Vida Cristiana

Cita con el Optometrista

David Alves Jr.

Imagen: http://www.unsplash.com

Muchos hemos tenido que ir con un optometrista o con un oftalmólogo cuando tenemos problemas con la vista. 

Esa es vista física, pero ¿qué de la vista espiritual? ¿Cómo se encuentra tu habilidad de poder distinguir las cosas y poder discernirlas así como Dios las ve? Es posible tener cataratas o miopía espiritual que nos inhiben poder ver claramente. 

Sí, es cierto, ya no estamos ciegos completamente. Gracias al resplandor de la luz del evangelio de Cristo (2 Co. 4:4), es que fuimos sacados de las miserables tinieblas en las que estábamos, y fuimos trasladados al reino de eterno resplandor de nuestro Señor (Col. 1:13). La ceguera del pecado por siempre ha sido curada, pero por descuidarnos, llegamos a veces a ser incapaces de distinguir las cosas. 

Gran parte de este problema se debe a causa de que la serpiente antigua engañó a Eva para que comiera del árbol que le daría la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo (Gn. 3:5). Todo fue una trampa de Satanás. 

Considera los siguientes ejemplos donde no se tiene la capacidad de distinguir las cosas: 

1. Ricos y pobres 

Dios quiere que en la iglesia, los hermanos ricos y pobres sean tratados de la misma manera. La ley dada a Israel marcaba: “Ni al pobre distinguirás en su causa” (Éx. 23:3). Es lamentable cuando se trata a la persona de acuerdo a su clase social. Al pobre, no se le dan privilegios por ser pobre; ni al rico, por ser rico. En la iglesia no deben existir distinción de clases sociales. Santiago pregunta al respecto: “¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?” (Stg. 2:4).

2. Grandes y pequeños

Quedó establecido en la ley que: “No hagáis distinción de personas en el juicio; así al pequeño como al grande oiréis; no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios” (Dt. 1:17). ¡Cuánto dolor le ha de traer al Señor ver que en ocaciones el factor que decide un asunto en la iglesia, es el apellido, la fama, el empleo o los años que alguien lleva en Cristo!

La palabra de Dios debe estar por encima de cualquier persona y debe ser aplicada imparcialmente. Las políticas jerárquicas de los hombres en las asambleas únicamente han dañado al pueblo del Señor y han manchado su digno nombre. La más obvia siendo predicadores actuando como si tuvieran la potestad de controlar y dominar lo que se hace en las iglesias, cuando eso solamente lo puede hacer el Señor. Eso será común entre nosotros, más sin embargo algo que es completamente desconocido por las Escrituras. 

3. Sagrado y profano  

Las cosas estaban tan mal en Israel, al servir Ezequiel como profeta, que los sacerdotes perdieron toda noción de distinción entre lo santo y lo profano; entre lo inmundo y lo limpio (Ez. 22:26)

Esto es algo que también pasa en nuestros días. Perdemos de vista lo perverso que es la calumnia. No vemos la gravedad de sobornar a las autoridades. Se nos olvida lo opuesto que está el mundo a Dios, y aún así encontramos placer y diversión en todo el entretenimiento que nos ofrece. 

En las cosas de Dios, no hay ni legalistas, ni liberales; sino que las cosas son bíblicas o anti bíblicas, son agradables al Señor o desagradables a él.

4. Mis pecados y los pecados de otros

Cristo enseñó que antes de que notemos la diminuta paja en los ojos de otros, primero debemos mirar la enorme viga que llevamos en nuestros ojos (Mt. 7:3, 4). Antes de señalarle a otros sus errores, Cristo quiere que primero corrijamos los nuestros (Mt. 7:5). El pecado en nuestro ser nos nubla la vista para no ver lo que hay en nosotros mismos, pero fácilmente detectamos y exponemos lo que está mal en los demás. 

¿Cuándo fue la última vez que le pediste al Señor que te mostrara todo lo que piensas, haces y hablas que es malvado delante de él? ¡El que escribe debe de hacerlo primero!

5. Lo importante y lo no tan relevante

En Mt. 16 vemos que los fariseos podían distinguir si iba a llover o no por las condiciones que observaban en los cielos, más en su incredulidad no podían discernir que Cristo era el verdadero enviado de Dios. Querían ver una señal para poder creer en él. Fallaban en entender lo más importante, pero eran muy certeros en distinguir lo que no tenía tanta importancia. 

Ese es un síntoma típico de un cristiano religioso. Hacen gran cosa de lo que no es tan relevante, pero suelen en cierta manera ignorar lo que sí tiene importancia. Consideran más importante una falda larga que una lengua moderada. Jamás harían una actividad un domingo por ser día del Señor, pero no verían problema en quedarse en casa y criticar todo lo que se hizo mal en las reuniones de ese día. Esas son actitudes farisaicas que el Señor condenó. 

Este problema de no poder distinguir las cosas, no lo ve un especialista. Solo el Señor nos puede diagnosticar el problema que tenemos y nos puede ofrecer el remedio que necesitamos. Él diagnosticó a la iglesia en Laodicea con ceguera (Ap. 3:17) y les recetó que se untaran los ojos con colirio para que pudieran ver sus deficiencias (Ap. 3:18)

Lo mismo quiere hacer con nosotros cuando nuestra vista espiritual nos falla. 

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