Cristo en toda la Biblia

Vecinos de Reyes

David Alves Jr.

Josué 18-19

Aún habían siete tribus que no habían heredado su tierra. Esto no era porque Dios lo había decidido de esa manera por alguna razón. Esas tribus habían sido negligentes. La palabra “negligentes” en hebreo significa “hundirse, relajarse”. Dios había obrado maravillosamente para que la tierra fuese conquistada, la tenía lista para todas las tribus; pero siete tribus no se habían esmerado, no habían sido diligentes para poseerla.

Ya hemos señalado que Canaán representa todas las bendiciones espirituales que tenemos en Cristo Jesús. Nuestra herencia y porción es el Señor y todos los favores que hemos heredado a través de su muerte y resurrección. El Espíritu nos dice a través de Pablo, “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1:3).

La guerra ya fue ganada en la cruz y en la tumba vacía, innumerables bendiciones espirituales están a nuestra disposición; pero tristemente nosotros también somos negligentes. No vivimos con plenitud la vida que Cristo nos ha dado. Nos distraemos con cosas terrenales. Caemos en una mediocridad espiritual en donde pensamos que ya no hay más bendiciones espirituales por conquistar. Mostramos poco de Cristo en nuestro carácter. Carecemos de frescura en nuestra meditación de la palabra y en nuestra participación en los servicios de la iglesia.

Con diligencia y asombro disfrutemos más y más todo lo que tenemos en el Señor. Entre más comprendamos el costo que Cristo tuvo que pagar con su propia sangre para asegurar nuestra heredad, más tendremos el deseo de disfrutar todo lo que tenemos en él. No seamos negligentes como aquellas siete tribus de Israel. Como soldados de Jesús, levantémonos, entremos a Canaán y disfrutemos nuestra porción espiritual.

En los capítulos señalados, aprendemos que Simeón tuvo que morar dentro del territorio de Judá. Posiblemente fue por causa de la crueldad que mostró cuando él y Leví atacaron a los varones de los heveos, por el pecado que Siquem cometió con Dina, hermana de ellos (Gn. 34). Es posible que su pecado le causó tener que experimentar esa consecuencia por su pecado. Pero también vemos la gracia de Dios, porque a pesar de que Simeón no tuvo heredad como las otras tribus, Jehová permitió que morasen dentro del territorio de los reyes. Las Escrituras muestran que Judá era la tribu de la cual saldrían todos los reyes; específicamente de la familia de David.

Imagen por Valdemaras D. en http://www.unsplash.com

La situación de la tribu de Simeón se asemeja a nuestra condición. Habíamos pecado contra Dios, pero él en su gracia permitió que pasásemos de la autoridad que tenían sobre nosotros las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor (Col. 1:13). Habiendo pertenecido al reino del diablo, ahora pertenecemos al reino de Dios. Su reino hoy es invisible, pero eso no quiere decir que no pertenecemos a él. Formamos parte del imperio del Rey de las edades, y un día muy cercano, su reino sí será visible. Nosotros gobernaremos sobre esta tierra debajo de la administración perfecta del Rey de reyes y Soberano del universo. Somos como Simeón, hemos sido hechos habitantes de la tierra de la realeza.

Dan fue la séptima tribu en recibir su herencia por suerte. Consideraron que les hizo falta territorio, y por lo tanto, subieron y combatieron a Lesem, y la tomaron al herirla a espada. Tomaron posesión de ella y habitaron en ella; y llamaron a Lesem, Dan, del nombre de Dan su padre. Lesem o Dan se encontraba al norte en el territorio de Neftalí, cerca de Tiro. Se convertiría en lo que se consideraba el lugar más al norte de Israel, porque se habla en las Escrituras: “desde Dan hasta Beerseba” (Jue. 20:1; 1; Sam. 3:20; 2 Sam. 3:10). Fue una de las ciudades donde Jeroboam levantó un becerro de oro (1 Re. 12:29, 30). La tribu al migrar de su territorio dado por Dios, fue la única en hacer esto. En Jueces 1 y 18 aprendemos la razón por la que lo hicieron. Todo esto contribuyó a que dejaran a Dios por causa de la idolatría.

Esta tribu puede recordarnos a nosotros cuando no sentimos satisfacción en nuestro Amado. Descuidamos nuestra comunión con quien es el hermoso manzano entre los árboles silvestres; su fruto deja de tener la dulzura que un día tuvo en nuestras bocas; y pensamos que la sombra que él nos da podemos encontrarla en otro lugar. No nos dejemos engañar, sino recordemos siempre que solo Cristo puede satisfacer nuestras almas. Él lo llena todo en todo (Ef. 1:23).

Después de que terminaron de repartir la tierra en heredad por sus territorios, dieron los hijos de Israel heredad a Josué en medio de ellos. Los dos espías, Caleb y Josué, que fueron fieles a Dios, recibieron su propia heredad. Caleb en Judá y Josué en Efraín. La humildad de Jesús podemos verla en la humildad de Josué al ser el último en recibir su porción. De acuerdo a la palabra de Dios, le dieron la ciudad que él pidió, Timnat-sera, en el monte de Efraín; y él reedificó la ciudad y habitó en ella. Allí él sería sepultado.

Josué recibiendo su heredad como recompensa por todo lo que hizo para Dios, es una sombra de nuestro Señor Jesús siendo grandemente bendecido por todo lo que alcanzó al morir sobre el madero. Jehová le ha prometido a su Hijo lo que encontramos en Isaías 53:10, 12 donde el profeta escribió: “Verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada…  Yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte”. Su inmensa obra vicaria, le hace merecedor de todo privilegio y toda bendición.

El Señor de infinita gloria merece que le alabamos. Él exige que lo hagamos. Su persona y su obra le hacen acreedor de toda gloria y honra. Dios nos ayude a adorarle el día de mañana.

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