Cristo en toda la Biblia

Las Glorias de Nuestro José Celestial

David Alves Jr.

“Aquel que es príncipe entre sus hermanos” (Dt. 33:16)

Al bendecir Moisés a las tribus de Israel antes de morir, él le dijo palabras a las tribus de José que deben llamarnos mucho la atención.

Debemos notar que de todas las bendiciones, esta es las más extensa. A la mayoría de las tribus, solo les dedicó unas pocas palabras. Para la tribu de Leví tuvo un poco más que decirles que a las otras. Pero la tribu de José fue la que más palabras recibió. El que más angustias tuvo entre sus hermanos, fue el que más recompensas recibió. Lo mismo encontramos en la bendición que dio Jacob a sus hijos antes de morir (Gn. 49). A José fue al que se le prometió mayor bendición. Otra manera en la que vemos la generosidad de Dios a José por lo que él padeció, es por el hecho de que él fue el único de los hijos de Jacob de quien salieron dos tribus, Manasés y Efraín. 

Lo mismo encontramos en la experiencia de nuestro bendito Señor. El que más sufrió a lo largo de su vida y durante su muerte sobre la cruz, es aquel a quien Dios más ha prosperado. El Señor primero sufrió intensamente para después gozar de inmensas glorias (1 Pe. 1:11). Lo mismo encontramos en los capítulos 52 y 53 de la profecía de Isaías. El profeta nos anticipó que el Mesías padecería muchas cosas, mayormente al ser herido por nuestras maldades, pero también se nos detallan aquellas llamativas recompensas que el Padre le ha dado a su Hijo Amado. “Será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto… asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él la boca” (Isa. 52:13, 15) “Verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada… le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos” (Isa. 53:10, 12). No podríamos calcular lo mucho que Cristo Jesús ha sido prosperado por su Dios, por todo lo que él padeció. 

Veamos cómo en la bendición recibida por José por parte de Moisés, todo lo que se le dice es en tono positivo. Al hablar Moisés a otras tribus, en algunos casos él aludió a pecado que ellos habían cometido. Por ejemplo, él mencionó la falta de la tribu de Leví cuando contendieron en las aguas de Meriba. Algo que debe captar nuestra atención es que Moisés no mencionó a la tribu de Simeón. ¿Será posible que esto fue por la participación de Simeón en la matanza de los varones del lugar de donde era Siquem, quien deshonró a su hermana Dina? Pero en el caso de José, insistimos, no hay mención de alguna falta en la bendición pronunciada sobre su descendencia. No solo vemos su piedad en la bendición de Moisés, sino también por lo que leemos de él en Génesis. La historia que nos presenta el Espíritu Santo de él a través de la pluma de Moisés en el primer libro del Pentateuco, es de un hombre virtuoso y puro. 

La vida recta de José, sin duda, nos hace meditar en la pulcritud de nuestro Salvador. Obviamente, la pureza de José no puede compararse con la limpieza que encontramos en Cristo. Aunque no leemos de José cometiendo pecado, él tuvo que haber cometido maldad, ya que era un “hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras” (Stg. 5:17). En cuanto a nuestro Señor, no leemos de que él haya pecado, pero no solo eso; la palabra de Dios enseña claramente que él no podía pecar. Si la pureza de José se resalta en la bendición de Moisés y a lo largo de las Escrituras; la perfección de Jesús, se destaca infinitamente por encima de cualquier otra persona que ha procurado vivir en limpieza delante de Dios. Él es de quien proclaman los serafines: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (Isa. 6:3).

Moisés describió también la exaltación de José, en relación a lo que se vería en su cabeza. Dijo que la gracia del que habitó en la zarza vendría sobre su cabeza y su frente. Vemos cómo es que el que llevó vergüenza y afrenta sobre sí a lo largo de muchos años, después sería coronado como gobernador de Egipto. Lo mismo encontramos en nuestro bendito Señor. Primero fue coronado de espinas, para después ser coronado de honra y de gloria (Heb. 2:9). Cuando Juan vio cómo se presentará Cristo al venir a reinar en gloria, lo describe como teniendo sobre su cabeza muchas diademas (Ap. 19:12). ¡Qué esplendorosa presentación él tendrá! 

