David Alves Jr.
¿Cuándo fue la última ocasión que alguien fue puesto aparte de la comunión de tu congregación por el pecado de la maledicencia? En todos los años que llevas reuniéndote, ¿cuántas veces has visto que hermanos sean juzgados por ese pecado?
Generalmente hablando, la maledicencia es un gran mal cometido comúnmente entre nosotros, pero que es muy rara vez tratado. Somos muy cuidadosos en no permitir la comunión a los que fornican, adulteran, roban o se emborrachan. Lo cual es correcto, es bíblico. Pero por alguna extraña razón, muchas veces mostramos apatía en cuanto a situaciones donde se ha cometido la maledicencia.

La maledicencia
El Diccionario Vine nos ayuda a aprender que este pecado involucra blasfemar, injuriar o calumniar. También nos señala el uso que el Nuevo Testamento le da a esta palabra. Busca por ejemplo: Mt. 27:39; 2 Pe. 2:10; 1 Tim. 6:4; Col. 3:8.
Se comete el pecado de la maledicencia cuando se afirma algo de alguien que no es verdad. Quizás lo conocemos mejor por calumnia o difamación.
Si tú o yo decimos o escribimos algo acerca de una persona que no es cierto, Dios lo llama maledicencia y lo considera pecado.
Dios se lo toma en serio
Dos leyes dadas por Dios a Israel deberían mostrar la seriedad con la que él se toma la difamación. Haríamos bien en imitar a Dios.
En Deuteronomio 17, una acusación en contra de una persona únicamente podía ser recibida en base a dos o tres testigos. Si la persona sí había cometido alguna infracción de la ley de Dios, la persona era apedreada. ¿Por quiénes? Primero por los que habían hecho la acusación. Dios estaba enseñando que si uno va a hacer una acusación, debería estar 100 % seguro de que está diciendo la verdad, al grado de estar dispuesto a lanzar piedras para matar a la persona para hacer así justicia y remover el pecador del pueblo. La próxima vez que vayas a aseverar algo sobre alguien, acuérdate de las piedras. ¡Ay de ti si las lanzas si la persona era inocente!
Dios también estableció en Deuteronomio 22 que si un joven recién casado, alegaba que su esposa no había llegado virgen al matrimonio, pero si los padres comprobaban lo contrario, el esposo tenía que ser castigado. Debía de pagar 100 piezas de plata por esparcir ”mala fama” y tenía que vivir con ella el resto de sus días.
¿Es serio difamar a alguien? Quizás sea común en la sociedad, pero Dios se lo toma muy seriamente. Él dice: ”No toleraré a los que calumnian a sus vecinos” (Sal. 101:5). Calumniar a alguien es hacer la obra del acusador de nuestros hermanos, el diablo (Ap. 12:10; 1 Tim. 5:14).
El afectado se lo toma en serio
Salomón escribió: ”De más estima en el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro” (Pr. 22:1).
Esparcir comentarios falsos sobre alguien, destruye y aniquila su reputación, que es una de las cosas más valiosas que poseemos. Un comentario tuyo pudiera drásticamente afectar la percepción de toda una comunidad de cristianos e incrédulos hacia una persona de por vida. Su vida y la vida de sus familiares pudiera ser completamente arruinada por una mentira tuya.
Las iglesias deberían tomárselo en serio
Según 1 Corintios 5:11 una persona que sea miembro de una congregación, debería ser apartado por cometer el agravio de la maledicencia. Si alguien no puede comprobar lo que ha dicho sobre otra persona, ese pecado tendría que ser tratado y no podría disfrutar de la comunión hasta que acepte el gran mal que causó. Si hay el valor de calumniar a alguien, tendría que también haber el valor de resarcir el daño. Se disculpe o no la persona que ha cometido el mal, el pecado tiene que ser juzgado.
Muchas veces en los casos donde hay calumnia, nos enfocamos más en obligar al afectado que perdone a que el pecado de la otra persona sea tratado. El perdón debe existir en el creyente pero no es algo que se puede obligar a alguien a hacer. Dios obrará en la persona para que llegue a ese punto. Lo que la iglesia sí puede hacer es ayudar al maldiciente a dejar su pecado al seguir las instrucciones de Pablo en 1 Corintios 5.
Mateo 18 enseña que primero debemos ir con el que cometió la ofensa en nuestra contra. Si no acepta su mal, el segundo paso es volver a platicar con la persona en la presencia de testigos. Si aún así no se hace responsable por sus acto destructor, sería necesario involucrar a la iglesia. Si aún no quiere hacer caso a la iglesia, Cristo enseña que tal persona tiene que ser considerada gentil y publicano, o sea, puesto fuera de la comunión.
La maledicencia cometida pone en riesgo el bienestar de la iglesia al exponerla a la posible fractura de su armonía que pudiera resultar en su desaparición.
Mejor evítalo
Si no tienes nada bueno de decir sobre alguien, es mejor no decirlo. La crítica, chisme y calumnia generan resentimiento, amargura y división. Ver programas de televisión o leer revistas que se enfocan en la farándula y en las especulaciones sobre las vidas de los famosos, solamente fomenta esta pervertida conducta. El chisme en muchos de los casos da a luz a la maledicencia.
Sigamos los consejos de Miqueas y de David.
‘‘Jehová te ha dicho lo que es bueno, y lo que él exige de ti: que hagas lo que es correcto, que ames la compasión y que camines humildemente con tu Dios” (Miq. 6:8).
”Refrena tu lengua de hablar el mal y tus labios de decir mentiras. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y esfuérzate por mantenerla” (Sal. 34:13, 14).
Muy bien exelente enseñanza. Gracias por compartir
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