Historias de la Gracia de Dios

Apreciados Evangelistas No Conocidos

David Alves Jr.

Hay evangelistas que todo mundo conoce sus nombres, son invitados a predicar en conferencias por todos lados y todos saben del trabajo que estos hermanos hacen. Pero hay otros hermanos que son desconocidos. También predican la palabra pero solo son conocidos por aquellos en su localidad. Muy pocos saben de su esmero y esfuerzo en la obra del evangelio. A este tipo de evangelistas va dirigido este escrito. Quiero animarles con la siguiente anécdota que una vez contó alguien.

“Hace varios años en una iglesia en Crystal Palace, en el sur de Londres, la reunión del domingo por la mañana estaba por concluir, y un hombre ahí por primera vez, se paró en la parte de atrás, levantó la mano y dijo: “Disculpe predicador, ¿puedo compartir mi testimonio?” El predicador miró su reloj y dijo: “Tienes tres minutos”.

Y este hombre procedió. Él dijo: “Acabo de mudarme a esta área, solía vivir en otra parte de Londres, vine de Sydney, en Australia. Y hace solo unos meses estaba visitando a unos familiares y estaba caminando por la Calle George.

Y él dijo: “Un hombre desconocido de baja estatura de cabello blanco salió de la puerta de una tienda, puso un folleto en mi mano y dijo: ‘Disculpe, señor, ¿eres salvo? Si mueres esta noche, ¿vas a ir al cielo?’”. Él dijo: “Estaba asombrado por esas palabras. Nunca nadie me había dicho eso. Le di las gracias cortésmente y durante todo el viaje en British Airlines, de regreso a Heathrow, esto me desconcertó. Llamé a un amigo que vivía en esta nueva área, donde vivo ahora, y gracias a Dios, él era cristiano, me llevó a los pies de Cristo. Y yo soy cristiano, y quiero tener comunión con ustedes aquí”. Todos le dieron la bienvenida.

Ese mismo predicador voló a Adelaide, en Australia, la próxima semana. Y diez días después, en medio de una serie de tres días en una iglesia en Adelaide, una mujer acudió a él en busca de consejería, y él quería establecer cuál era su posición con respecto a Cristo.

Y ella dijo: “Solía ​​vivir en Sydney. Y hace solo un par de meses, estaba visitando a unos amigos en Sydney, haciendo algunas compras de última hora en la Calle George, y un hombre desconocido de baja estatura de cabello blanco, un anciano, salió de la puerta de una tienda, me ofreció un folleto y dijo: ‘Disculpe señora, ¿eres salva? Si mueres esta noche, ¿vas a ir al cielo?’”. Ella dijo: “Esas palabras me perturbaron. Cuando regresé a Adelaide, sabía que esta iglesia estaba en la siguiente cuadra, busqué al predicador y él me guió a Cristo. “Así que, señor, le digo que soy cristiano”.

Ahora bien, este predicador de Londres estaba ahora muy desconcertado. Dos veces, en quince días, había escuchado el mismo testimonio. Luego voló para predicar en una iglesia en Perth. Y cuando terminó su serie de enseñanzas, el hermano con mayor edad de esa iglesia lo llevó a dar un paseo. Y él dijo: “Amigo, ¿cómo fuiste salvo?”

Él dijo: “Crecí en esta iglesia desde los quince años. No quería seguir a Cristo. Debido a mi habilidad comercial, prosperé grandemente. Estaba en un viaje de negocios en Sydney hace solo tres años, y un hombre de baja estatura, desagradable y rencoroso salió de la puerta de una tienda, me ofreció un folleto religioso. Me preguntó: “¿eres salvo? Si mueres esta noche, ¿vas al cielo?’”. Él dijo: “Traté de decirle que por años había estado en una iglesia, pero no iba a escucharme. Yo estaba hirviendo de ira todo el camino a casa en Quantus Two a Perth”. Él dijo: “Le dije a uno de mis pastores pensando que simpatizaría conmigo, y él me dijo que estaba de acuerdo, que no por haber ido a la iglesia sería salvo. Había estado perturbado durante años, sabiendo que yo no tenía una relación con Jesús, y tenía razón. Y este hermano me llevó a los pies de Jesús hace apenas tres años”.

Ahora bien, este predicador de Londres voló de regreso al Reino Unido y estaba hablando en la conferencia de Kesseck en el distrito de los Lagos, y presentó estos tres testimonios. Al final de su sesión de enseñanza, cuatro evangelistas ancianos se acercaron y dijeron: “Fuimos salvos entre el 25 y el 35 hace años, respectivamente, a través de ese hombre de baja estatura en la Calle George que nos dio un folleto y nos hizo esa pregunta”.

