David Alves Jr.
Jueces 1:1-10
Continuamos con nuestras consideraciones de Cristo Jesús en los escritos sobre la época de los Jueces en Israel. No será fácil ubicarlo en esta época en la historia de los hijos de Abraham, dado a que durante estos 400 años, este pueblo descendió a niveles muy pero muy bajos de moralidad. “Cada uno hacía lo que bien le parecía” es una frase en este séptimo libro de la Biblia que describe perfectamente la condición de Israel durante este tiempo. A pesar de todo eso, el Espíritu nos presentará una y otra vez a nuestro Salvador en las páginas del libro de Jueces. Dios permita que estos estudios nos hagan conocer, amar y adorar más al Hijo de Dios que se sacrifico por nosotros.
Al haber muerto Josué, los hijos de Israel consultaron a Jehová para saber cuál tribu sería la primera en salir a pelear contra los cananeos. Dios indicó que sería la tribu de Judá. Esto no debe de sorprendernos. Esta tribu estaba destinada para ser la que de ella saldrían reyes y comandantes de ejércitos. Jacob profetizó esto antes de morir. “No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies” (Gn. 49:10). Esto comenzaría con David. Él sería el primer rey en Israel de la tribu de Judá, y en uno de los grandes pactos de la Palabra de Dios, encontramos que el Fuerte de Israel le aseguró que el trono permanecería dentro de su linaje. Esto se fue cumpliendo al ir reinando los de su familia, pero su cumplimiento total y final será cuando el Señor de gloria, el León de la tribu de Judá, reine eternamente y para siempre. Por eso no debemos encontrar la genealogía de Jesús en Mateo 1 como algo tedioso o insignificante. Hay algo sumamente precioso del primer versículo del evangelio “Libro de la genealogía de Jesús Cristo, hijo de David, hijo de Abraham.” Exaltado sea el Hijo de David, el bendito Hijo de Dios.
La tribu de Judá salió a pelear contra los cananeos junto con la tribu de Simeón. Por el infinito poder de Dios, mataron a diez mil hombres en Bezec. El rey de Bezec salió huyendo pero lo alcanzaron y le cortaron los pulgares de las manos y de los pies. Este rey reconoció que la justicia divina se había ejecutado sobre él porque reconoció que él le había cortado los pulgares de las manos y pies a setenta reyes. También les había humillado al tenerlos debajo de su mesa recogiendo migajas. Ahora el castigado y humillado era él. Las tribus de Judá y Simeón llevaron a Adoni-Bezec a Jerusalén y lo mataron.
Esto sin duda nos lleva a meditar en los fuerte de esta tierra siendo juzgados, humillados y aniquilados por el Señor Todopoderoso al final de la gran tribulación. En su primera venida, los fuertes rechazaron a Jesús en Su nacimiento y en Su muerte. Gobernantes estuvieron detrás de todo esto. Pero en Su segunda venida, aunque los fuertes de la tierra traten de oponerse a Él y de vencerle a Él, serán derrotados con el poder de Su palabra. El Señor de señores se exaltará por encima de los señores de la tierra y tendrá todo el derecho como Juez de toda la tierra para juzgarles. Como si fuera, los poderosos serán nuestros debajo de la mesa para comer las migajas para que el Todopoderoso reine con toda autoridad. El que murió en Jerusalén, porque así lo determinaron los gobernantes de la tierra, un día fulminará a los reyes de la tierra, reunidos contra Él en Jerusalén, así como fue hecho con el rey de Bezec.
De Jerusalén, Judá fue y conquistó a Hebrón al derrotar a los cananeos. Hebrón se situaba al sur del territorio asignado a Judá. En el libro de Josué observamos que el rey de Hebrón ya había sido vencido y los gigantes de ese mismo lugar habían sido derrotados.
Esto hace a uno pensar en cómo el que fue herido en Su talón al padecer sobre el madero, un día aplastará la cabeza de la serpiente antigua (Gn. 3:15). Así como Judá derrotó por completo a enemigos que ya habrían sido derrotados de igual manera, el Señor vencerá a Satanás de tres maneras. El Señor al morir y resucitar derrotó al diablo; llegará el momento cuando lo arroje por mil años al abismo mientras Él reine sobre la tierra; después lo derrotará por siempre cuando lo lance al fuego eterno. La serpiente sí será vencida y el Rey de gloria triunfará por siglos mil. A Él sea toda gloria, todo dominio y todo poder.

Gracias.
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