David Alves Jr.
Josué 22
Josué le indicó a las tribus de Rubén, Gad y a la media tribu de Manasés, que era el tiempo indicado para que fueran a tomar posesión de sus tierras. Recuerda que ellos habían decidido morar al otro lado del río Jordán, pero que Dios les había ordenado que aún así debían ayudar a sus compatriotas a tomar posesión de su tierra antes de heredar lo que Moisés les había entregado.
Habiendo cumplido con la encomienda, Josué les ordenó que regresaran a sus tierra, que cumplieran la ley de Dios y que amaran a Dios de todo corazón. Se les indicó también que volvieran a sus tiendas con mucha riqueza, porque tenían derecho a compartir del botín que adquirió la nación por medio de la conquista.
Aunque Dios permitió que esas dos tribus y media moraran en esa región, esa no era su voluntad. No todo lo que Dios permite es porque Él así lo desee. Estas dos tribus y media nos recuerdan a aquellos en el cuerpo de Cristo que están dispuestos a pelear por algo que nunca disfrutarán. Rubén, Gad y la media tribu de Manasés se esforzaron y pusieron en riesgo sus vidas por conquistar tierras que ellos jamás poseerían. La batalla del cristiano es lograr, con la ayuda de Dios, conquistar todas las bendiciones que tenemos en Cristo Jesús y disfrutarlas para la gloria de Dios.
Los escritos de Pablo, nos ayudan a dimensionar todo lo que tenemos en Cristo y todo lo que compartimos con él como coherederos. Pero la idea que siempre puntualiza el Espíritu, es que disfrutemos todo lo que el Señor ha conquistado a nuestro favor por medio de su muerte y resurrección. ¿Qué caso tiene luchar por algo que después no disfrutamos? Todos los días deberíamos evaluar todo lo que significa para nosotros estar en Cristo, algo que constantemente nos señala el Nuevo Testamento. Debemos conquistar más y más al ir adquiriendo más y más conocimiento de la inmensa salvación que tenemos en Cristo Jesús, pero también debemos deleitarnos y complacernos más en todo lo que tenemos en Él.
La decisión de esas dos tribus y media, también hace pensar en que siempre hay aquellos que quieren disfrutar de las bendiciones que tenemos por el bendito Hijo de Dios a su manera. Las bendiciones de Dios, se conquistan y se disfrutan a Su manera, no a la nuestra. La decisión de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés traería divisiones innecesarias dentro del pueblo de Dios. Esto es lo mismo que puede ocurrir- y tristemente- ocurre entre nosotros.
Esto lo vemos cuando esas dos tribus y media fueron a su tierra, y lo primero que hicieron fue edificar un altar. Era un altar llamativo porque era grande, pero estaba en el lugar equivocado. Es entendible la manera en la que reaccionó el resto de la congregación. Estaban indignados por lo que habían hecho al edificar un nuevo altar. Al final, todo se resolvió, pero no dejó de haber sido algo que puso en peligro la unidad de Israel.
¿Cuántos hermanos se reunirán mañana para hacer memoria del Señor Jesús y lo harán disgustados los unos con los otros? ¿En cuántas ciudades se congregarán dos o más iglesias que no tienen comunión entre sí porque hubo alguna discordia tiempo atrás?
Esto no debe ser. El altar no debe ser un punto que nos divida sino algo que nos una. El altar representa a Cristo y sus dolores sobre la cruz. Jesús es la base principal de nuestra comunión.
En vez de participar en divisiones que se suscitan en nuestra carne perversa y en el diablo destructor, deberíamos hacer todo lo que está a nuestro alcance para ser “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef. 4:3). Si hemos creído en Cristo, estamos en Cristo; si estamos en Cristo, debemos estar unidos con todos los demás que forman parte de su precioso cuerpo.
