Cristo en toda la Biblia

Josué el Revelador del Pecado

David Alves Jr.

Josué 7:1-26

Nadie en la congregación lo supo. Nadie excepto Acán y Dios. Es posible que su familia también lo sabía, y por eso tuvieron que morir con él; pero el caso es que había pecado oculto en Israel que necesitaba ser revelado y juzgado. 

Acán había cometido prevaricación en relación al anatema. A escondidas había tomado de los despojos de Jericó, un mato babilónico muy hermoso, doscientos siclos de plata y un lingote de oro. Regresó con sus compañeros del ejército de Israel campamento, ocultando lo que llevaba. Llegó a su casa, y sin que lo supieran sus vecinos, cavó un hueco y enterró lo que su corazón había codiciado. 

Mientras que la nación se gozaba por haber conquistado su primera ciudad en la que sería su territorio; había un hombre nervioso y preocupado, al tener una consciencia que le atormentaba por lo que escondía. Por el bien de la congregación y por el sumo respeto que se merece la santidad de Dios, hacía falta que el pecado de Acán fuera descubierto y castigado. 

Hasta este capítulo, la figura de Josué mayormente nos había representado a Jesús como el gran Salvador. Aquí Josué ya no es el rescatador que libera maravillosamente a aquellos que están en peligro. En este capítulo, lo tenemos que ver como el revelador del pecado en el hombre, y como el justo juez que castiga la maldad. Es por esto que al llegar al capítulo siete de Josué, es necesario que consideremos a Cristo como el Juez. El hecho de que Josué examinó a un hombre que era miembro de la congregación de Israel, nos hace ver que tendremos que ver a Cristo, no como juzgando a los incrédulos, sino haciéndolo con aquellos que toman su glorioso nombre sobre sus labios. Lo vemos como aquél que analiza los corazones de aquellos que llegan a su mesa el primer día de la semana para hacer memoria de él. 

¿Cómo llegas a esa mesa? ¿En qué condición moral te encuentras al comer del pan y al beber de la copa? ¿Qué tan limpio se encuentra tu corazón al llegar para tener esta especial comunión con Cristo y con su cuerpo?

Es común que nos preocupemos más por estar en dicha reunión de la iglesia, que llegar en una condición adecuada. Como iglesia, es posible que nos interese más que los hermanos lleguen para que haya mayor número de personas presentes, que estar seguros de que todos estamos ahí con pureza de corazón. Pensamos que por cumplir con: “Hagan esto en memoria de mí”, no es tan importante obedecer: “Pruébese cada uno a sí”. No podemos escoger una sobre la otra. Las dos tienen la misma importancia. 

Con la ayuda del Dios omnisciente, Josué pudo descubrir quién era el transgresor en Israel. De entre toda la multitud, Acán quedó solo en presencia de Dios y de Josué. Con toda franqueza le dijo a Acán: “Hijo mío, da gloria a Jehová el Dios de Israel, y dale alabanza, y declárame ahora lo que has hecho; no me lo encubras”. Acán sumido en su terrible vergüenza por haber sido descubierto, le respondió: “Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho”. 

No podemos engañar al Señor. El Cristo a quien te reúnes para celebrar el partimiento del pan tiene ojos como llama de fuego (Ap. 1:14). Él no se deja llevar por la falsa apariencia que presentamos a los demás. Nuestra responsabilidad en la iglesia, nuestro nivel económico, lo mucho que pudiéramos ser apreciados dentro del pueblo del Señor; no inhibe en ningún momento al Señor de observar y de desaprobar el pecado que pudiéramos estar ocultando. A él le causa asco cuando le honramos con nuestros labios pero nuestro corazón está lejos de él (Mr. 7:6). 

El Señor en su santidad y ternura quiere mostramos nuestro pecado y desea que hagamos lo necesario para corregirlo. El problema es que muchas veces pensamos como Acán al no considerar la gravedad y las consecuencias que tienen nuestros actos. Israel perdió la batalla contra Ai. Murieron soldados del ejército de Israel. El nombre de Dios fue afrentado. La familia de Acán perderían sus vidas. Nuestro pecado oculto, no solo nos afecta a nosotros, sino que hasta no confesarlo, ofende a Dios y afecta a los que están a nuestro alrededor.

La pureza requerida por el Señor para estar limpio delante de él en la cena del Señor, va más allá de no haber injerido alcohol y no haber cometido fornicación. Hay pecados que consentimos o también hay hábitos que tenemos que ni nos damos cuenta que son desaprobados por Dios. El que nos juzga cada primer día de la semana; no tolera el orgullo, la crítica, la mentira, el robo, la calumnia, el chisme, la avaricia, la extorsión, los pensamientos sucios y muchos otros pecados más. 

Cada día, cada instante, debemos examinar nuestro corazón para descubrir lo que hay en él que no es agradable a Dios. Permite que la Biblia y el Espíritu te señalen todo aquello que hay en ti que no es bien visto por el Señor. Humillémonos en la presencia de Dios continuamente y preguntémosle: Señor, ¿qué hay en mí que entristece tu corazón? Señor, abre mis ojos para ver las actitudes, conductas, pensamientos y las acciones de mi persona que ofenden tu santo Ser.  

La historia de Acán debe hacernos temblar ante la presencia majestuosa y pura de nuestro Dios. Acán fue matado por su pecado que quiso ocultar. Quizás estás en pecado y lo sabes muy bien. No menosprecies al Señor de la cena. Es suya y él exige que lleguemos a ella en santidad. Debo recordarme cada Domingo que “cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor” (1 Co. 11:27). El escritor a los Hebreos nos dice: “nuestro Dios es fuego consumidor” (Heb. 12:29). Esas palabras no fueron escritas a los inconversos. Fueron escritas a nosotros que decimos ser creyentes en Cristo. Que esas palabras impacten nuestras mentes y nos hagan desear vivir en santidad por encima de todas las cosas. La santidad de Dios es tal, que tendríamos más probabilidades de acercarnos al sol y no morir; que contemplar a Dios en toda su refulgente gloria.

Confesemos nuestro pecado. Huyamos del pecado. Hagamos morir el pecado. Cristo es el supremo revelador de nuestro pecado. No podemos esconderle nada a él. Vivamos de tal manera que podamos llegar al partimiento del pan con rectitud delante del que derramó su sangre por nosotros. 

1 comentario en “Josué el Revelador del Pecado”

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