Imagen tomada de http://www.concordianews.org/kids/2015/1507-jegypt.htm

En cuanto a su majestad, Moisés también habló de que José es “como el primogénito de su toro es su gloria”. ¡Qué maravilloso! Moisés nos permite observar la dignidad de esta varón y la describe utilizando a un animal primogénito como ejemplo. José, a pesar de ser el penúltimo hijo que tuvo Jacob, realmente es como si hubiese sido su primogénito. Fue el hijo a quien Jacob más amaba y fue el hijo que más sobresalió por encima de todos los demás. 

La gloria de José nos lleva a pensar en la refulgente gloria de nuestro Señor. Su Padre le ha otorgado la gloria de ser considerado el Primogénito. Esto no es por ser el primero en ser creado o en haber nacido, sino por su inmensidad e importancia. Él ha sido hecho Primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8:29), porque él está por encima de todos aquellos que hemos sido predestinados. Cristo es el Primogénito de toda creación (Col. 1:15), porque él goza de toda la preeminencia sobre toda cosa creada por Dios. También es el Primogénito entre los muertos (Col. 1:18; Ap. 1:5). Fue introducido por el Padre a este mundo como el Primogénito para ser adorado por los ángeles (Heb. 1:6). Solo él goza de esta excelsa prioridad sobre cualquier persona y cosa. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! 

Con todo esto, es claro ver cómo es que José fue hecho príncipe entre sus hermanos, como lo afirmó Moisés. El que fue criticado, envidiado y tirado en una cisterna por sus hermanos, y vendido a Egipto como si fuera un objeto, es el que fue hecho príncipe sobre ellos. Esto lo había anticipado José a su padre y hermanos a través de los sueños que Dios le había dado. Él les había hablado sobre los manojos de sus hermanos inclinándose al manojo suyo; y de el sol y la luna (sus padres) y de las estrellas (sus hermanos), inclinándose ante él. Lo que ellos vieron como algo descabellado, tiempo después se cumplió. Después de viajar a Egipto para comprar comida, tuvieron que postrarse ante José, y reconocerle como el que tenía plena autoridad sobre ellos. 

¿No es esta la conmovedora escena presentada en Filipenses 2, en relación a nuestro Salvador? Se despojó de todo, tomó forma de un esclavo y se humilló cuando fue hecho semejante a los hombres al tomar un cuerpo semejante al nuestro. Su humillación no terminó allí. Fue obediente a su Padre hasta morir la muerte más cruel y la más denigrante, la muerte por crucifixión. El Hijo de Dios quien sufrió tantas humillaciones, es el mismo quien fue exaltado hasta lo más alto, recibió un nombre que es sobre todo nombre, ante él se arrodillará toda persona y todos confesarán que él es el Señor. Con razón tenemos un deseo profundo de adorar a nuestro Señor. No hay nadie como él. Ha hecho tanto por nosotros y ahora él está en la posición gloriosa en la que él merece estar.

Llegará muy pronto el día cuando Jesús, no sea reconocido como príncipe como fue en el caso de José, sino que él será reconocido como el Rey que estará por encima de todos los reyes. Las bendiciones dichas por Moisés en cuanto a la prosperidad que José gozaría en sus tierras, se cumplirán plenamente cuando Cristo reine sobre esta tierra por mil años. El Rey de gloria traerá prosperidad a esta tierra como jamás se ha visto. Para poder reinar, él será como Moisés dijo de José: “Sus astas como astas de búfalo; con ellas acorneará a los pueblos juntos hasta los fines de la tierra.” El Señor, cual Conquistador invencible, vendrá y derrotará a todas las naciones para poder gobernar su reino que será como ningún otro. 

Al llegar a la cena del Señor o al partimiento del pan, para hacer memoria de nuestro Amado; meditemos en cada una de estas maravillas relacionadas con la supremacía de nuestro José celestial, Cristo Jesús, quien fue hecho príncipe entre sus hermanos, y mucho más que eso.

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