David Alves Jr.
Jacob derramó aceite sobre una piedra que utilizó como almohada al hacer un compromiso de seguir a Dios (Gn. 28:18). Tiempo después, cuando Dios le había hecho grandes promesas acerca de cómo sería bendecido, en gratitud hizo un pilar de piedra sobre el cual derramó aceite (Gn. 35:14).
En el pueblo de Israel, derramaban la sangre sobrante del animal sobre el pie del altar (Lv. 9:9). De igual manera, una de las ofrendas que entregaban a Dios era la libación (Éx. 29:40; Lv. 23:13; Nm. 6:15) en la cual vino era derramado sobre el sacrificio que era consagrado a Dios.
Hubieron muchos que utilizaron la idea de derramar algo al representar el deseo que tenían de entregarse enteramente a Dios. David lo hizo con el agua que le trajeron de Belén (2 Sam. 23:16, 17). El salmista, al considerar todo lo que sufría, escribió en su cántico: “derramo mi alma dentro de mí” (Sal. 42:4). El profeta Jeremías, al ver la devastación en Israel, por causa de su desobediencia, describe en Lam. 2:11 su angustia al escribir: “Mis ojos se consumen por las lágrimas, hierven mis entrañas; Mi hiel se derrama por tierra, a causa de la destrucción de la hija de mi pueblo.” Pablo podía ver que estaba más y más cerca a la muerte por causa del evangelio, y al escribir a los Filipenses, menciona la posibilidad de tener que derramar su vida como libación (Fil. 2:17).
Muchos se han entregado a Dios, y aún varios lo siguen haciendo en nuestros tiempos para su honra y gloria; sin embargo, nadie puede igualar la entrega mostrada por Cristo a su Dios, en las circunstancias más adversas posibles. La simbología de la libación siendo derramada es también empleada en cuanto al Señor. Clavado a la cruz, él dijo: “Soy derramado como agua” (Sal. 22:14). El profeta Isaías, predijo de él: “derramó su vida hasta la muerte” (Isa. 53:12).
Mañana al reunirnos a hacer memoria de aquél que se derramó completamente por nosotros a Dios sobre un madero, seamos como aquella mujer que se postró a sus pies, y derramó sobre él todo el perfumo valioso que llevaba en su alabastro (Mt. 26:7)
