnos porque Dios nos ha justificado y porque Cristo es nuestro intercesor. Alguien que sufre podría preguntar: ¿Realmente no hay nada que pueda apartarme del amor de Cristo? No hay absolutamente nada que lo pueda hacer. Sea tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada; no hay nada que pueda cambiar nuestra posición en Cristo. Alguien más pregunta: ¿Qué del maligno y de su ejército? ¿No pueden ellos o alguna otra cosa apartarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús? Amado, ¡no lo hay! Sea la muerte, la vida, los ángeles, los principados, las potestades, lo presente o lo por venir, nada puede afectar nuestra glorificación.
Vemos el panorama del monte llamado Romanos 8, y lo único que podemos hacer es deshacernos delante delante de la presencia Dios en adoración. Quebrantamos todo orgullo en nosotros y nos despojamos de todo deseo a lo que no es agradable a Dios, al considerar todo lo que Dios ha hecho por nosotros, todo lo que está haciendo por nosotros, y todo lo que un día él hará por nosotros.
Soli Deo gloria. Solo la gloria a Dios.
Hoy y por todos los siglos.