Luego voló la semana siguiente a una conferencia similar de Kesseck en el Caribe, para misioneros. Y compartió los testimonios. Al final de su sesión de enseñanza, tres misioneros se acercaron y dijeron: “Fuimos salvos hace 15 y 25 años, respectivamente, a través del testimonio de ese hombre de baja estatura y haciéndonos la misma pregunta en la Calle George en Sydney”.

Al regresar a Londres, se detuvo en las afueras de Atlanta, Georgia, para hablar en una conferencia de capellanes navales. Y cuando terminó sus tres días de animar a estos capellanes de la Marina, más de mil de ellos, para ganar almas, el capellán general lo invitó a comer. Y él dijo: “¿Cómo te convertiste al cristianismo?”

Imagen: Calle George en Sydney, Australia; visitsydneyaustralia.com.au/george-street-south.html

Él dijo: “¡Bueno, fue milagroso! Yo era marinero en un buque de guerra de los Estados Unidos y viví una vida perdida. Estábamos haciendo ejercicios en el Pacífico Sur y atracamos en el puerto de Sydney. Fuimos a un centro nocturno y me emborraché terriblemente. Me subí al autobús equivocado, me bajé en la Calle George. Cuando bajé del autobús, pensé que era un fantasma, un anciano de cabello blanco saltó frente a mí, puso un folleto en mis manos y dijo: ‘Marinero, ¿eres salvo? Si mueres esta noche, ¿vas a ir al cielo?’” Él dijo: “El temor de Dios me golpeó de inmediato. Me sorprendió mi sobriedad y corrí de regreso al buque, busqué al capellán, el capellán me llevó a los pies de Cristo y pronto comencé a prepararme para el ministerio bajo su dirección. Y aquí estoy a cargo de más de mil capellanes y hoy estamos empeñados en ganar almas”.

Ese predicador de Londres, seis meses después, voló para participar en una conferencia para 5,000 misioneros indios en un rincón remoto del noreste de la India. Y al final, uno de los misioneros, un hombre humilde, lo llevó a su humilde hogar, para una comida sencilla. Y él le dijo: “¿Cómo llegaste tú a Cristo, siendo hindú?”

Él dijo: “Estaba en una posición muy privilegiada, trabajé para la misión diplomática de la India y viajé por el mundo. Y estoy muy contento por el perdón de Cristo y su sangre que ha quitado mi pecado, porque me avergonzaría mucho si la gente descubriera en qué me metí”. Él dijo: “Un combate del servicio diplomático me llevó a Sydney. Y yo estaba haciendo algunas compras de última hora, cargando paquetes de juguetes y ropa para mis hijos, caminando por la Calle George, y un hombre de baja estatura cortés de pelo blanco se paró frente a mí, me ofreció un folleto y dijo: ‘Disculpe, señor, ¿eres salvo? Si mueres esta noche irás al cielo?’.

Él dijo, “Le agradecí mucho, pero esto me molestó. Regresé a mi pueblo, busqué al sacerdote hindú y no pudo ayudarme. Pero me dio un consejo. Él dijo: ‘Solo para satisfacer tu mente curiosa, nada más, ve a hablar con el misionero en la casa de la misión al final del camino’. Y ese fue un consejo fatídico”. Él dijo: “Porque ese día el misionero me llevó a los pies de Cristo. Dejé el hinduismo de inmediato y luego comencé a prepararme para el ministerio. Dejé el servicio diplomático y aquí estoy, por la gracia de Dios, con responsabilidad con todos estos misioneros, y estamos ganando cientas de miles de personas como pueblo de Cristo.”

Ocho meses después, el predicador de Crystal Palace estaba ministrando en Sydney, en Gympie, una comunidad al sur de Sydney. Y le dijo al ministro: “¿Conoces a un hombre de baja estatura, un anciano que testifica y reparte folletos en la Calle George?”.

Y él dijo: “Sí, su nombre es el Sr. Genor. Pero no creo que lo haga más, ya está demasiado frágil y anciano”. El hombre dijo: “Quiero conocerlo”.

Dos noches después, fueron a un pequeño departamento, tocaron a la puerta. Y este hombre pequeño y frágil abrió la puerta. Los hizo sentar y les preparó un poco de té, y estaba tan débil que derramaba té en el platillo mientras temblaba. Y mientras se sentaba con ellos, este predicador de Londres les contó todos estos relatos de los tres años anteriores. El hombre se sentó con lágrimas corriendo por sus mejillas.

