David Alves Jr.
Josué 9:1-27
Después de las victorias sobre Jericó y Hai, el discernimiento de la nación de Israel fue puesta a prueba, con la llegada a ellos de unos farsantes. Venían de Gabaón con gran temor de que Israel hiciera con ellos como habían hecho con las otras naciones.
Con gran astucia, fingieron ser embajadores y viajaron con sacos viejos; cueros viejos y remendados de vino; zapatos viejos y recocidos; y con pan seco y mohoso. Aparentaban venir de una gran distancia, cuando realmente moraban muy cerca.
Llegaron pidiendo que Israel hiciera alianza con ellos. No solo fingieron haber venido de lejos, pero también trataron de convencer a los israelitas de recibirles, al reconocer el poder de Dios demostrado en distintas proezas que hizo a favor de su pueblo.
Los israelitas cometieron el terrible error de no consultar a Jehová respecto a esta situación. Hicieron paz con ellos y decidieron entrar con ellos en una alianza. Habían sido engañados.
Cuando se dieron cuenta, ya era demasiado tarde, ya no podían hacer nada. Tuvieron que permitir que continuaran morando entre ellos. Lo único que pudieron hacer fue condenarles a trabajar por siempre sacando agua y cortando leña para la casa de Dios.
Esto mismo podemos verlo como sucediendo en cada iglesia local por medio de falsos maestros que se infiltran entre nosotros. La intención que tienen es desviarnos de las verdades que honran el nombre del Señor.
Aparentan ser algo que realmente no son. Son seres manipulados por el diablo pero que tienen una apariencia muy llamativa porque son gobernados por uno quien “se disfraza como ángel de luz”. Jesús dijo que se visten como ovejas, pero por dentro son como lobos rapaces. Este es el gran peligro que enfrenta toda iglesia. Pablo afirmó que se hacen pasar como si fueran apóstoles de Cristo.

En 2 Corintios 11, vemos que Pablo observaba a la congregación en Corinto como una virgen pura a quien él quería entregar en esa condición al Señor. Pero él sabía que ellos podían ser engañados así como la serpiente había engañado a Eva. Él veía que los sentimientos de amor que tenían los Corintos hacia el Señor podían extraviarse. Esto había ocurrido con las asambleas en la provincia de Galacia. Pablo les tuvo que preguntar: “¿quién les fascinó para no obedecer a la verdad…?” Habían estado sirviendo bien al Señor con su amor dirigido solo a él, pero falsos maestros habían distorsionado eso.
Debemos ser vigilantes y no permitir que hombres y mujeres gabaonitas vengan a nosotros y nos engañen, como sucedió con el pueblo de Israel. A Jesús le interesa mucho la doctrina que creemos, profesamos y practicamos. Cuando sus enseñanzas son las que reinan en una iglesia, él recibe la gloria y honra que solo él merece tener. Respetar la doctrina señalada, es magnificar al Cristo que dio su vida por nosotros. Él es digno que todo nuestro afecto sea puesto en él. Los falsos maestros quieren hurtar el amor que hay en nuestros corazones para el Señor.
Los gabaonitas no solo nos enseñan el peligro latente que pueden ser los falsos maestros a las iglesias de Cristo, pero también representan la gracia de Dios en aquellos que son suyos. A pesar de que los de Gabaón mintieron y actuaron con hipocresía, y fueron maldecidos por el liderazgo de Israel, Dios en su gracia les concedió distintas bendiciones.
Gabaón se convirtió en una ciudad sacerdotal porque el arca del pacto estuvo allí en los días de David y de Salomón (1 Cr. 16:39,40; 21:29). Uno de los hombres valientes de David era gabaonita (1 Cr. 12:4). Dios habló a Salomón cuando éste se encontraba en Gabón (1 Re. 3:4). Hubieron gabaonitas que trabajaron con la reedificación de los muros de Jerusalén en los días de Nehemías (Neh. 3:7; 7:25).
Esa es la inmensa gracia de nuestro Dios también hacia nosotros. A pesar de nuestra maldad, él ha permitido que podamos adorarle y servirle en la iglesia. Vemos su gracia aún en el hecho de poder congregarnos con hermanos del mismo sentir para hacer memoria de la muerte de nuestro Salvador a través de un pan y de una copa. Con gran gozo y humildad, saquemos agua y cortemos leña para la iglesia, la casa del Dios viviente. No somos merecedores de la gracia de Dios aún en esto.
Gracias.
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