David Alves Jr.
Abundan en Israel. Servían al soldado para refugiarse del enemigo y al ladrón para esconderse después de que había robado. Éstos lugares solitarios y oscuros que producen temor, nos pueden enseñar cosas preciosas sobre nuestro Señor.
La cueva del reconocimiento (1 Sam. 22:1-2)
David huía del rey Saúl quien buscaba matarlo. Tuvo que entrar a una cueva llamada Adulam para guardar su vida que corría peligro. Llama la atención que unos 400 hombres decidieron también ir a esta cueva para estar con David. Fueron sus familiares y también los que estaban afligidos, endeudados y en amargura de espíritu. Le habrá conmovido cuando en aquel lugar y en esas circunstancias de su vida, todos esos hombres lo reconocieron como jefe.
Nosotros podemos relacionarnos con todos aquellos hombres en la condición en la que se encontraban cuando fueron a David. El pecado nos había dejado a nosotros afligidos, endeudados y en amargura de espíritu hasta que creímos en el Salvador. Todo cambió. Lo hicieron jefe de todos ellos, nosotros hemos reconocido que Cristo es el Señor de nuestras vidas. Aquellos hombres quisieron estar donde estaba David, aún cuando él era rechazado y era una cueva donde estaba. Nosotros mañana deseamos estar con nuestro Señor, sin importar que implique rechazo, para hacer memoria de su muerte.
La cueva de ladrones (Mr. 11:15-19)
Después de que el Señor entró a Jerusalén montando un pollino con lágrimas en sus mejillas, se dirigió al templo donde vio algo que le causó una gran indignación. Vio cómo los hombres habían convertido el templo en un mercado para poder enriquecerse. Extorsionaban a los que iban al templo a ofrecer algo a Dios al vender animales a un precio muy alto o al cambiar dinero a un precio muy bajo. El Señor al sacarlos a todos ellos, preguntó: “¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mr. 11:17). Algo parecido preguntó el profeta Jeremías cuando vio lo que hacía el pueblo de Dios con el templo en sus tiempos (Jer. 7:11). El Señor Jesucristo, cuando era atacada su persona, guardaba silencio; pero cuando la casa de su Padre fue afrentada, él sí hizo algo para defender la gloria de su Padre. Los líderes religiosos se enfurecieron con este acto y buscaron la manera de crucificarle.
La cueva de lágrimas (Jn. 11:1-44)
Leer sobre Cristo llorando ante la tumba de Lázaro siempre nos conmueve. El Señor amaba a Lázaro (v.3, 5, 36) y lo consideraba como su amigo (v.11). Supo que estaba enfermo y no fue a sanarlo. Fue hasta después que había muerto. Él nos da la razón de todo esto. Por encima del bienestar de Lázaro, María y Marta estaba la gloria de Dios (v.4). Quizás tú llegas al Partimiento del pan con alguna carga, alguna tristeza y le has pedido al Señor que cambie tus circunstancias y no lo ha hecho. Recuerda lo que hizo el Señor. Al llegar a Betania y al ver a María llorando, “se estremeció en espíritu y se conmovió” (v.33). Al ser llevado a la tumba donde había sido sepultado Lázaro “Jesús lloró” (v.35). Al ir una segunda vez a la “cueva” antes de resucitarlo, se volvió a conmover (v.38). Sin duda, él es el “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isa. 53:3). El Señor quien sufrió por nuestros pecados, es el que nos consuela y acompaña en nuestras tribulaciones.
La cueva de los colgados (Jos. 10:1-27)
Josué ayudado por Dios, hirió cinco reyes de los amorreos, que se habían escondido en una cueva en Maceda al querer atacar a Israel, y mandó a colgarlos en cinco maderos hasta antes de que se pusiera el sol. Al ser bajados, fueron puestos sus cuerpos en la cueva. Seguramente fueron bajados de los maderos antes de que anocheciera en cumplimiento de la ley de Dios en Dt. 21:23- “no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad.” Nos conmueve pensar que todo lo que le sucedió a eses reyes paganos, también le aconteció al Señor. Fue colgado sobre un madero y fue bajado antes de que se pusiera el sol para ser sepultado en una cueva nueva porque había sido hecho maldito por nuestros pecados.