Él dijo: “Mi historia es así”. Él dijo: “Yo era un marinero en un buque de guerra australiano y viví una vida perdida. Y en una crisis, realmente me topé con una pared, y uno de mis colegas a quien le causé un infierno literal, estuvo allí para ayudarme. Él me llevó a los pies de Jesús y él cambió mi vida. Estaba tan agradecido que le prometí a Dios que compartiría a Jesús de una forma sencilla con al menos diez personas cada día, a medida que Dios me fortaleciera. A veces, estaba enfermo, no podía hacerlo, pero lo compensaba otro día. No me obsesioné al respecto, pero lo he hecho durante más de cuarenta años, y en mis años de jubilación, el mejor lugar para hacerlo era en la Calle George. Habían cientas de personas ahí. Muchos me rechazaron, pero muchas personas sí aceptaron cortésmente los tratados”. Y él dijo: “En cuarenta años de hacer esto, no había oído ni de una sola persona que había creído en Jesús hasta hoy”.

Calle George en Sydney, Australia; https://wtpartnership.com.au/our-team-experience/420-george-street-sydney-2/

El predicador al contar esta increíble anécdota finalizó añadiendo lo siguiente.

“Ahora yo diría, eso es tener compromiso. Eso tiene que ser pura gratitud y amor por Jesús para hacer eso. No escuchar de ningún resultado de su trabajo. Si sacamos la cuenta, fueron 146,100 personas que ese hermano sencillo, no carismático, influenció de alguna manera para conocer acerca de Jesús. Y yo creo que lo que Dios le estaba mostrando a ese siervo era la punta de la punta de la punta de la punta de este iceberg. Dios sabe cuántos más habían sido salvados por Cristo y estaban haciendo grandes trabajos en el campo misionero.

El Sr. Genor murió dos semanas después. ¿Y pueden imaginarse la recompensa a la que se fue a casa en el cielo? Dudo que su rostro hubiera aparecido alguna vez en la revista ‘Carisma’. Dudo que alguna vez hubiera habido un artículo con una fotografía en la revista ‘Decision’ de Billy Graham, tan hermosas como son esas revistas. Nadie excepto un pequeño grupo de cristianos en el sur de Sydney conocían al Sr. Genor, pero les diré que su nombre era famoso en el cielo. El cielo conocía al Sr. Genor, y se pueden imaginar la bienvenida, la alfombra roja y el gozo con el que se fue a su hogar.”

Apreciados evangelistas no conocidos, esta anécdota debe animarte y fortalecerte en el trabajo que estás haciendo. ¡Cuánto gusto me da cuando hermanos de distintos países me comparten lo que hacen para el Señor con el fin de ganar almas para él! Ya sea que estás predicando en un centro de rehabilitación; llevando la palabra a un pueblo donde no se ha ido antes; anunciando el mensaje de salvación en un parque o en la calle; o repartiendo folletos en un hospital, estás realizando una gran labor para la gloria de Dios. Estás haciendo algo que Dios utilizará para salvar a personas del fuego eterno. Sigue haciendo la obra. A veces pareciera que no hay interés, pero Dios está obrando. A veces el diablo pone obstáculos para detener lo que queremos hacer, pero tenemos que persistir.

La historia del Sr. Genor también nos enseña que no debemos menospreciarnos a nosotros mismos al grado de no hacer la obra. El Sr. Genor, humanamente hablando, no era la persona más indicada para compartir la palabra; pero fíjense cómo Dios le dio gracia y prosperó enormemente sus labores para él. No te dejes llevar por lo que tú u otros piensen de ti. Vive en santidad, entrégate a la voluntad de Dios y comparte el glorioso evangelio de Jesucristo.

Es posible que veas los resultados de tu trabajo en esta vida o quizás no los verás hasta llegar al cielo y al tribunal de Cristo. Aunque muy pocos sepan lo que estás haciendo, Dios está muy enterado de tus labores, lo cual valora enormemente. Puede que seas desconocido aquí, pero allá serás bien conocido. “El que gana almas es sabio” (Pr. 11:30). “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Dn. 12:3). “Cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:5), y Cristo te dará la corona de gozo, la cual dará a todos los que ganan almas para él (1 Tes. 2:19). La recompensa no es para los que tienen una carta de recomendación de una iglesia para predicar a tiempo completo. La recompensa es para los que son fieles en sembrar la semilla en el campo y en echar la red en el mar. Predica a Cristo, que el cielo está detrás de ti, brindándote toda la fuerza que necesitas. Sigamos el ejemplo del hermano Genor.

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