Cristo en toda la Biblia

El Refugio sin Refugio

David Alves Jr.

Josué 20

Israel ya había recibido instrucciones sobre las ciudades de refugio que debían de designar (Nm. 35). A estas ciudades podían llegar aquellos que mataban a alguien sin intención para poder refugiarse. En Josué 20 vemos que estas ciudades fueron asignadas después de que cada una de las tribus recibieron su tierras.

Al considerar estas ciudades de refugio, no hay duda de que hermosamente representan a nuestro Amado Señor, nuestro refugio. Lo encontramos especialmente presentado de esta manera en los Salmos. ¿Cuántas veces nos han sido de profundo alivio en los momentos más difíciles de nuestra vida? Somos tan privilegiados de poder refugiarnos en el Todopoderoso, en el que sustenta el universo. Los hijos de Coré nos animan a cantar: “Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones (Sal. 46:1). David quería que miráramos al Señor como nuestro “alto refugio” (Sal. 18:2). Cuando las tormentas de la vida se desatan, podemos encontrar descanso y seguridad en Cristo nuestro refugio.

Nuestro Salvador habló sobre el deseo que él tenía en ser el refugio a los habitantes de Israel. Él mismo, siendo el soberano Dios, se comparó con una gallina que busca darle refugio a sus polluelos. Con dolor y con angustia, sintiendo el rechazo de la niña de sus ojos, les dijo: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!” (Lc. 13:34). Ellos no quisieron refugiarse en él para no sufrir las llamas del fuego eterno. Prefirieron poner al refugio de los hombres sobre una cruz.

Nosotros que sí le hemos aceptado como nuestro refugio para no sufrir en las llamas del infierno y para no sufrir solos las angustias que vienen a nuestras vidas; nos gozamos en todo lo que él ha hecho en nuestras vidas. Pero también nos conmovemos al meditar en lo que él tuvo que padecer para ser nuestra ciudad de refugio. Él fue a ese madero, y en ese lugar de ignominia, soledad y sufrimiento; nuestro refugio fue expuesto a la furia y al castigo de Dios.

Cuando cayeron sobre él las aguas de la ira de Dios, el refugio no tuvo refugio. El que es nuestro refugio cuando nos azotan las olas y el viento de las pruebas; él no tuvo refugio. Solo y abandonado tuvo que soportar las olas y las ondas (Sal. 42:7) que descendieron sobre él una y otra vez. Sin nadie que le consolase (Sal. 69:20), sin que su Dios le refugiase porque lo había desamparado, él tuvo que soportar las aguas torrenciales de la justicia divina que atormentaron gravemente su alma (Sal. 69:1, 2).

Aprovechemos el refugio que tenemos en Cristo. Adoremos al que es la roca de nuestro refugio. Pero nunca se nos olvide lo que él tuvo que experimentar y padecer en nuestro lugar. Mañana será el día del Señor, si él aún no ha venido; adoremos de todo corazón al que es nuestro bendito refugio. Al pensar en las ciudades de refugio en Israel, nunca se nos olvide lo que el Señor es para nosotros.

Foto por Dimitry B en http://www.unsplash.com

1 comentario en “El Refugio sin Refugio”

Deja un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s