David Alves Jr.
A mi esposa le agrada tomar fotos de puertas antiguas, detalladas y hermosamente pintadas. Dios muestra un interés muy particular en puertas y nos habla de ellas en toda su palabra. La Biblia comienza hablando de la puerta del paraíso y termina describiendo las puertas de la ciudad celestial. Las puertas, a parte de ser llamativas a la vista, tienen un significado espiritual. Hagamos un recorrido y contemplemos puertas que se relacionan con el Señor Jesucristo quien es la puerta al cielo (Jn. 10:9).
Puerta de la redención
En la primera Pascua celebrada en Egipto, la sangre del cordero tenía que ser aplicada a los postes y al dintel de las puertas de cada hogar para evitar la muerte de los primogénitos (Éx. 12:7). La puerta manchada en sangre, nos hace pensar en el valor y en el poder de la sangre de Jesucristo que nos ha limpiado de todo pecado (1 Jn. 1:7) para que Dios nos pudiera comprar.
Puerta de la devoción
El siervo Hebreo al decidir permanecer en la casa de su amo para seguir sirviéndole, era llevado a la puerta de la ciudad y su oreja era horadada (Éx. 21:6). La marca en la oreja y sobre la puerta, le recordaba al siervo la decisión que había tomado de serle fiel a su amo. Esa misma sujeción, obediencia y devoción, Cristo la mostró como ningún otro a su Padre.
Puerta de la consagración
Cuando los sacerdotes eran preparados para comenzar su ministerio en el tabernáculo y ser consagrados al servicio de Dios, uno de los requisitos era que se tenían que quedar dentro de sus puertas durante siete días (Lv. 8:33). El judío que decidía entregarse a Dios a través del voto del nazareno era llevado a la puerta del tabernáculo (Nm. 6:18). Esta puerta nos hace meditar en el Señor “el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (Heb. 9:14).

Puerta del reconocimiento
La misma ciudad que rechazó a Cristo y lo colgó en un madero en las afueras de Jerusalén, será la misma ciudad que un día lo reconocerá como el Rey de gloria. “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, Y alzaos vosotras, puertas eternas, Y entrará el Rey de gloria” (Sal. 24:7, 9).
Puerta del escarnio
Los jueces se sentaban por las puertas de las ciudades. Ellos hablaron mal de Cristo al verle pasar. Los borrachos se sentaban también cerca de la puerta. Ellos también se burlaron del Señor en sus canciones. Cristo dice en Sal. 69:12- “Hablaban contra mí los que se sentaban a la puerta, y me zaherían en sus canciones los bebedores.” Fue escarnecido por los más importantes, pero también por los más bajos de la sociedad.
Puerta de la negación
Mientras Cristo era maltratado dentro de la casa de Anás, Pedro su discípulo, estaba afuera en el patio cerca de la puerta (Jn. 18:16). El Señor ya sufría mucha humillación pero ahora iba a sentir la amargura y el dolor de ser negado por Pedro en tres ocasiones. Cristo lo había amado, le había enseñado muchas cosas y ahora estaba siendo negado por él.
Puerta del rechazo
No hubo lugar para que Cristo naciese en el mesón en Belén. Tampoco hubo lugar para que él muriese dentro de la ciudad de Jerusalén. Herido y ensangrentado, tuvo que cargar su cruz hasta las afueras de la ciudad y ser allí crucificado y levantado sobre la tierra. “Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta” (Heb. 13:12). Cuando Cristo salió por esa puerta, sintió el rechazo de toda una ciudad y de todo el mundo que había sentenciado su muerte sobre la cruz.