Cristo en toda la Biblia

El Siervo y la Ley de Dios

David Alves Jr.

Josué 1:1-18

Moisés ya murió. Ahora es tiempo para que Josué hiciera entrar a Israel a la tierra santa. Al ir viendo el libro de Josué, vamos a notar varias maneras en las que Josué es figura de nuestro Señor. Aún en su nombre, vemos a Cristo. El nombre Josué en hebreo es “Jehoshua”. El nombre de Jesús es el equivalente al nombre de origen hebreo “Jeshua”. ¿Si ves lo similar que son? Jehoshua y Jeshua. Tienen exactamente el mismo significado. Ambos significan: “Jehová es salvación”.

Al ver a Josué entrando a Canaán y ganando un gran número de batallas, nuestras mentes deberán pensar en Cristo nuestro Salvador. Damos gracias a Dios por el que nació en la humildad de un establo que su nombre sería Jesús. Amamos las palabras del ángel de José sobre el significado de su nombre. “Llamarás su nombre Jesús porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” Josué salvó a Israel en varias batallas, pero hay un solo Salvador del mundo quien fue levantado por su Padre de la casa de David. La salvación de Josué no se compara con la de Cristo. Su participación solo fue para el pueblo de Israel y en cuanto a batallas terrenales. En cambio, la salvación de nuestro Señor es para toda persona y es pertinente a todo lo que es eterno.

Encontramos a Cristo en la experiencia de Josué cuando él tomó el lugar de Moisés. No fue él mismo quien se propuso a dicha posición de liderazgo, sino que fue Dios quien lo llamó a cumplir esta responsabilidad. Le mandó a que fuera él quien hiciera entrar a Israel a la tierra y que peleará las batallas al frente del pueblo para conquistar las naciones que ocupaban el territorio de ellos. Muchos otros fueron llamados por Dios a cumplir con un servicio específico para Dios, pero ninguno de ellos se compara con el llamado que hizo Jehová al llamar a su Hijo a hacer todo lo que hizo. Dios dijo en cuanto a esto: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones” (Isa. 42:1). Él es el Mesías o el Cristo porque Dios así lo determinó. El Padre tenía su voluntad en cuanto a la redención de la humanidad, todo en base a la vida, muerte y resurrección de Jesús; y él se sujetó cumpliendo en todo.

El capítulo 1 comienza hablando de Josué como el “servidor de Moisés”. Desde el Éxodo vemos que Josué fue el brazo derecho de Moisés hasta el día de su muerte. Josué a la diestra de Moisés, es una figura de Cristo sentado a la diestra de su Padre. Solo él podía tener ese honor. Después de morir y ascender al cielo, Dios lo exaltó al sentarlo a su mano derecha. “Se sentó a la diestra del trono de la majestad de las alturas” (Heb. 8:1). La diestra es el lugar de exaltación y de honra. No solo debe esto obtener nuestra admiración, pero también al considerar el hecho de que Cristo está sentado en el cielo. Los sacerdotes no podían sentarse en el tabernáculo o en el templo. Lo hizo Elí pero por su apatía y pereza. Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, él pudo sentarse porque terminó la gran obra de la redención. Llevó todos los pecados y triunfó sobre la muerte.

Ni sangre hay, ni altar; cesó la ofrenda ya;
no sube llama ni humo hoy, ni más cordero habrá.
Empero ¡he aquí la sangre de Jesús,
que quita la maldad y al hombre da salud!

– Horatius Bonar

Al comenzar Josué su servicio a Dios, se le pidió que hiciera algo para poder ser prosperado. No le reveló estrategias militares para ser exitoso. Le pidió más bien hacer tres cosas con su ley o con su palabra. Debía llevar siempre la ley en su boca, tenía que meditar en la ley de día y de noche y era su obligación obedecer lo que la ley decía. Cuando vemos lo exitoso que fue Josué, llegamos a la conclusión de que él obedeció a Dios en cuanto a esto. Fue un hombre que se tomó la ley con seriedad. Habrá sido lo que más le atraía. Esto es un débil destello de otro Siervo que anheló oír y obedecer la palabra de Dios como nadie más. El Señor Jesucristo llevaba siempre la palabra de su Padre en boca. Siempre hablaba lo que estaba escrito en la ley. Siempre meditaba en lo que la ley decía. Siempre obedeció lo que le pedía la ley. El profeta dijo acerca de él: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios” (Isa. 50:4). Es precioso meditar en la relación que hay entre el Siervo de Jehová y su bendita palabra.

Después de que Josué fue elegido como el sucesor de Josué, él comenzó a dar ordenes en el pueblo. Los israelitas respondieron favorablemente al asegurarle a Josué que ellos harían todo lo que él les había mandado. Aceptaron su liderazgo y autoridad. Se pusieron bajo su mando y se sujetaron a él. ¿No vemos aquí el señorío de nuestro Amado Señor? Él nos salvó, y desde entonces es nuestro Señor, y esto nos lleva a querer rendirnos ante él continuamente. Nuestro deseo es obedecerle, cumplir lo que él nos pide y reconocerle a él como el más sublime de todos. El que derramó su sangre por nosotros ha ganado nuestro corazón y sentimos que nos debemos enteramente a él. Todos los días deberíamos preguntar como lo hizo Saulo de Tarso: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. No solo le reconocemos como Señor y le servimos, pero también le adoramos y le rendimos toda la alabanza que él solo merece.

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