David Alves Jr.
A todos nos consuela inmensamente que en las angustias de la vida, el Señor promete nunca apartarse de nuestro lado. Antes de subir al cielo, le dijo a sus apóstoles: “yo estoy con vosotros todos los días” (Mt. 28:20). Lo que se le prometió a Josué (Jos. 1:5) se nos promete también a nosotros: “no te dejaré, ni te desampararé” (Heb. 13:5).
Es increíble pensar que el Señor, quien nunca nos abandona, fue desamparado por su Dios al estar sobre la cruz por causa de nuestros pecados.
Mil años antes de que Cristo naciera, David profetizó guiado por el Espíritu Santo, que esto sucedería. No solamente profetizó que sería abandonado, sino también anticipa las palabras exactas que Jesucristo diría encontrándose en esa condición. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Sal. 22:1).
Marcos es el único de los evangelios que redacta el cumplimiento de esa profecía. “Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mr. 15:34). Él también nos da otros dos detalles. En primer lugar, nos dice que el Señor exclamó esas palabras a la hora novena y que lo hizo clamando a gran voz.
La hora novena era la hora de la oración y podemos encontrar ejemplos en la Biblia de varones de Dios que clamaron a Dios a esa misma hora y fueron escuchados. El Señor Jesús, quién entregó su vida aquí en la tierra a la oración, clamó en aquella hora, más no fue oído.
El hecho de que clamó estas palabras a gran voz, nos indica el dolor que le causó el ser abandonado por Dios. Sin duda, le habrán causado terribles dolores los clavos, las espinas, los látigos y la cruz. Pero lo que más le produjo padecimiento fue tener que pagar por nuestros pecados en esas tinieblas durante aquellas horas en completo abandono de Dios.
Acompañemos mañana al que fue desamparado y mostrémosle lo mucho que significa para nosotros lo que él sufrió en nuestro lugar.
