David Alves hijo
Jueces 6:1-10
La historia de Israel durante el tiempo de los jueces es cíclica. Se repite una y otra vez. Pecaban, Dios los entregaba a un enemigo para estar bajo su dominio, ellos le suplicaban que los rescatara y Dios hacía eso mismo. Por un lado, esto muestra la necedad del hombre en su pecado; pero también señala la inagotable misericordia de nuestro gran Dios.
La realidad es que nuestra condición se asemeja mucho a la de la casa de Israel en aquellos tiempos. ¿Cuántas veces persistimos nosotros en la locura de nuestra maldad, dándole la espalda a la constante misericordia de Dios que quería salvarnos por medio de Su Hijo? Aún después de habernos apropiado de la obra vicaria de Jesús, ¿quién no es un persistente benefactor de la inmensa misericordia de nuestro Padre?
Después de que Débora y Barac libraron a su pueblo de la mano de los cananeos por obra de Dios, volvieron a perseverar en el pecado. En esta ocasión, Dios permitió que fuesen entregados en mano de los madianitas por siete años. Madián se ubicaba en el desierto al norte de la península de Arabia. No se nos olvide que las personas de este pueblo eran descendientes de uno de los hijos de Abraham con Cetura. Cuando Moisés mató al egipcio, él huyó a Madián para esconderse de Faraón quien quería matarle. Madián significa “contienda”; y en verdad, ¡qué contienda tendría Madián contra Israel!
La mano de Madián prevaleció contra Israel. Esto quiere decir que estuvieron en contra del pueblo hebreo y los oprimieron en gran manera. Los hijos de Jacob tuvieron que alejarse de donde vivían para vivir en los montes y en cuevas. Su pecado les inhibió vivir tranquilamente en todo el territorio que Dios le había dado a cada tribu. Tuvieron que edificar fortificaciones porque los madianitas y amalecitas destruían sus campos. Esto resultaba en que las personas y los animales en Israel pasaran tiempos muy difíciles de hambruna. El pueblo de Dios vivió tiempos de extrema pobreza.

No fue hasta que se encontraron en estas circunstancias tan precarias que se acordaron de Dios. Le clamaron y Él les escuchó. ¡Qué Dios tan misericordioso es nuestro Padre a quien adoramos! Les envió un profeta para informarles que Él los libraría así como lo había hecho de la esclavitud de los egipcios. Les dijo: “Yo soy Jehová vuestro Dios; no temáis a los dioses de los amorreos, en cuya tierra habitáis; pero no habéis obedecido a mi voz”. Con esto les dio a entender que Él no cambia y que no debían temer; y que si habían sufrido, había sido por su rebeldía.
Al estar muy próximos a otro día del Señor y el inicio de otra semana, sería provechoso que una vez más consideráramos nuestra condición. No celebres la cena del Señor solo por cumplir. Hazlo en la mejor condición espiritual posible.
Meditemos en lo cierto que son las palabras del Espíritu a través de Salomón en Proverbios 14:8, “La sabiduría del prudente está en entender su camino”. El sabio analiza su condición delante del Señor. Al hacer esto, cada uno de nosotros podemos encontrar hábitos, actitudes, emociones y actos que no son agradables a Dios. Hay pecados que llegamos a consentir.
El problema es que en esa condición afrentamos el bendito Nombre de nuestro Salvador y somos impactados de una o de otra manera negativamente como sucedió con Israel. Madián se ve atractivo y queremos hacer lo que ellos hacen, pero terminan destruyendo nuestras cosechas, haciéndonos quedar empobrecidos espiritualmente delante del que nos amó hasta la muerte. Nos llevan a sentir miedo, nos roban nuestra paz en Cristo y nos hacen alejarnos del disfrute de nuestra herencia.
Dejemos de darle gusto a la carne, no sigamos dándole lugar al diablo y no perseveremos encontrando atracción en el mundo. Ellos solo pueden traernos amargura de corazón y solo pueden dejarnos con las manos vacías. Aférrate al Señor, en quien lo tenemos todo, aquél que sufrió la cruz por todos nosotros; y adórale de todo corazón. En Él somos ricos, ¿por qué continuar empobrecidos por nuestros enemigos?
Gracias.
Me gustaMe gusta