David Alves hijo
Josué 23, 24
Llegamos al final del libro de Josué y al final de la vida de Josué. Con la ayuda de nuestro Consolador hemos navegado este libro cada último día de la semana, tratando de descubrir qué es lo que nos enseña sobre nuestro precioso Salvador. Por última vez consideraremos cómo es que Josué, un verdadero varón de Dios, es un hermoso tipo de Cristo Jesús.
En estos últimos dos capítulos, Josué habla con Israel antes de que Dios recoja su espíritu al terminar su sobresaliente servicio a Él sobre esta tierra. Ya estaba viejo y avanzado de días. Su deseo era instruir y exhortar al pueblo del Señor antes de partir para la ciudad celestial.
Josué les recordó que Yahweh era el que había peleado por ellos para que pudieran conquistar la tierra que fluía con leche y miel. Les habló sobre cómo la tierra había sido repartida como heredad a cada una de las tribus. Josué les suplicó que se esforzaran a guardar el libro de la ley de Moisés, así como se le animó hacer a él en el primer capítulo de este libro. Les prometió que Dios les ayudaría a derrotar a todos sus enemigos para poder habitar la tierra que habían recibido. Les imploró a que no se mezclaran con ellos para que así no fuesen inducidos a también pecar contra el Dios que los había redimido de Egipto. Josué consoló sus corazones al recordarles que Dios no había fallado en ninguna de las promesas, a pesar de que habían sufrido en el desierto por tanto tiempo. También les advirtió solemnemente que sufrirían grandemente si traspasaban el pacto de Yahweh.
En su segundo discurso antes de morir, Josué hizo un detallado recuento de la historia de Israel, desde el llamado de Abraham hasta que habían entrado a Canaán. En base a todo eso, Josué les pidió que temieran a Yahweh y que le sirvieran con integridad y con sinceridad. Les dio a escoger entre servir al Dios del cielo y de la tierra o a los dioses falsos de los cananeos. Les hizo claro que si iban a escoger servir a Yahweh, lo tendrían que hacer en santidad, porque Él es santo.
Israel decidió que servirían a Dios. Josué entonces hizo pacto con el pueblo y escribió todas estas palabras en el libro de la ley de Dios. Tomó una gran piedra y la levantó debajo de una encina que estaba al lado del tabernáculo. Esa piedra serviría de señal para recordarle siempre a los israelitas sobre la decisión que habían tomado de servir a Dios.
Después de esto, a la edad de ciento diez años, Josué murió y fue sepultado en su heredad en Timnat-sera, en el monte de Efraín.
Es aún más conmovedor examinar las últimas palabras de nuestro Señor Jesús a los suyos antes de morir. Así como Josué quiso hablar a los israelitas antes de su muerte; lo mismo hizo nuestro Salvador al reunirse con Sus discípulos en el aposento alto. Esta es otra manera en la que encontramos una semejanza entre Josué y Jesús.
El Señor también sintió la necesidad de comunicarle a los Suyos algunas cosas antes de ir a la cruz del Gólgota. En los capítulos 13-17 del evangelio de Juan, leemos lo que el Señor les dijo. Al lavarles sus pies, les enseñó sobre la pureza que debía tener para servir a Su Padre. Una vez más les aseveró que sufriría sobre un madero. De una forma muy preciosa, les hizo saber que Él sería glorificado y que Su Padre se glorificaría en Él. Jesús les pidió que se amaran los unos a los otros. Consoló los corazones de sus apóstoles al describirles cómo se iría al cielo para prepararles moradas y que Él regresaría para que todos pudiésemos morar ahí. Les anticipó la venida del Espíritu Santo y cómo Él les guiaría a toda la verdad. No quedarían solos con su éxodo de este mundo. El Señor les dijo que debían producir fruto y les animó a acordarse de Él cuando sufrieran persecución. Él quería que estuviesen también convencidos de que su tristeza sería transformada en alegría. Por último, les externó el deseo que tenía de que se mantuvieran unidos.
Josué y Jesús instruyeron antes de morir; y en términos generales, se asemejan en lo que dijeron sobre la necesidad que tenían todos de servir fervientemente a Dios. Damos gracias a Dios por las palabras de Josué y por su vida vivida para la gloria de Dios. Hasta el día de su muerte quiso consolar, edificar y animar a Israel. Por más que Josué sea un ejemplo admirable, no puede compararse con el exaltado Hijo de Dios. Nos admiramos de su cuidado por los Suyos la noche antes de sus terribles sufrimientos. Nos maravillamos por lo que le dijo a sus siervos. Pero también disfrutamos su forma de hablar, su tono de voz, la dulzura de sus palabras, lo refrescante que eran.
Como la mujer sulamita dijo de su amado, nosotros decimos de nuestro Amado, “sus labios, como lirios que destilan mirra fragante” (Can. 5:13). Tomamos las palabras del poeta y las usamos para describir a nuestro bendito Señor, al decir de Él, “eres el más hermoso de los hijos de los hombres; la gracia se derramó en tus labios; por tanto, Dios te ha bendecido para siempre” (Sal. 45:2). En su comunión íntima con Su Padre, de acuerdo a Isaías 50, el Hijo de Dios tuvo “lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado”. Damos gracias a Dios por el que sabe hablar palabras al cansado.
Cuando oímos lo que le dijo a sus apóstoles a unas horas antes de la cruz, cuando oímos que nos habla a nosotros a través de Su Palabra, decimos como los alguaciles, “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Jn. 7:46). Un día oiremos su voz por primera vez, la escucharemos por siglos mil; y le adoraremos por la autoridad y la belleza de Su Palabra.
Damos gracias a Dios por todas las maneras en las que el carácter y la vida de Josué nos lleva a meditar en nuestro Señor y Salvador.
Dios nos ayude a seguir viendo a Cristo en Su Palabra para que podamos adorarle cada primer día de la semana en la cena del Señor, y todos los días de nuestra vida dondequiera que estemos.

Gracias.
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