David Alves Jr.
Josué 21
Los levitas tenían una función muy importante dentro del pueblo de Israel. Ellos estaban a cargo del servicio del tabernáculo. Asistían a los sacerdotes en las actividades pertinentes a la adoración de Dios en su morada. También les correspondía transportar los muebles, las cubiertas, las cortinas y toda la estructura del tabernáculo. Eran los guardias del tabernáculo.
Los jefes de los padres de los levitas fueron con Eleazar, el sumo sacerdote, a Josué y a los cabezas de los padres de las tribus de Israel. El objetivo que tenían era pedir las ciudades que Dios les había prometido para que las habitaran y para que pudieran criar sus ganados.
Los hijos de Israel dieron de su propia herencia para que los levitas tuviesen estas ciudades con sus ejidos. En este capítulo de Josué, se detalla cómo fue que cada una de las tribus le donaron a los levitas cuarenta y ocho ciudades con sus ejidos.
Dios ya le había dado su heredad a cada una de las tribus y ya había pedido que se señalaran las ciudades de refugio. Ahora tocaba algo que sería muy especial para Dios al recibir los levitas sus ciudades. Era especial porque los levitas eran su porción. Él había dicho: “Yo he tomado a los levitas de entre los hijos de Israel en lugar de todos los primogénitos, los primeros nacidos entre los hijos de Israel; serán, pues, míos los levitas.” Los levitas eran para Dios en lugar de los primogénitos de Israel.
No hay duda que fue especial para Dios repartirle a cada tribu su heredad porque era el cumplimiento de su promesa a su pueblo, pero al final de cuentas, esa tierra sería para ellos. Los levitas recibiendo estas cuarenta y ocho ciudades tendría un significado invaluable para Dios, porque ahora le correspondía a Él recibir Su porción al recibir los levitas su heredad. Este es el clímax del libro de Josué. Dios había llevado a cabo una asombrosa conquista en Canaán para que Israel por fin tuviese su territorio y para que los levitas; aquellos que eran suyos, aquellos que eran su porción, tuviesen sus moradas para poder servirle y agradarle.
A lo largo de nuestro estudio de Josué, hemos considerado una y otra vez, cómo nosotros debemos disfrutar la herencia espiritual que tenemos por medio de Cristo Jesús. Pero ahora, al considerar a los levitas recibiendo estas ciudades, podemos ver a Dios disfrutando su porción. ¿Cuál es la porción del Dios Altísimo? Si vamos a Efesios 1:17, 18 podemos encontrar la respuesta. El Espíritu ahí nos dice: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que Él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos”. Esto quiere decir que no solamente los levitas fueron la porción de Dios, ¡pero nosotros también lo somos!
¿Entendemos lo que implica que tú y yo somos la herencia del gran y supremo Dios? ¿Cómo lograr a entender que las riquezas de la gloria se relacionan con nosotros siendo la porción del infinito y trascendente Dios? ¡Esto sobrepasa nuestro entendimiento! ¡Esto nos postra delante de nuestro Padre para adorarle! Es maravilloso que Dios sea nuestra porción; y es extraordinario que nosotros seamos su porción.
La única razón por la que Dios puede ser nuestra porción y nosotros la porción de Él, es por su gracia y por lo realizado por Jesús en la cruz. El Salvador pagó el precio con su propia sangre para que nosotros fuésemos hechos posesión de Dios. Podemos meditar en esto mañana al beber de la copa. Dios nos disfruta como porción suya, no porque vea algún valor al que nosotros contribuyamos, sino que el valor que ve en nosotros es porque nos ve por medio de su Hijo Jesucristo.
Bendecimos al Dios que se complace en deleitarse en nosotros.

Foto por Bleron Salihi en http://www.unsplash.com
Gracias.
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